La búsqueda por el sueño americano no es un fenómeno reciente, empezó en 1776, mismo año en que se fundó Estados Unidos. Entre las muchas familias que buscaban enriquecerse estaban los Vanderbilt, quienes viajaron a territorio estadounidense desde Países Bajos. Bajo el liderazgo de Cornelius «El Comodoro» Vanderbilt (1794–1877), el apelativo se convirtió en sinónimo de riqueza para los habitantes de este país.
El joven de 16 años inició con una inversión de 100 dólares (un préstamo de sus padres) ofreciendo servicio de transporte de pasajeros por la bahía de Nueva York a bordo de su embarcación, que al poco tiempo se convertiría en una flota. En la Guerra de 1812, el conflicto contra el Reino Unido intensificó el transporte marítimo por lo que la fortuna del joven se hizo todavía mayor.
Duplicando la herencia.
El Comodoro sospechaba que, algún día, su enorme fortuna quedaría reducida a nada en manos de su descendencia. William y Cornelius II jamás se ganaron la confianza de su padre. De hecho, el segundo pasó una época internado en una institución psiquiátrica durante su juventud.
Aunque William era considerado un tonto por su padre, durante la época que vivió en la granja propiedad de la familia en Staten Island logró ampliar los negocios. Esto fue suficiente para convertirlo en el heredero de la compañía y responsable por duplicar la riqueza de los Vanderbilt.
William Henry Vanderbilt tomó el control de los negocios de la familia y empezó a invertir en la industria ferroviaria. La fortuna de los neerlandeses, que ya superaba al tesoro nacional del país, se duplicó en tamaño alcanzando los 200 millones de dólares.
Cuando William murió, la fortuna fue repartida entre sus ocho hijos, y la compañía quedó a cargo de los hermanos mayores: Cornelius Vanderbilt II y William Kissam Vanderbilt. En ese momento, la cuantiosa fortuna de la familia empezó a derrumbarse.
El principio del fin.
Más interesados en gastar que en ampliar la fortuna de la familia, los nuevos Vanderbilt adoptaron un estilo de vida donde privilegiaron el lujo, la riqueza y las apariencias. Organizaron incontables fiestas en propiedades lujosas de la costa este para reafirmar su poderío frente a la alta clase neoyorkina.
En 1883 la esposa de William, Alva, organizó en su mansión un evento conocido como el Baile Vanderbilt. Hablamos de una fiesta temática repleta de fantasía que en la época fue considerada por el New York Times “un auténtico cuento de hadas, con grandiosos vestidos, joyas espectaculares y otros excesos”. En moneda actual, la fiesta habría costado unos US$ 6 millones, financiada completamente por la fortuna de la familia.
Irónicamente, esta época de excesos coincidió con el momento en que los negocios empezaron el declive. Para la década de 1930 los automóviles, barcazas y camiones empezaron a sustituir los transportes en barco.
En un intento por compensar las enormes pérdidas, los Vanderbilt empezaron a vender sus acciones en la industria ferroviaria. Jamás sospecharon que buena parte de la empresa sería adquirida por la competencia, quienes lentamente unificaron fuerzas para dejar en ruinas a los antiguos líderes en ventas.
La ruina de los Vanderbilt.
Pese a esto, la familia logró mantenerse con su histórica fortuna. Aunque el inminente fin de su liquidez estaba cerca, los Vanderbilt siguieron reafirmando su apellido a través de acciones filantrópicas y apoyo a la población del estado de Nueva York. Cornelius llegó a donar un millón de dólares para la construcción de la Vanderbilt University, en Nashville, Tennesse.
William Henry era dueño de una enorme colección de piezas de arte, y esta pasión artística se reflejó en sus hijos. La familia llegó a financiar múltiples galerías de arte y museos. También contribuyó a la apertura de un cine a cielo abierto en la localidad de Hyde Park.
Pero todas esas buenas acciones de la familia no la salvarían de la ruina, de hecho, contribuyeron a que la fortuna desapareciera más rápido. Tres décadas después de la muerte de El Comodoro, no había un solo Vanderbilt que figurara entre los más ricos de los Estados Unidos. En una reunión familiar celebrada en 1973, entre los 120 asistentes no había un solo millonario.
Uno de los descendientes más famosos de aquella familia es Anderson Cooper, un presentador de la cadena CNN. Es hijo de Gloria Vanderbilt (una de las únicas en la familia que se mantuvo por cuenta propia, trabajando como estilista y actriz reconocida). Aunque Cooper no tuvo derecho a herencia alguna, no tiene problema y aseguró públicamente que no le preocupa la situación, pues su salario le permite vivir bien