Aunque seguramente muchos lo intentaron antes, el primer registro de un ser humano intentando convertir algo en oro de forma (relativamente) científica proviene del año 300 a.C. Ese científico primitivo del que hablamos era un hombre de raíces greco-egipcias llamado Zósimo de Panópolis. Se cree que durante toda su vida llegó a escribir alrededor de 30 libros sobre alquimia, aunque la mayoría se perdió al paso del tiempo.
A partir de entonces y durante aproximadamente dos mil años, científicos de renombre como Isaac Newton, Roger Bacon, Robert Boyle y Jabir ibn Hayyan intentaron fabricar oro. Aunque todos fallaron, sus trabajos proporcionaron al mundo numerosos avances en otros ámbitos. De acuerdo con el historiador científico Lawrence Principe, todos “fueron increíblemente buenos experimentalistas”.
Esto nos conduce a tiempos más modernos y a uno de los más distinguidos científicos del siglo XX del que probablemente nunca hayas escuchado: Glenn T. Seaborg.
Glenn T. Seaborg.
En el mundo de la química, Seaborg dejó de ser un científico brillante común cuando, en el año de 1980, decidió poner a prueba su loca visión de convertir plomo en oro. Pero antes, en 1941, lideró al equipo que produjo/ descubrió/aisló por primera vez en la historia el elemento plutonio. Esto lo llevó a trabajar en un programa de los Estados Unidos para hacer plutonio destinado al proyecto de la bomba atómica, un emprendimiento que posteriormente evolucionaría al misterioso Proyecto Manhattan en el que Seaborg también tendría participación.
Aunque, como muchos otros científicos que trabajaron en el proyecto, hizo presión para llevar a cabo una demostración pública de una explosión nuclear con la finalidad de intimidar a los japoneses, en lugar de utilizar la bomba contra la población civil.
A lo largo de su vida ayudó a descubrir diez elementos (a través de su creación en el laboratorio), lo que al final terminó valiéndole el premio Nobel de química en 1951. También descubrió o colaboró en el aislamiento de aproximadamente 100 isótopos, entre los más notables figura el yodo-131, que si conoces a alguien con alguna enfermedad de la tiroides (incluyendo algunos tipos de cáncer), probablemente aún esté vivo o haya vivido algunos años más gracias a éste.
Su amplia trayectoria lo llevó a convertirse en presidente de la Comisión de Energía Atómica, asesorando y trabajando junto a los presidentes de los Estados Unidos Kennedy, Johnson y Nixon. Durante el tiempo que se desempeñó en este puesto, tuvo éxito al hacer presión para que se estableciera un tratado de prohibición de pruebas nucleares, lo que llevó a desechar la práctica de probar dispositivos nucleares en la atmósfera o bajo el océano.
También abogó fuertemente por incrementar los recursos destinados a la educación científica en las escuelas, mejorar el currículum científico e incrementar los fondos destinados a la investigación científica pura. Además, figura como el único químico en la historia cuyo nombre fue destinado a un elemento mientras aún estaba con vida: el seaborgio.
Tal vez ahora entiendas porque un hombre tan brillante tuvo la loca idea de crear oro.
Fabricando oro.
En 1980, Seaborg acompañado por otros científicos emplearon un acelerador de partículas para impulsar rayos nucleares de carbón y neón aproximadamente a la velocidad de la luz en láminas de bismuto, el metal pesado que puede encontrarse en grandes cantidades de Pepto Bismol y que también se utiliza para fabricar los cartuchos de escopeta, entre otras variadas aplicaciones.
¿Por qué bismuto en lugar de plomo? Resulta mucho más simple aislar oro a partir de bismuto que de plomo.
Sobre el resultado, cuando escudriñaban en el desorden que resultó de la colisión a alta velocidad entre carbón, neón y bismuto, los físicos encontraron que habían fabricado exitosamente algunos isótopos de oro. Evidentemente, el proceso no resultó económico en lo más mínimo. De acuerdo con estimaciones del propio Seaborg, “costaría más de un trillón de dólares la onza producir oro con este experimento”. Y en una época donde el precio de la onza de oro rondaba los US$ 590, las cuentas no salían.
Pese a esto, independientemente del exorbitante costo, tras al menos dos mil años y con el esfuerzo de algunas de las mentes más brillantes que ha dado este mundo,un humano finalmente fue capaz de crear oro a partir de otra cosa.