El universo cinematográfico ha implantado en el imaginario popular una visión profundamente mítica de la Antigua Roma. Sin embargo, en la realidad esta civilización estaba menos enfocada en los paseos en carreta, las armaduras doradas y emperadores recibiendo uvas en la boca de manos de los sirvientes; los antiguos romanos desarrollaban su rutina diaria en torno a problemas serios como la falta de un sistema de saneamiento efectivo y la carencia de medicina.
A menos que pertenecieras a la monarquía, sobrevivir a un día cualquiera en la Antigua Roma era una misión ardua y mucho más asquerosa de lo que podrías imaginar. Por ejemplo, tenías que hacer cosas como…
Los participantes de las carreras de cuadrigas comían estiércol de cabra.
El estiércol de las cabras era una sustancia muy socorrida en aquella época. Como los romanos no contaban con material de curación, buscaban alternativas para proteger sus heridas.
De acuerdo con los relatos de Plinio el Viejo, contusiones y raspones eran cubiertas con estiércol de cabra. El escritor también apuntó que el estiércol de mejores resultados era aquel recolectado durante la primavera que se dejaba secar, pero que una plasta fresca de los desechos intestinales de las cabras bien podía utilizarse frente a “una emergencia”.
¿Te parece una práctica asquerosa? Pues los romanos encontraron un peor uso para el estiércol de cabra. Los individuos que participaban en las carreras de cuadrigas, un deporte sumamente popular en la Antigua Roma, ingerían esta exquisitez bajo la creencia de que les proporcionaba más energía. Una vez más, preferían utilizar estiércol seco que hervían en vinagre o trituraban para mezclarlo con otras bebidas.
Afortunadamente, hoy tenemos barras y bebidas energéticas que se alejan mucho de esto. Según Plinio el Viejo, el emperador Nerón era asiduo consumidor del estiércol de cabra.
Los romanos mantenían su higiene bucal lavándose los dientes con orina.
En la Antigua Roma, la orina era mucho más que un desperdicio. De hecho, algunas personas se ganaban la vida recolectando el líquido (tanto en residencias particulares como en baños públicos), y el gobierno llegó a gravar la venta del producto de los riñones con un impuesto especial. Entre otros usos, la orina se utilizaba en tareas tan cotidianas como, fuera de broma, lavar la ropa y los dientes.
Cuando se trataba de limpiar las prendas, había trabajadores que se metían en grandes bañeras rebosantes de orina y pisaban las togas repetidamente hasta que quedaban “limpias”. En la higiene bucal, la orina era empleada como antiséptico, pues estaban convencidos de que el líquido mantenía los dientes brillantes. Autores como Cayo Valerio Catulo, proporcionaron testimonios de que los romanos empleaban orina animal y humana para limpiarse los dientes.
Y, hasta cierto punto, esta práctica que parece tan deleznable tenía su lógica: cuando la orina se deja almacenada durante un buen tiempo, la urea termina convirtiéndose en amoniaco, una sustancia bastante común en los productos de limpieza.
Los baños públicos contaban con una sola esponja compartida.
Los baños públicos y el sistema de alcantarillado colocaban a Roma como una ciudad muy avanzada a su tiempo, pues fueron beneficios que sociedades posteriores no disfrutarían en muchos siglos. Sin embargo, no todo era perfecto.
Los expertos creen que estos lugares raramente, por no decir nunca, eran limpiados. Las infestaciones de parásitos eran algo tan común, que los antiguos romanos solían portar peines especiales para sacarse los piojos. Sin embargo, lo peor venía cuando un usuario terminaba de hacer sus “necesidades”. Cada baño público, compartido con decenas de otros individuos, ofrecía una sola esponja atada a una vara para que todos se limpiaran.
La sangre del gladiador se utilizaba como remedio.
La medicina en la Antigua Roma tenía toda clase de excentricidades. Por ejemplo, diversos autores romanos dejaron constancia de que algunas personas de la época recolectaban la sangre de los gladiadores muertos en batalla para comerciarlas como remedio. Se supone que esta sustancia tenía poder para curar la epilepsia. Sin embargo, algunos iban mucho más lejos al retirarles el hígado a estos gladiadores para consumirlos crudos.
Esta clase de remedio se volvió tan popular en la Antigua Roma que cuando se prohibieron los combates de gladiadores, las personas conservaron la práctica recurriendo a la sangre de los prisioneros ejecutados. Curiosamente, varios médicos romanos llegaron a afirmar que la extraña terapia realmente funcionaba, pues los epilépticos dejaban de sufrir ataques al beber sangre humana.
Los baños eran un lugar peligroso.
Cuando se ingresaba a un baño romano, había un riesgo latente y real de morir en ese lugar. En primer lugar, los animales que habitaban las cañerías podían ir hasta una persona atendiendo el llamado de la naturaleza y propiciarles una mordida.
Sin embargo, un problema mucho peor era la acumulación de metano que ocasionalmente terminaba incendiando o haciendo estallar el lugar. Resultaba tan peligroso que algunos recurrieron a la hechicería para intentar mantenerse con vida en los baños romanos. En las paredes de estos sitios se encontraron “fórmulas mágicas” para mantener alejados a los demonios, además que abundaban las estatuas de Fortuna, la diosa de la suerte.
Las damas frotaban piel muerta de los gladiadores en sus rostros.
Aquellos gladiadores que resultaban perdedores (es decir, que morían) eran convertidos en supuestas curas para la epilepsia, mientras que los vencedores se convertían en afrodisíacos. En la Antigua Roma, el jabón no era un artículo de uso común. La higiene corporal consistía en embadurnar el cuerpo con aceite y raspar las células muertas de la piel con una herramienta llamada estrigilo.
Entre los mortales, estos residuos simplemente terminaban en la basura, pero su destino era muy distinto cuando provenían de gladiadores. En este caso, la piel muerta y el sudor eran recolectados en recipientes que posteriormente se vendían a las mujeres como un producto afrodisíaco. Algunas damas solían frotar esta “crema” en sus rostros, con la esperanza de volverse irresistibles para los caballeros.
El arte obsceno en Pompeya.
Gracias a la erupción volcánica que sepultó Pompeya, los arqueólogos tienen la oportunidad de conocer a detalle la vida que llevaban en la época. La primera vez que echaron un vistazo a las ruinas, quedaron realmente impresionados. Había tanta arte obscena en este lugar, que durante años la ocultaron a los visitantes.
Pompeya estaba repleta de las más locas obras de arte de estilo erótico, como la escultura del dios Pan abusando sexualmente de un macho cabrío.
También es de dominio público que la ciudad estaba atestada de mujeres que practicaban la prostitución. Cuando se recorre Pompeya, no es extraño encontrar figuras de falos esculpidos en el suelo, cuyas puntas señalaban la dirección del burdel más cercano.