sábado, 27 de noviembre de 2021

LA GÜERA RODRÍGUEZ



María Ignacia Rodríguez, quien pasó a la historia de México como la Güera Rodríguez, nació el 20 de noviembre de 1778. Cobró celebridad en la alta sociedad novohispana por su esplendorosa belleza, escándalos de amoríos y excepcional inteligencia. Fue la mujer más popular de su época. El apoyo al cura don Miguel Hidalgo  y a don Agustín de Iturbide, la convierten en una  heroína, aunque poco conocida. “Fue doña María Ignacia, muy hermosa, de deslumbrante presencia. Mostró una humanidad virtuosa y pecadora, espiritual y carnal, apasionada y arrepentida, pero en todo caso caracterizada para dejar una huella profunda en el tiempo y mantener latente como viva su personalidad”.

Su belleza sedujo al joven Simón Bolívar y al célebre varón Alejandro Von Humboldt, quien dijo que “era la mujer más hermosa de cuantas había visto en el curso de sus viajes”. 

El Cronista de la Ciudad de México don Artemio de Valle Arizpe, publicó una historia novelada de su vida. Extraigo de su obra: […] “En la pila bautismal le pusieron por nombre este calendario: María Ignacia, Javiera, Rafaela, Agustina, Feliciana. En buena consonancia con tal retahíla eran sus apellidos: Rodríguez de Velazco, Osorio, Barba, Jiménez, Bello de Pereyra, Fernández de Córdoba, Salas Solano y Garfias. Fueron sus padres don Antonio Rodríguez de Velazco y Jiménez y doña María Ignacia Osorio y Barba de Pereyra”.

[…] “Se pudiera decir con justeza de esta simpática y atractiva mujer, lo que Saint-Simón ha dicho de la duquesa de Borgoña: ´Que su aire era el de una diosa posando sobre las nubes´. Todos la querían, todos se disputaban sus sonrisas’. Alguien escribió: ´Canta, danza con facilidad y destreza admirables, tiene dulce parlar, mímica expresiva y mil otras cualidades que sería superfluo enumerar”. 

De ojos bellos azules, el color de su cabello, de un oro fluido. […] “Era armoniosa de cuerpo, redonduela de formas, con carnes apretadas de suaves curvas, llenas de ritmo y de gracia; cuando caminaba y las ponía en movimiento, aún al de sangre más pacífica le alborotaban el entusiasmo”. 

Una tarde el virrey conde de Revilla Gigedo, vio a dos hermosas jovencitas, hermanas ellas, platicando con dos jóvenes a las puertas del cuartel. Se escandalizó. Llamó al padre y le dijo las casara de inmediato, para reparar el honor. Casada quedó María Ignacia con José Jerónimo López de Peralta, Villar Villamil, de rica familia, en 1794. Les nacieron cuatro hijos: Jerónimo, casado con Carmen Goríbar, María Josefa, con el conde de Regla; María de la Paz, con el Marqués de Guadalupe, y María Antonia, con el marqués de San Miguel de Aguayo. Las hijas y la madre eran tan bellas que la sociedad colonial les llamó “Venus y las Tres Gracias”. 

“No estaban muy avenidos la Güera y su marido, señor frío y cortés, debido, ¡y es razón!, a las incontenible turbulencias de ella con el ampuloso pavón don José Mariano Beristáin y Sousa, canónigo de la Metropolitana, a quien aposentó  en su misma casa, ya que en la suya propia no tenía sosiego para dedicarse a sus estudios bibliográficos con los que el señor siempre estuvo muy atareado . . . Al menos esa fue la razón que dio la Güera para llevarlo a vivir en su morada y creo que así sería y hay que acallar malignos pensamientos, no por otra cosa. Sino que, tal vez, en la biblioteca de la Güera había libros suficientes que sólo allí se podrían consultar sin llevarlos a otra parte, y muchos por recónditas razones, deberían de leerse sólo en la alcoba, dándoles calor dos personas para que resultase no sé qué. Sólo así sería fructuosa la lectura”.

“El marido, de temperamento impulsivo, a menudo le daba golpes a su gentil esposa. Hay bastantes testimonios de estas inicuas aporreadas, para ver lo caballero que era este Caballero de Calatrava. La Güera soportaba los malos tratos de su marido que le dejaban visibles moretones en el rostro y ocultos en otras partes de su cuerpo, en los que caían los rudos golpes que a todo dar le regalaba el bellaco sulfurado”. (al parecer le disparó con arma de fuego pero el disparo resultó fallido). Se pidió la separación. El marido fue pasado con su regimiento a Querétaro y murió en 1805. 

La gente sacaba filo a la lengua. Hablaban de amoríos de La Güera con el canónigo Ramón Cardeña y Gallardo; decíanle “el Cura Bonito”. Capellán de Honor del rey Carlos IV, la reina doña María Luisa de Parma, con fama de ligera de cascos “lo quiso hacer suyo”. Súpolo don Manuel Godoy, amante de la reina, y lo expulsó de España. En México entró en relación con La Güera. Pero acusado de adicto a la Independencia, la Santa Inquisición lo recluyó en sus mazmorras.   

Nuevamente casó la Güera, ahora con un señor de avanzada edad, pero acaudalado, don Mariano Briones, “. . . que era el nombre y apellido de este septuagenario caballero, que tenía cargo muy principal en el gobierno.” “Se casaron pero poco duró esa felicidad. En vida feliz y maridable pasaron unos meses, pues poco tiempo vivió don Mariano Briones; se dijo con visos de verosimilitud, que la Güera, sin querer, en una vuelta que dio en la cama, le quitó de repente las cobijas en una noche helada, dejándolo largo rato al aire y que con esto tomó frío el buen señor, y ya se sabe y lo asegura un adagio, que viejo que se destapa sólo la muerte lo tapa. Y otro afirma y no miente ni falla tampoco, que casamiento en edad madura, cornamenta o sepultura. Y para no desmentir al pobre don Mariano la verdad de esos proloquios, fue a dar a la huesa con sus huesos caducos, después de unos meses de matrimonio que supo apurar con ansia de ardoroso amador”. 

Doña María Ignacia quedó embarazada. Los parientes de su marido dijeron que ese preñado era sólo artificio para recibir el grueso caudal del difunto. Cercano el momento del parto, la Güera hizo entrar a su alcoba hasta seis señores, sentados enfrente, para que testificaran el parto. Nació una niña, la llamó Victoria, nombre simbólico de la muy grande que había obtenido sobre sus contendientes.  La niña murió al poco tiempo.

“Doña Ignacia atrajo luego a don Juan Manuel de Elizalde, chileno de nación, bien portado él, con mucho señorío. Con él se amarteló la fogosa dama. Hombre de fortuna, tenía paso franco al Real Palacio. La donairosa  dama casó por tercera vez. Don Juan Manuel, muy enamorado, no miraba sino por los dulces ojos de ella. Al fin sosegó su vida la Güera Rodríguez”. Sus últimos años los dedicó a actividades piadosas, dentro de la Tercera Orden de San Francisco. Murió en la Ciudad de México el 1ro. de noviembre de 1850”. 

Don Juan Manuel amó tanto a su esposa, que en enviudando, se hizo sacerdote, se encerró de por vida en el convento de la Profesa. A una de las imágenes de la Virgen donó las joyas, entre muchas, “una límpida catarata de diamantes”.  Murió anciano, de 80 años, en 1876.




Cortesía de RICK el MONGOLITO



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