La historia nos ha enseñado que los cultos muestran susceptibilidad a convertirse en grupos realmente aterradores. De vez en cuando, estas organizaciones vienen a constatar que los seres humanos son capaces de realizar actos abominables en nombre de sus creencias. Y cuando aparece un líder lleno de carisma que va recogiendo fieles dispuestos a todo para demostrar su devoción, se genera la fórmula perfecta para la tragedia. Al final, una y otra vez, los que conocemos estos hechos desde afuera siempre terminamos preguntándonos: ¿cómo pudieron llegar a tanto?
La misión de Roch Thériault era muy simple: escapar junto con todos sus seguidores de un apocalipsis que sucedería en cualquier instante.
A muy temprana edad, Thériault dejó sus estudios y mostró fascinación por las enseñanzas bíblicas. Bajo un supuesto “llamado divino”, imploró a sus padres que le permitieran cumplir la misión sagrada que Dios le había encomendado. Por extraño que parezca, los padres fueron convencidos por su hijo y con tan sólo 12 años Roch Thériault dedicó su tiempo exclusivamente a estudiar el Antiguo Testamento.
Seis años después, Thériault terminaba de escribir una obra repleta de ideas polémicas sobre lo que Dios anhelaba para la raza humana. Se había convencido de que en cualquier momento se desataría una guerra entre el bien y el mal, y producto de este conflicto sucedería el Fin de los Tiempos: el apocalipsis bíblico que destruiría a la Tierra y del que sólo saldrían bien librados los elegidos.
Orígenes de la secta de Roch Thériault.
Cuando cumplió los 20 años se unió a los adventistas del séptimo día y empezó a seguir su doctrina de forma muy estricta: prohibido consumir cualquier tipo de droga, incluso tabaco y alcohol, así como alimentos procesados. Pasaba sus días haciendo oración para que el momento de enfrentar las adversidades llegara pronto. Thériault estaba ansioso por poner a prueba el llamado divino.
personalidad de Roch Thériault era profundamente carismática y persuasiva. Figuraba como un excelente orador que seducía a quienes lo escuchaban con su particular forma de hacerse oír, era un sujeto que realmente entendía la forma de comunicarse con los demás. Sus discursos parecían elaborados por un lunático, pero cuando eran pronunciados por Thériault adquirían lógica y parecían verdades absolutas. Las personas solían congregarse para escucharlo y no faltaba aquel dispuesto a creer en todo lo que decía.
Las profecías aterradoras.
Las profecías que elaboró sobre el supuesto Fin de los Tiempos estaban repletas de detalles, siempre abogaba a la escenificación y toda clase de recursos dramáticos para divulgar cómo sería este apocalipsis. Su discurso podía ser delirante, pero al mismo tiempo resultaba seductor e impresionante. Hablaba de tempestades de fuego, de campos de exterminio, de muertes incontables y ejércitos comandados por el Anticristo. Las personas solían escucharlo, y muchos eran embaucados por estas profecías aterradoras.
Mientras daba un seminario de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, convenció a un grupo de individuos de abandonar sus empleos para constituir una nueva religión basada en sus excéntricas creencias. Thériault rompió su relación con los adventistas, que para entonces ya dudaban de la cordura de este hombre. Sobre todo porque en cierta ocasión irrumpió en medio de un culto y acusó al ministro de ser una “personificación de Satanás”.
Por si fuera poco, lo amenazó con dejar caer el poder de Dios que emanaba de sus manos. Aquel acto resultó tan convincente que el pastor fue víctima de un ataque epiléptico, situación que varios fieles entendieron como una manifestación del demonio. Los adventistas se pusieron furiosos y, por considerarlo un hombre inestable, lo expulsaron de la religión, pero Roch Thériault no se mostró afectado en lo absoluto.
Los “Niños del Hormiguero”.
Los Niños del Hormiguero (Children of the Ant Hill) nacieron a partir de este primer grupo de fieles adventistas que siguieron a Thériault, y les otorgó el nombre como un símbolo de la característica fundamental en la comunidad que planeaba construir. Los Niños del Hormiguero se convertirían en obreros incansables con el único objetivo de crear su propio ambiente para lograr que prosperaran frente a las adversidades, de forma que les permitiera sobrevivir al apocalipsis que se acercaba.
Cuando integró la comunidad, Thériault empezó a hacerse llamar “Moisés”, nombre que parecía ad hoc a la imagen que pretendía personificar. Igual que el profeta de la Biblia, Roch se dejó crecer el pelo y la barba, vestía toga y sandalias, y solía ir a todos lados con un báculo pastoral. La imagen de aquel hombre se convirtió en la de una autoridad casi divina, sobre todo por sus hirientes ojos de un azul vibrante y sus casi dos metros de altura, sin mencionar su potente voz. Para cualquier efecto, era la viva rencarnación de Moisés.
La utopía religiosa de Thériault se vio consolidada en el año de 1977 en la provincia de Quebec, Canadá. En la concepción inicial, los principios rectores de la secta eran que los Niños estarían libres de pecado y gozarían de igualdad y unidad. Sin embargo, estos nobles objetivos fueron socavados desde el principio.
Una nueva vida.
Se orientaba a los fieles para que abandonaran todo aquello que los relacionaba con su vida anterior, no sólo renunciaban a los bienes materiales y su modo de vida, también debían romper lazos con familia, amigos y conocidos. Se consideraban renacidos gracias a un extraño ritual de bautismo que encabezaba el propio “Moisés”, y consistía en practicar cortes en diferentes partes del cuerpo de los iniciados para que el profeta bebiera su sangre.
El renacimiento espiritual también implicaba que recibieran un nuevo nombre elegido por Theriault. Tenían estrictamente prohibido regresar a su vida anterior, y “sólo la muerte los liberaría de su elección”. La atmósfera que se respiraba en la secta era de paranoia total, sobre todo desde el primer día cuando se les advirtió que jamás deberían usar o atender por el nombre al que habían renunciado tras el bautismo, o de lo contrario se harían merecedores de un castigo ejemplar.
Las reglas extremas al interior del culto.
Se les proporcionaba una vestimenta bastante simple de lino parecida a una bata que debían cuidar con mucho esmero, conservándola limpia e inmaculada para los rituales del día. Un castigo esperaba a los que ensuciaban esta prenda. También recibían un traje para trabajar y sandalias que debían usar siempre que ingresaban al campo.
Las mujeres tenían prohibido cortarse el pelo, mientras que los hombres debían dejarse crecer la barba como su líder. Tampoco se bañaban, no podían hablar sin permiso, estaba prohibido reír y comer fuera del horario establecido. Los fieles tampoco podían ausentarse de las reuniones y los cultos de Moisés.
El régimen que se impuso a esta comunidad fue extremo, por decir lo menos.
Explotación laboral y esclavitud.
Los Niños del Hormiguero se encargaban de la siembra y la cosecha. Subsistían de la tierra y vendían casi toda su producción en una granja que había sido adquirida por Thériault gracias a las donaciones de los que patrocinaban la secta. No se les permitía disfrutar el fruto de su trabajo, pues toda la producción era propiedad del colectivo y quien tenía la última palabra sobre el destino de estas verduras y legumbres era Moisés, lo mismo sucedía con la leche que ordeñaban o el pan que horneaban.
Los alimentos eran racionados en cantidades mínimas y los castigos solían disminuir todavía más la parte que correspondía a cada individuo. Araban y trabajaban en el campo sin descanso, de sol a sol y a veces incluso por las noches, pues según el profeta la pereza era el primer indicio del pecado. No era raro que los fieles se desplomaran desmayados debido al extenuante trabajo físico.
Un culto gobernado por la paranoia y el miedo.
Seguramente te estás preguntando por qué las personas simplemente no se iban del lugar. Fácil: además del lavado cerebral, el régimen impuesto por Thériault y sus seguidores creaba una dependencia total de la comunidad. Los miembros de la secta fueron condicionados a creer que no quedaba nada más allá del Hormiguero y que el mundo exterior sería todavía peor que la realidad que experimentaban en ese momento. Por si fuera poco, el grupo estaba completamente dominado por la paranoia. Abundaban los espías e informantes.
Aquellos que delataban a los transgresores ganaban ciertos beneficios, cosas tan simples como una ración extra de comida o una palabra simpática de Moisés. Y aceptaban los castigos con total resignación, creyendo que el tormento los haría más fuertes y puros. Como resultado, se instauró un ciclo vicioso en el que cada miembro era totalmente condicionado a una dinámica que aplastaba la voluntad propia y eliminaba cualquier sentido de individualismo en nombre de la comunidad.
Sin lugar a dudas, Roch Thériault logró construir un hormiguero con seres humanos.
Nuevos fieles.
La inteligencia de Thériault le permitía embaucar nuevos seguidores mostrándoles una imagen de la secta totalmente diferente a la realidad. Elegía cuidadosamente a los miembros que lo acompañaban al “mundo del pecado” y los instruía para que nunca revelaran las condiciones que prevalecían al interior del grupo. El Hormiguero estaba delimitado por cercas y nadie tenía permitido de ingresar o salir sin autorización expresa del profeta.
En el mundo exterior se presentaba como un líder gentil y afable, un iluminado que seguía atrayendo incautos.
Roch Thériault: un falso profeta por el camino del mal.
Un día, Moisés convocó a toda la congregación para informar que había experimentado una nueva visión sobre el Fin de los Tiempos, una premonición en la que el fin estaba más cerca de lo que imaginaba. Por eso, los fieles debían intensificar las jornadas laborales para que todo quedara listo en tiempo y forma. Esto se tradujo en una mayor cantidad de trabajo, raciones aún más pequeñas y castigos más severos.
Si cualquier seguidor se atrevía a expresarse durante una tarea, recibía una cachetada frente a todo mundo. Si mostraba signos de fatiga podía ser arrastrado a una cabaña donde era encerrado. Hablar o rebelarse contra el profeta significaba un castigo todavía más severo como ser atado y colgado del techo, que los cabellos fueron arrancados a tirones, o ser arrojado a la fosa séptica comunitaria.
Tortura y sufrimiento.
Sin embargo, los castigos más brutales estaban reservados para aquellos que intentaban escapar o dejar la secta. Con mazos que colgaban de sus cinturones, los seguidores más fieles y fanáticos de Moisés reprendían a los que pensaban abandonar la comunidad. De acuerdo con testimonios de las personas que vivieron en el Hormiguero, manos y pies de más de un miembro de la secta fueron aplastados por pesados mazos que les rompían los huesos dejando heridas terribles.
Había una tortura especialmente reservada para aquellos esclavos rebeldes que intentaban escapar. Consistía en atar al pobre desgraciado y poner entre sus pantorrillas un tocón de madera que hacía las veces de separador. A continuación, un verdugo armado con un mazo proporcionaba un potente golpe que terminaba partiendo el hueso del pie de tal forma que caminar se hacía un acto imposible durante meses.
Una vez que la persona era inmovilizada, pasaba por un nuevo lavado cerebral para que se adecuara a la rutina del Hormiguero.
El aislamiento geográfico de la secta.
Después que dos miembros de la secta casi consiguieran huir, Thériault tomó la decisión de mudar su culto a una nueva ubicación. Justificó este cambio mediante una nueva profecía: el mundo llegaría a su fin en 1979. Según Moisés, Quebec quedaría cubierta por fuego y azufre, y se encontraban demasiado cerca al sitio de la destrucción. Necesitaban trasladar la comunidad entera al interior de Canadá, en una zona conocida como Burnt River, todavía más remota en Ontario.
1979 llegó a su fin pero el apocalipsis jamás sucedió. Roch Thériault explicó a sus seguidores que esto se debía a que personalmente había hablado con Dios para que diera una segunda oportunidad a los pecadores. Inculcó en la mente de los seguidores la idea de que si el Hormiguero resultaba exitoso tal vez, y sólo tal vez, el mundo recibiría el perdón divino.
Para esa época la comunidad ya estaba bien establecida en Ontario. Abastecida por otra granja que empezó a generar utilidades, Thériault tenía recursos de sobra para mantener la autosuficiencia del Hormiguero.
La perversión de los principios religiosos.
De forma gradual, Moisés fue modificando la doctrina del Santuario Sagrado. Empezó a otorgar ciertos beneficios a los seguidores más fieles y a contraer matrimonio con las mujeres de la comunidad que eran de su agrado.
Y ya no sólo se consideraba un profeta iluminado por Dios, empezó a presentarse como su hijo. En sus propias palabras. “no había nada más justo y correcto que él, como hijo de Dios, dejara herederos que se convertirían en la semilla del Linaje Sagrado tras el apocalipsis”.
A partir de entonces, Moisés disfrutó los placeres de un verdadero harem de concubinas, muchas de las cuales ya estaban casadas con otros miembros de la secta a los que no importó prestar a sus esposas en nombre de la “misión sagrada”. Roch Thériault habría procreado un total de 26 hijos con las mujeres de la comunidad.
Lo peor es que este sujeto también abusó sexualmente de los menores de edad bajo su dominio, sin distinción de género. Las atrocidades de Thériault llegaron a tal grado que se casaba con estos pequeños y obligaba a la congregación a ser testigo de las relaciones íntimas. Si alguien lo interrumpía o protestaba, la persona era retirada y castigada.
Aquellos seguidores más cercanos y fieles empezaron a recibir beneficios parecidos a los de su profeta, les permitió que se casaran varias veces así como tomar las esposas e hijos de los que se revelaban.
La rebelión y el terrible castigo a los traidores.
Cuando la previsión del apocalipsis falló, algunos seguidores empezaron a cuestionar las ideas del profeta. Al descubrir esta conspiración en su contra, reaccionó de forma brutal. Los miembros de la secta involucrados fueron reducidos y atados, a continuación los trasladaron a una cabaña diseñada especialmente para imponer los castigos. Adentro, Moisés se convertía en un cirujano.
Los rebeldes eran completamente inmovilizados y, sin anestesia de por medio, eran víctimas de “operaciones” realizadas por el propio Thériault. Sobrevivientes y testigos aseguraron que durante estas expiaciones, Roch Thériault se valió de una amplia gama de herramientas entre las que se incluían serruchos, alicates, cuchillos e incluso sopletes.
El hombre cercenaba dedos u orejas, removía piezas dentales o cortaba brazos y piernas sin ningún tipo de remordimiento. El castigo era decisión del propio líder, quien ponderaba la gravedad de la transgresión hecha por cada individuo. Si alguien intentaba escapar podían cortarle el pie con un serrucho. A aquellos que robaron comida, les cercenaron una mano. Los que hablaban demasiado, pasaban por una extracción de lengua con un alicate al rojo vivo. Y los que comían de más, eran castigados con un embudo en la boca a través del cual vertían excremento.
Locura, fanatismo y devoción.
La locura y el grado de perversidad en el Hormiguero no hacían más que aumentar. Se dice que Theriáult ordenó a sus discípulos atar a los niños a los troncos de los árboles, untarlos con miel y dejarlos a merced de los insectos. Los individuos eran puestos a prueba hasta los límites de la locura, obligados a demostrar su devoción por el profeta dislocándose el hombro con una escopeta o picándose un ojo con clavos.
Muchos fueron obligados a sentarse sobre hierros al rojo vivo. Un invierno, Moisés castigó a una adolescente por ser incapaz de procrear. Su castigo fue que la lanzaran en repetidas ocasiones a un lago congelado. Ningún acto era lo suficientemente cruel cuando se trataba de castigar.
Las víctimas fatales.
Sin embargo, lo peor aconteció cuando una de las concubinas de Theriáult se rehusó a intimar con él, quejándose de dolor en el estómago. El profeta obligó a la mujer a desvestirse, la puso sobre un altar y golpeó su estómago en repetidas ocasiones. A continuación, le practicó un enema introduciéndole un tubo de hierro por el recto, a través del cual vertió aceite de oliva.
El demente le cortó el estómago, removió partes enteras de los intestinos con sus propias manos y ordenó a un asistente que la suturara. Evidentemente, la pobre mujer terminó muriendo al día siguiente, pero Moisés consoló a la secta afirmando que la traería de vuelta con sus “poderes de resurrección”. La resurrección consistía en perforar agujeros en el cráneo de esta mujer con una broca y obligar a los hombres de la comunidad a expulsar “secreciones corporales” por estas cavidades. La mujer no revivió.
El culto se cobró a otras víctimas, como aquellas que murieron a causa de los castigos inhumanos impuestos por los miembros de la secta. Varios niños murieron en operaciones desastrosas o a causa de las pésimas condiciones de vida. Los cadáveres eran sepultados en un cementerio improvisado sin que nadie del exterior sospechara.
Children of the Ant Hill al descubierto.
En el año de 1988, Gabrielle Lavallée intentó huir del Hormiguero. La habían castigado severamente por “mala conducta”. Le retiraron 8 dientes con alicates, le quemaron los genitales y quebraron una aguja hipodérmica en su columna. Milagrosamente aprovechó un descuido y logró huir de la comunidad.
Una vez en libertad, contó la historia de lo que sucedía al interior de la secta a varios de sus amigos que la recibieron, pero la mayoría no creyó en sus palabras. Todo aquello resultaba demasiado aterrador y surrealista como para ser verdad, además la mujer parecía muy confundida. Al final, Lavallée terminó regresando a la secta y Moisés la recibió con los brazos abiertos.
Sin embargo, dado que había cometido una falta grave el profeta la castigó de forma ejemplar arrancándole un dedo y cercenando su brazo derecho con un serrucho. Algunos amigos de Gabrielle que habían escuchado su historia empezaron a mostrarse intrigados por la veracidad de la historia, así que decidieron informar a la policía lo que ella les había comunicado. Gracias a esto, los familiares obtuvieron una orden para que Gabrielle fuera liberada de la comunidad y presentada para un examen médico con el objetivo de averiguar si fue víctima de alguna agresión.
Cuando finalmente la dejaron salir del Hormiguero, sus amigos quedaron impresionados: además de las heridas que había sufrido, una parte de sus senos había sido amputada y tenía una gran herida en la cabeza, producto de un golpe con un machete cuyo objetivo era decapitarla.
Roch Thériault enfrenta la justicia.
En 1989, las autoridades canadienses invadieron por sorpresa la comunidad de los Niños del Hormiguero, convirtiendo a los seguidores restantes en prisioneros. Se temía que intentaran un suicidio masivo si eran advertidos con antelación. La granja fue inspeccionada y descubrieron las condiciones inhumanas en que vivían los fieles, muchos de los cuales creían que el mundo había sido destruido tal y como lo habría predicho Roch Thériault.
La mayoría todavía profesaba las enseñanzas del profeta, afirmando que no habían sido coaccionados o forzados de ninguna forma.
Roch Thériault fue atrapado y condenado por sus múltiples crímenes. El juicio terminó llamando la atención de la opinión pública, sobre todo por la forma en que Thériault se comportaba frente a la corte, asegurando que era superior a todos los que lo juzgaban. Una sentencia unánime lo condenó a cadena perpetua en una prisión de máxima seguridad.
El asesinato de Roch Thériault en prisión.
En el año 2011, un prisionero se dirigió tranquilamente al falso profeta y le cortó la garganta con una navaja improvisada. Cuando se entregó al carcelero dijo: “la basura está tirada en el patio. Aquí está la navaja, yo lo maté, porque no merecía vivir”. Roch “Moisés” Thériault tenía 63 años cuándo fue asesinado, y su muerte fue muy distinta a la que había imaginado como un profeta recibido en el paraíso por el propio Dios.
Lo más asqueroso es que algunos de los seguidores de Roch Thériault, quienes no fueron inculpados por los crímenes, se presentaron en el funeral. Incluso tres ex miembros de la secta intentaron suicidarse conmovidos por la muerte de su líder. Otros, aún en prisión, siguen a la espera de que el profeta Moisés los llamé al paraíso donde seguirán demostrando su devoción.
Resulta difícil asimilar lo que sucedió en la comunidad Children of the Ant Hill, y todavía más comprender lo que motivó a estas personas que terminaron rindiéndose ante un monstruo como Roch Thériault. Se trataba de personas comunes, individuos desesperados que ante la promesa de recibir una recompensa espiritual en el otro mundo, donde el dolor y el sufrimiento supuestamente no existen, aceptaron pasar por toda clase de torturas y privaciones.
Resulta escalofriante entender lo que un carisma maligno y el fanatismo ciego pueden producir.