El inventor de la máquina de coser es el sastre francés Bartolomé Thimonnier, que en 1830, construyó la primera máquinas de coser en la ciudad de Saint-Étiene (Francia).
La primera máquina de coser de la historia, construida en madera, era tan rudimentaria y tosca que no trabajaba mucho más deprisa que la mano del hombre, ya que solo daba una puntada de un solo hilo.
No obstante lo elemental del invento, atrajo la atención del ejército, que en 1841 compró ochenta unidades.
El ejército, necesitado de un medio rápido de confeccionar uniformes militares para su ingente número de soldados, vio en la máquina de coser de Thimonnier la manera de uniformar rápidamente a la tropa durante la monarquía de Luis Felipe.
Sería razonable pensar que un invento así haría rico al dueño de la patente, pero lejos de convertirse en un hombre famoso y respetado Thimonnier estuvo a punto de ser linchado por una turba de sastres que temían que la máquina acabara con su secular profesión e industria.
El motín de sastres asaltó su casa arrasándolo todo, y tanta fue la inquina que le tomaron que el pobre Thimonnier tuvo que huir a Londres donde, en 1848 patentó su invento. Tampoco en Inglaterra hizo fortuna: no vendió ni una de sus nuevas máquinas, muy mejorada a lo largo de aquellos años
Se asoció con el mecánico Magnin para fabricar máquinas de coser de hierro, y una cosedora-bordadora que hacía punto de cadeneta y daba doscientas puntadas por minuto. Al pobre sastre no le valió de nada y regresó a Francia donde murió en 1857 pobre, desconocido y odiado por los de su oficio.
Al tiempo que Thimonnier creaba su artilugio, el 10 de septiembre 1846, el norteamericano Walter Hunt patentaba en Nueva York la primera máquina de pespunte o labor de costura con puntadas muy unidas o punto de lanzadera.
Pero no pudo comercializarla por falta de financiación, y al serle imposible seguir adelante vendió la patente al fabricante neoyorquino George Arrowsmith, quien tampoco tuvo suerte.
Parecía que era imposible hacer dinero con una máquina así, a pesar de lo razonable que parecía pensar lo contrario. No obstante estos fracasos, el invento de Hunt se convirtió en el cimiento de otro muy parecido: la máquina con lanzadera sincronizada con la aguja que patentó Elias Howe en 1846.
A partir de entonces hubo muchos cambios. En 1851, tuvieron lugar importantes innovaciones. Dos sastres de Boston, W. Baker y W. Grower patentaron una máquina que introducía la puntada bifilar —de dos hilos— de cadeneta.
A su vez, un fabricante de Michigan, A. B.Wilson, inventó por entonces un dispositivo de gancho rotatorio que hacía más rápida la acción de coser. Wilson formó compañía con N.Wheeler, fabricante de hebillas, y entre ambos mejoraron todavía más su máquina.
Pero el encargado de llevar a la máquina de coser a sus más altas y merecidas cumbres fue Isaac Merrit Singer, uno de los personajes más importantes en el mundo de la máquina de coser.
Singer, era en 1851 un buen mecánico neoyorquino de origen judío, como tantos otros innovadores del mundo del vestido, Singer revolucionó la máquina de coser.
La introducción del pedal era el detalle que convertía un fracaso en un éxito: ahora se podía accionar la máquina con el pie. Además, la dotó de una rueda dentada que permitía avanzar la tela entre puntada y puntada.
Creó el prensatelas que evitaba que el tejido se moviera y el pespunte no siguiera su camino. La máquina de Singer no utilizaba un gancho, como las anteriores, sino una aguja perforada.
Todas estas ventajas hicieron de su máquina de coser el instrumento más perfecto en su clase. No tardó en darse cuenta de la magnitud del negocio y fundó su propia compañía, la Singer Manufacturing Company.
Él y su socio, el abogado E. Clark, pusieron en marcha un sistema de ventas revolucionario: la venta a plazos.
Se podía comprar una máquina de coser con una entrada de cinco dólares y mensualidades de tres, hasta pagar los cien que costaba.
Pero si se compraba al contado, el precio era la mitad. Así vendió su legendario modelo Family. A diferencia del pobre Thimonnier, Singer murió con una inmensa fortuna en 1875, fecha en la que su empresa estaba valorada en trece millones de dólares.
Solo habían pasado treinta años desde que Bartolomé Thimonnier inventara su artilugio. Ningún invento conoció un desarrollo tan rápido. En 1870, se hablaba de la máquina de coser hasta en los púlpitos.
Nota cortesía de Doña Natus
No hay comentarios:
Publicar un comentario