A mediados del siglo XIX los índices de criminalidad en Londres iban en descenso, sobre todo porque en el año de 1839 se integró la Policía Metropolitana de Londres, pero la atmósfera de temor ante el crimen era latente, sobre todo por algunos casos recurrentes de robos y homicidios y, por supuesto, la exageración de la prensa. La influencia de este último actor resultó preponderante en los casos de “garrote”, asaltos en los que el criminal estrangulaba a la víctima, frecuentemente valiéndose del brazo, un cable, cordón o trozo de tela.
Fue un fenómeno que cimbró a los londinenses generando una especie de histeria colectiva que alcanzó su punto más álgido en la década de 1860.
Los primeros reportes de asalto por garrote.
No está del todo claro el momento en que los rufianes descubrieron que podíanincrementar sus porcentajes de éxito y ganancias estrangulando a las personas hasta dejarlas sin conciencia para robarlas a voluntad, sobre todo porque en aquella época muchos crímenes no eran reportados debido a la falta de confianza en la policía entre la gente menos favorecida.
Sin embargo, cartas históricas escritas por los sobrevivientes del garrote habían sido enviadas a varios periódicos de Londres al menos desde 1850. Una teoría popular es que la práctica fue adoptada por los criminales en las embarcaciones de convictos, donde los guardias solían recurrir al estrangulamiento para deshabilitar a los criminales violentos, esperando no provocar heridas a largo plazo.
Se cree que este método tan frío y eficiente para quitar la conciencia a una persona, inevitablemente fue adoptado por los criminales que empezaron a aplicarlo en sus actividades delictivas cotidianas.
El pánico generado por la prensa.
Lo extraño sobre el garrote y la forma en que fue tan ampliamente reportado en la época, es que el fenómeno ni siquiera parecía ser tan común, incluso durante el supuesto “pánico del garrote de 1862”. ¿Entonces, por qué tanto escándalo?
Aparentemente, aunque la actividad del garrote nunca representó un problema mayor para la ciudad de Londres, los periódicos de la época vivían encantados haciendo reportes sobre el tema. Esto provocó que algunos casos aislados fueran divulgados como una escalada de violencia, al punto que los ciudadanos de Londres empezaron a creer que las calles estaban atestadas de delincuentes armados con trozos de cable buscando víctimas para estrangular y robar.
La cobertura de los periódicos sobre el garrote explotó en el año de 1862 cuando un miembro del Parlamento llamado Hugh Pilkington fue estrangulado y le robaron un reloj mientras regresaba a casa de la Cámara de los Comunes. Pilkington sobrevivió al robo, pero el incidente fue tan cubierto por los medios noticiosos que llevó al Parlamento a promover la Ley de seguridad para la violencia(conocida popularmente como Ley Garrote) en 1863.
De acuerdo con los términos de esta nueva ley del Parlamento, los criminales convictos por robo con violencia podían recibir un castigo de “más de 50 azotes” y una extensa temporada en prisión.
La “Ley garrote” y sus consecuencias.
Dando continuidad a los ataques, la acción policial se volvió más severa, presumiblemente como una forma de mostrar al público que estaban “haciendo algo” respecto al problema. Las calles de Londres fueron inundadas por policías vestidos de civil: criminales menores, como los carteristas, que antes sólo debían pagar una pequeña fianza, repentinamente se convirtieron en casos para una corte.
Entre los esfuerzos para demostrar que hacían todo lo que estaba en sus manos para detener, particularmente, los actos de garrote, la policía empezó a clasificar robos regulares e incluso peleas de borrachos como actos de garrote para inflar las estadísticas de detención. Esta práctica fue similar a la forma en que, en la década de 1930, clasificaban casos de robo como “propiedad perdida” para hacer parecer que los crímenes no sucedían tan a menudo como se pensaba.
Los ridículos inventos contra los asaltos.
Por mucho, las consecuencias más ridículas de este pánico generalizado fueron los dispositivos inventados para disuadir a los criminales del garrote. En la época se patentaron una variedad de collares con puntas filosas. Una corbata con una cuchilla cocida sobre el cuello (destinada a cortar el brazo del atacante o su herramienta en caso de que intentara estrangular al usuario) también apareció en escena.
Sin embargo, el ejemplo más extremo de la inventiva para la protección personal contra el garrote fue el dispositivo desarrollado y patentado por Henry Ball en 1858. Hablamos del “Cinturón pistola anti garrote”, diseñado específicamente para usarse en la parte trasera. Si alguien intentaba estrangularte desde atrás, se accionaba un mecanismo que descargaba la pistola justo en la sensible parte media del atacante.
No sólo se trató de un dispositivo funcional, sino que se considera una de las armas de fuego más extrañas inventadas hasta la fecha, especialmente porque sólo existen unas cuantas. Más allá de la posibilidad de impedir al atacante para que siguiera reproduciéndose, no había duda que el cinturón resultaba efectivo a la hora de prevenir los robos por garrote.
El fin de los rumores.
Aunque la prensa siguió cubriendo el tema del garrote durante toda la década de 1860, los reportes reales y verídicos sobre esta clase de robo llegan hasta 1863, justo cuando se llevaron a cabo los arrestos tras la aprobación de la Ley de seguridad para la violencia.
Como suele suceder cuando una historia termina siendo sobreexplotada, eventualmente los periódicos se olvidaron del garrote y empezaron a reportar otros tipos de crímenes, aunque desafortunadamente para sus ventas no causaron el mismo impacto entre los lectores. Así fue hasta que una serie de asesinatos en una zona de London’s East End condujo al país a otro episodio de pánico cuando Jack el destripador inició su reinado del terror en 1888.