viernes, 29 de octubre de 2021

¿Por qué usaban los médicos de la peste negra sus máscaras picudas características?



En el siglo XVII, se creía erróneamente que estos atuendos podían purificar el aire venenoso.

En su día, la peste negra fue la enfermedad más temida del mundo. Fue capaz de aniquilar a cientos de millones de personas en una pandemia global aparentemente imparable y sus víctimas sufrieron una hinchazón dolorosa de los nodos linfáticos, ennegrecimiento de la piel y otros síntomas terribles.

En la Europa del siglo XVII, los médicos que atendían a las víctimas de la peste llevaban un atuendo que desde entonces ha adquirido connotaciones siniestras: se tapaban de pies a cabeza y llevaban una máscara picuda. El motivo de la existencia de estas máscaras picudas para la peste era una idea falsa sobre la mismísima naturaleza de esta enfermedad peligrosa.

Durante los brotes de peste bubónica de aquel periodo (una pandemia que se repitió en Europa durante siglos), las ciudades afligidas por la enfermedad contrataron a médicos de la peste negra que practicaban algo que se hacía pasar por medicina cuando atendían a residentes ricos y pobres por igual. Estos galenos prescribían lo que consideraban brebajes protectores y antídotos de la peste, registraban testamentos y llevaban a cabo autopsias, y algunos lo hacían llevando las máscaras picudas.

El uniforme se le suele atribuir a Charles de Lorme, un facultativo que atendió las necesidades médicas de muchos miembros de la realeza europea durante el siglo XVII, entre ellos el rey Luis XIII y Gaston d’Orléans, hijo de María de Médici. Describió un atuendo que incluía un abrigo cubierto de cera aromática, los calzones metidos en las botas, la camisa metida en el pantalón y un sombrero y unos guantes hechos de cuero de cabra. Los médicos de la peste negra llevaban una vara con la que podían tocar a (o defenderse de) las víctimas.

El sombrero era particularmente inusual: los médicos de la peste negra llevaban anteojos y una máscara con una nariz de «15 centímetros, en forma de pico de ave, llena de perfume y con solo dos agujeros, uno a cada lado de las fosas nasales, pero que era suficiente para respirar y transportar en el aire que se respira la impresión de las [hierbas] colocadas en la punta del pico», continuó de Lorme.

Aunque los médicos de la peste de toda Europa llevaban estos atuendos, el aspecto era tan emblemático que en Italia el «médico de la peste» se convirtió en un personaje básico de la commedia dell'arte y las celebraciones carnavalescas y sigue siendo un disfraz popular en la actualidad.

Pero este conjunto imponente no era una declaración letal de estilo. Tenía por objeto proteger al médico del miasma. En las épocas anteriores a la teoría microbiana de la enfermedad, los facultativos creían que la peste se propagaba por el aire envenenado, que podía generar desequilibrio en los humores (o fluidos corporales) de una persona. Se creía que los perfumes dulces y acres podían fumigar las zonas afectadas por la peste negra y proteger al olfateador; ramilletes, incienso y otros perfumes eran habituales en la zona.

Los médicos de la peste llenaban las máscaras con triaca, una confección farmacéutica de más de 55 hierbas y otros componentes como carne de víbora en polvo, canela, mirra y miel. De Lorme pensaba que la forma picuda de la máscara daría al aire el tiempo suficiente para impregnarse de las hierbas protectoras antes de llegar a las fosas nasales y los pulmones de los médicos de la peste negra.

La causante de la peste es la Yersinia pestis, una bacteria que puede transmitirse de animales a humanos y a través de las mordeduras de pulga, el contacto con fluidos o tejidos contaminados y la inhalación de gotitas infecciosas procedentes de la tos o los estornudos de las personas con peste neumónica.

Tres horribles pandemias de peste negra arrasaron el planeta hasta que descubrieron la causa: la peste de Justiniano, que mataba a 10 000 personas al día en torno al 561 d.C.; la peste negra, que acabó con hasta un tercio de los europeos entre 1334 y 1372 y continuó con brotes intermitentes hasta 1879; y la tercera pandemia, que arrasó gran parte de Asia entre 1794 y 1959.

En última instancia, los trajes (y los métodos) de los médicos de la peste negra no hacían gran cosa. «Por desgracia, las estrategias terapéuticas de los primeros médicos modernos de la peste negra hacían bien poco para prolongar la vida, aliviar el sufrimiento o lograr una cura», escribe el historiador Frank M. Snowden.

Puede que los médicos de la peste fueran reconocibles a simple vista, pero hasta la aparición de la teoría microbiana de la enfermedad y los antibióticos modernos, sus disfraces no proporcionaron ninguna protección real contra la enfermedad.


Cortesía de Doña Natus



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