Los gatos son vistos como los depredadores por excelencia de los roedores, al menos en la cultura popular. Y es que un estudio que empezó por mera coincidencia terminó revelando que los gatos son muy incompetentes cuando se trata de controlar a las plagas de ratas (al menos los felinos neoyorkinos).
¿Y si, como decía Oscar Wilde, “la vida imita al arte mucho más que el arte imita la vida? De acuerdo con un grupo de científicos de Nueva York, es un hecho comprobado: los gatos son pésimos cazadores de ratas.
Los gatos vs las ratas.
Bueno, al menos así lo sugiere un estudio reciente realizado con estas dos especies. Michael Parsons, el autor principal del estudio de la Universidad Fordham, documentó los hallazgos de la investigación en el periódico científicoFrontiers. Al principio, la intención de Parsons era estudiar solamente a los roedores. Pero no a los lindos y blancos ratones de laboratorio, sino a los temibles que abundan en las calles de Nueva York. Hablamos de las horrorosas ratas negras, conocidas en el argot científico como Rattus rattus.
Empezaron dando seguimiento a los animales que habitaban en un centro de reciclaje de desperdicios en Brooklyn, un auténtico paraíso para las ratas. Parsons y compañía capturaron cinco docenas de ratas. Las midieron, las pesaron e implantaron un microchip a cada animal. Posteriormente, las dejaron en libertad y los roedores regresaron al basurero. En la zona del centro de reciclaje más frecuentada por las ratas, los investigadores instalaron una serie de trampas y cámaras que detectaban la presencia de estos animales.
El comportamiento de las ratas.
Los científicos pretendían conocer a fondo el comportamiento de las ratas, que figuran como auténticas plagas en diversas zonas de Nueva York: además de diseminar enfermedades, afectan la infraestructura pública y privada y pueden llegar a invadir tiendas de alimentos, un daño acumulativo que se traduce en afectaciones por millones de dólares para los estadounidenses.
De acuerdo con el investigador, para elaborar una estrategia de lucha contra las ratas primero se debe conocer a fondo al enemigo. “Y la única forma de estudiar a una rata es atrapándola y soltándola, para que puedas observarla”, apunta en el artículo.
Sin embargo, tras varios meses de investigación encontró que gatos salvajes se habían infiltrado al lugar. Al principio, temía que el curso de la investigación se viera afectado. Pero después entró en cuenta que el destino le ofrecía una buena oportunidad.
Depredadores decepcionantes.
De hecho, los investigadores no tenían idea de cuál sería la reacción de los roedores ante la presencia de los felinos. Y es que existe poca documentación sobre la interacción entre gatos salvajes y ratas salvajes en su hábitat natural, más allá de un ambiente controlado en laboratorio. Por lo que decidieron ver qué sucedía.
Con este cambio en la investigación aparecieron nuevos objetivos: “queríamos saber si la cantidad de gatos presentes tendría alguna influencia sobre la población de ratas y viceversa”, explicó Parsons. “También queríamos descubrir si la presencia de los gatos tendría algún efecto en el comportamiento habitual de las ratas o en sus patrones de movimiento”.
Tras 79 días del experimento con gatos incluidos, las cámaras terminaron registrando 306 videos de gatos. ¿Puedes adivinar la cantidad de percusiones al estilo Tom y Jerry? ¡Apenas veinte!
Y las muertes de las ratas fueron todavía menos significativas: sólo dos. Es decir, cuando estos gatos emprendieron cacerías de ratas tuvieron una tasa de éxito miserable.
Y la desgracia no se detiene aquí: la mayor parte del tiempo, básicamente los gatos no mostraron ningún interés por las ratas. Pero así como no se convirtieron en enemigos, tampoco se hicieron amigos. Los felinos esencialmente se mostraban indiferentes ante la presencia de los roedores.
Ratas gigantes.
Parson sugiere una hipótesis para este resultado tan contradictorio: quizá las ratas eran demasiado grandes y extrañas para el interés natural de los gatos. Según el científico, los felinos prefieren presas más pequeñas, como el ratón casero (Mus domesticus) y pequeños pájaros, que normalmente no superan los 30 gramos de peso.
La hipótesis puede resultar esclarecedora pues las ratas monitoreadas pesaban un promedio de 339 gramos (casi conejos). Una rata de mayor tamaño se traduce en dientes y garras más poderosas, lo que representa un riesgo para el gato y una inversión más significativa de energía. Lo mismo que sucede con las orcas.
Las únicas dos muertes que los investigadores lograron capturar en video tuvieron lugar cuando el gato logró emboscar a una rata acorralada. Pero esto no significa que los gatos eran ignorados por los roedores: cuando los felinos llegaron al vertedero, los videos revelaron que las ratas pasaban menos tiempo a cielo abierto y tenía la precaución de buscar protección. Es decir, tenían tamaño suficiente para encarar al enemigo, pero su naturaleza las obligaba a ocultarse y huir.