El rosa quedó establecido definitivamente como el color femenino a partir de la década de 1980; sin embargo, tuvo que pasar mucho tiempo para llegar a esto. En el pasado, el costo de las tintas textiles era prohibitivo para la mayor parte de la población por lo que los pequeños, independientemente del género, utilizaban ropa blanca hasta que cumplían unos seis años. Los tonos pasteles, incluido el rosa y azul, empezarían a asociarse con los niños en los albores del siglo XX, antes de la Primera Guerra Mundial.
Pero, en esos tiempos todavía no surgía la distinción de género tan marcada que tenemos hoy. De hecho, algunos defendían lo opuesto a lo que sucede en la actualidad: la Earnshaw’s Infants’ Department publicó un artículo en 1918 donde argumentaba que el color azul era para niñas y el rosa para los niños. Según la interpretación de esa época, el rosa era un color más “fuerte y decidido”, mientras el azul destacaba por su “delicadeza y amabilidad”. Es verdad, pese a que los colores estaban al revés el machismo estaba implícito en la elección.
El juego de la mercadotecnia.
Pero todo eso cambió en 1927 gracias a un sondeo que la revista Time levantó en diversas tiendas de los Estados Unidos. En el artículo publicado se concluyó que la dicotomía entre los colores rosa y azul no era unánime: mientras un 45% de las tiendas recomendaba el rosa para niños, otro 45% recomendaba ese mismo color para las niñas. Y sólo un 5% recomendaba el rosa para ambos, sin distinción alguna.
En la introducción, y como justificación de la publicación, puede leerse: “En Bélgica, la princesa Astrid (…) dio a luz a una niña de 3.1 kg. De acuerdo con la información oficial: ‘la cuna fue decorada de rosa, el color para los niños, pues para las niñas es el azul. Muchos lectores del periódico en los Estados Unidos dijeron: ‘¿Cómo, rosa para un varón? En nuestra familia, el rosa siempre ha sido para niñas y el azul para niños’”.
Una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial, Mamie Geneva Doud de Eisenhower, esposa del presidente estadounidense Dwight Eisenhower, se convirtió en una de las principales promotoras del color rosa para las mujeres. La primera dama acudió a la ceremonia de toma protesta de su esposo con un exuberante vestido rosa y, de hecho, utilizó el mismo color en multitud de apariciones públicas y eventos oficiales.
Aquella ama de casa sumisa, esposa de un militar, encajaba a la perfección en una época dominada por la elite machista, antes de la revolución sexual. Las jóvenes mujeres de esa época, que solían desempeñarse como obreras en fábricas portando vestimenta azul u oscura la mayor parte del tiempo, vieron con buenos ojos este contraste.
El ascenso del rosa en el mundo de las mujeres.
Ya para principios de la década de 1970, tras el auge de los movimientos pacifistas y sociales, se hizo común el uso de vestimenta unisex entre las mujeres. La ropa de género neutro gozó de cierta popularidad hasta que, a mediados de la década de 1980, el rosa se impuso con todas sus fuerzas en la paleta de colores de los productos femeninos.
Cuando se popularizaron las pruebas prenatales para conocer el sexo del bebé, el cambio se aceleró todavía más. Aquellos padres que descubrían si tendrían niño o niña mucho antes del nacimiento iban directo a las compras, convirtiéndose en presas fáciles de las convenciones mercadológicas.