Al noreste de Egipto es posible encontrar una tribu de beduinos conocida como Ayaidah, los últimos seres humanos del planeta en practicar el Bisha’a, un antiguo ritual empleado para determinar la culpabilidad o inocencia de un acusado. Esencialmente, el sospechoso tiene que lamer una especie de pala al rojo vivo frente a las autoridades tribales: si llegan a aparecer ampollas sobre la superficie de la lengua, se le declara culpable, en caso contrario es inocente.
Se cree que en el pasado, desde la antigua Mesopotamia y a través de varios siglos, la mayoría de tribus beduinas practicaban el Bisha’a, ritual que fueron abandonando paulatinamente a excepción de los Ayaidah. Aunque el ritual está prohibido legalmente en países como Arabia Saudita y Jordania, Egipto todavía no legisla sobre el tema, pese a que los grupos religiosos en África consideran que la práctica va contra los preceptos del Islam.
¿Culpable o inocente?
Para muchos el detector de mentiras más antiguo de la historia (aunque definitivamente no el más preciso), el Bisha’a es socorrido mayoritariamente en aquellos casos donde se cometió un crimen sin la presencia de testigos. El acusado debe demostrar su inocencia sacando la lengua para que le pasen una pala al rojo vivo y, sin importar el resultado, no puede impugnar el veredicto.
Aunque parezca una práctica arcaica y sin sentido, el Bisha’a tiene su lógica: una persona que miente tiende a manifestar nerviosismo y esto frecuentemente viene acompañado de boca seca, por lo que su lengua terminará achicharrándose al contacto con el metal incandescente. Por otro lado, si el acusado es inocente, la producción de saliva será normal y el fluido terminará protegiéndolo del daño. Sin embargo, los detractores del ritual argumentan que las cosas no siempre son así, y que el procesamiento no solo es causa de daño físico para los sospechosos, sino que frecuentemente se les condena, a pesar de que son inocentes.
Por eso es que en la actualidad el Bisha’a se utiliza como último recurso, cuando las partes involucradas no llega a un acuerdo, no existen pruebas, evidencias o testigos. Pero también es un método de coacción para que los sospechosos terminen confesando sus crímenes, y para cerrar casos sin resolver.
Por ejemplo, si un demandante acepta una indemnización de los demandados antes de que se lleve a cabo el ritual, no hay necesidad de seguir adelante con el Bisha’a. Este es otro punto débil de este sistema de detección de mentiras, pues algunos acusados prefieren declararse culpables o acceder a un acuerdo antes de tener que lamer una plancha de metal al rojo vivo.
Un ritual en peligro de extinción.
El ritual es un asunto muy público, al punto de que las partes involucradas se presentan en medio de gran fanfarria y respaldadas por un testigo. Un funcionario de la tribu conocido como Mubesha es el encargado de conducir todo el proceso. Si un acusado toma la decisión de no presentarse al Bisha’a, o simplemente se niega a lamer el metal, automáticamente se le declara culpable.
Evidentemente, pasar por un ritual de este tipo puede generar quemaduras bastante desagradables en la lengua, pero la tribu de los Ayaidah considera que es una herramienta legal y válida para resolver controversias al interior de la tribu. Cuando finalmente decidan abandonar el Bisha’a, el ritual se habrá extinguido de forma oficial.