domingo, 28 de noviembre de 2021

La palabra EDÉN

  


La palabra "Edén" se acostumbra a emplear, en lenguaje coloquial, con el mismo significado que el vocablo Paraíso. La Septuaginta (una antigua recopilación en griego koiné de los libros hebreos y arameos del Tanaj o Biblia hebrea) tradujo la palabra hebrea correspondiente a “jardín” (gan) mediante la palabra griega parádeisos, que a su vez viene del término persa ''pardês'' que significa huerto, parque o jardín. En cambio «Edén» es una palabra cuyo origen etimológico es sumerio: "Edín" que significa "planicie", "lugar plano más allá de las tierras cultivadas". Se cree que alude a las "tierras más allá de lo civilizado" o "controlado por el ser humano", es decir: planicies salvajes, lo cual puede calzar con el concepto de un tiempo en que la humanidad vivía sin el "conocimiento". 

Sin embargo, vale aclarar que los mitos sumerios tienen su propia palabra para denominar una tierra paradisíaca que aparece en la tercera dinastía de Ur, (desde el siglo XXII a.C. hasta aproximadamente el XVIII, con la conquista babilonia) y comúnmente conocido como la historia de Enki y Ninhursag.

Este texto, de cuya tableta se conserva una copia en el Museo del Louvre, nos muestra un episodio de enfrentamiento entre los dioses que poco tiene que ver con bíblico pero que también nos habla de un paraíso similar al jardín del Edén. Este paraje ideal en la tierra recibe el nombre de Dilmun, y en él podemos encontrar todo lo necesario para que la vida transcurra sin problemas ni contratiempos de ningún tipo. Sin embargo, esta tierra está hecha por y para los dioses, y quizás sea precisamente la ausencia de humanos lo que la hace tan perfecta. En cualquier caso, así es como la describe la tablilla a la que hacemos referencia:

"En Dilmun, el cuervo no da su graznido […] El león no mata. El lobo no se apodera del cordero. […] Aquel que tiene mal en los ojos no dice: «Tengo mal en los ojos» […] La vieja no dice: «Soy una vieja»; el viejo no dice: «Soy un viejo». El cantor no suelta ningún lamento, alrededor de la ciudad[ no pronuncia ninguna endecha."

Es decir, que en ella no tenían cabida ni la muerte ni la enfermedad ni cualquier otro tipo de mal. Sin embargo, faltaba algo, un elemento indispensable para que esta «ciudad de los vivientes» pudiera efectivamente tener vida; el agua. Este elemento se atribuía generalmente en la religión sumeria a Enki, quien se encargaría de poner el colofón a esta obra divina encargando a Utu, dios del sol, que hiciera brotar del suelo una enorme fuente de la que emanase toda el agua del mundo y pudiesen proliferar así plantas y animales. 



Cortesía de Enano Cirquero



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