Se debe a que las regulaciones del sistema educativo se ajustan al horario comercial en la mayoría de los países del mundo, de esta forma se facilita la vida a los padres y se minimizan los efectos sobre la población económicamente activa. Sin embargo, se ha demostrado que se trata de un hábito muy poco saludable para los jóvenes, sobre todo para los adolescentes que poseen un ritmo de sueño distinto.
Las consecuencias de ir temprano a la escuela.
Pero mientras las cosas sigan como hasta ahora, continuaremos atestiguando la forma en que la capacidad de aprendizaje, el crecimiento y la estabilidad emocional de estos jóvenes son seriamente afectados.
Aunque parece que algunos gobiernos han empezado a comprender la gravedad del asunto. Por ejemplo, en 44 de los 50 estados que posee Estados Unidos ya se han realizado modificiaciones al horario de las clases, pasando de las 7:30 a las 8:30 am. Y son modificaciones que han resultado en mejoras significativas de aspectos como la alimentación de los alumnos y el rendimiento escolar.
Uno de los indicadores más interesantes sucedió en el Condado de Fayette, en el estado de Georgia, donde los accidentes automovilísticos entre jóvenes de 16 y 18 años se redujeron en un 16%. Otro caso fue el de la St. George’s School, en Middletown, Rhode Island, donde el total de alumnos somnolientos bajó de un 49% a impresionantes 20%.
El ritmo de un adolescente.
Este comportamiento en los adolescentes no se debe a capricho y rebeldía, sino que tiene causas hormonales. Los adolescentes suelen iniciar la liberación de melatonina, popularmente conocida como hormona del sueño, a partir de las 23:00 horas, prácticamente un par de horas después que el horario estándar entre adultos y niños.
Esto quiere decir que si un adolescente se despierta a las 6 de la mañana para ir a la escuela, el cerebro se mantendrá al menos un par de horas más bajo los efectos de la hormona, generando una pronunciada falta de atención. Es como si un adulto se despertara a las 4:00 am para ir al trabajo.
Luz azul.
Pero este fenómeno aún se ve empeorado por hábitos adquiridos durante las últimas décadas: gran parte de los adolescentes suele utilizar teléfonos celulares y equipos de cómputo antes de conciliar el sueño. El problema reside en que estos dispositivos emiten luz azul, “prima” de la mal afamada ultravioleta, irradiada desde el Sol.
Esta luz azul genera alteraciones en la liberación de melatonina, pues este proceso se ve estimulado por la oscuridad de la noche. Los expertos recomiendan dejar de utilizar esta clase de aparatos al menos un par de horas antes de meterse a la cama.
Entre los problemas que genera la falta de sueño en estos casos, tal vez el más preocupante es un bajo rendimiento escolar pues nuestro cerebro, a través de las cinco fases de sueño, “tamiza” el aprendizaje que obtuvimos a lo largo del día, almacenándolo temporalmente en una región llamada hipocampo.
Aquella información repetitiva o que no se considera relevante se elimina, mientras la importante se dirige al córtex. Es hasta la quinta fase, el momento en que soñamos, cuando la información compleja y que requiere un mayor esfuerzo lógico queda fijada.
Por otro lado, la hormona del crecimiento (GH), responsable por regular el peso y la altura durante la adolescencia, es liberada principalmente durante la tercera y cuarta fase del sueño. Cuando existe una alteración en estas fases puede generarse una disminución en las dosis hormonales que se necesitan para un desarrollo saludable. En el caso de aquellos jóvenes que practican deporte, la GH resulta primordial cuando se trata de recuperar y ganar masa muscular.
Otras consecuencias.
Pero las cosas no se detienen aquí, las trasnochadas también entorpecen la corteza prefrontal. Esta región de nuestro cerebro, encargada de la toma de decisiones, empieza a dar prioridad al deseo y satisfacción en detrimento de las consecuencias y responsabilidades que implica una acción. Cuando hablamos de adolescentes esto es particularmente serio pues puede conducir a comportamientos riesgosos, tales como el consumo de drogas, tener relaciones sexuales sin protección y agresividad.
La diferenciación de emociones asociadas a los acontecimientos y el equilibrio entre recuerdos negativos, positivos y neutros son otros aspectos afectados por la privación del sueño. En consecuencia, las sensaciones negativas suelen destacar más, lo que podría terminar generando síntomas depresivos y déficit de atención. Además, se dificulta la memorización a largo plazo y la participación en clase.
Una pequeña siesta después de la comida puede aminorar un poco estos efectos, siempre que no exceda los 45 minutos o se tome después de las 15:00 horas. En caso contrario, sólo se hace más intensa la falta de sueño y concentración. Y aunque esos maratónicos episodios de sueño durante el fin de semana (tu metabolismo comunicándote que necesita dormir más) ayudan, al final no anulan los efectos de la falta de sueño en los días hábiles.