En una época donde la fe cristiana era perseguida por poderosos gobernantes que no tenían intención de abandonar el statu quo, surgieron algunos personajes tan convencidos de sus ideas religiosas que las sostuvieron, literalmente, hasta el último aliento. A medida que sus historias fueron divulgadas y adornadas con historias fantasiosas por múltiples generaciones, y gracias al ascenso de la figura de Jesucristo en la esfera religiosa del mundo, estos mortales terminaron adquiriendo el título de santos.
Hoy te presentamos algunas figuras icónicas de esta religión cuyas leyendas rayan en lo absurdo.
1 – Santa Cecilia.
Esta mujer nació en la Roma del siglo II en el seno de una familia acaudalada, y cuando llegó a la juventud, como muchas otras damas de la época, fue prometida en matrimonio a un joven llamado Valeriano. Sin embargo, Cecilia había prometido a Jesucristo conservar su virginidad durante toda la vida y, cuando llegó el momento de consumar el matrimonio, la mujer le advirtió al esposo aquello no sucedería y que estaba protegida por un ángel en caso de que intentara algo. Como Valeriano no era ningún tonto, exigió que le comprobara la presencia de este supuesto ser celestial, pero mientras Valeriano iba Cecilia ya venía, y le respondió que el ángel sólo se manifestaría si aceptaba que lo bautizaran.
Y en este punto de la trama es donde las cosas empiezan a ponerse raras, pues se dice que Valeriano aceptó el bautizo y después de la ceremonia pudo ver al ángel. Al enterarse de esto, un hermano del hombre también aceptó unirse al cristianismo, y ambos emprendieron la misión de sepultar a cualquier cristiano que muriera por manos romanas. Totalmente motivada, Cecilia empezó a predicar y convertir a la población, al menos hasta que su fe le trajo problemas con el gobierno.
El prefecto de Roma en esa época, Turcius Almachius, no consideró que las acciones de la familia fueran algo aceptable, por lo que ordenó la ejecución de Valeriano y su hermano, mientras que a Cecilia la envió a prisión para posteriormente ordenar su muerte. El primer intento de asesinato contra Cecilia consistió en encerrarla en un baño para quemarla viva, pero la mujer no sufrió ni una sola quemadura en medio de aquel infierno. Cuando Turcius se enteró de esto, inmediatamente ordenó que le cortaran la cabeza.
La historia menciona que el verdugo golpeó en tres ocasiones el cuello de la mujer sin lograr separar la cabeza del tronco. Y, por increíble que parezca, Cecilia logró sobrevivir durante 3 días a pesar de las gravísimas heridas que le habían infringido. Se dice que durante este periodo de agonía, tuvo fuerzas para dar consejo y animar espiritualmente a los cristianos que iban a visitarla, hasta que terminó muriendo desangrada.
2 – Santa Inés de Roma.
Inés nació en Roma en el año 291, también en el seno de una acaudalada familia cristiana. De acuerdo con la leyenda, poseía una belleza sin igual y cuando llegó a la adolescencia se convirtió en objeto de conquista por parte de numerosos hombres, incluyendo personalidades importantes de Roma. Sin embargo, Inés había prometido la pureza de su cuerpo a Jesucristo, pacto que no fue de ningún agrado para algunos de sus pretendientes.
De una forma totalmente cobarde, estos jóvenes terminaron denunciando a Inés ante las autoridades romanas – no olvidemos que en esa época los cristianos aún eran perseguidos. Así, el prefecto de Roma ordenó que la joven fuera arrastrada, totalmente desnuda, por las calles de la ciudad. Y es precisamente aquí donde la historia pasa al campo de lo extraño pues, según los relatos, el cabello de Inés creció al instante y le cubrió todo el cuerpo.
Además, todo aquel hombre que se acercó a Inés con la intención de ultrajarla terminó totalmente ciego. Así, esta mártir fue condenada a morir en la hoguera, pero una vez más los verdugos simplemente no pudieron encender la pira. Al final, la pobre Inés terminó sus días torturada y decapitada por un soldado romano.
3 – Santa Margarita de Antioquía.
A diferencia de las santas anteriores, Margarita no llegó al mundo en el seno de una familia económicamente favorecida. Vivió en Antioquía entre los siglos III y IV y fue la hija de un sacerdote pagano. Su madre murió durante el parto, y una mujer que profesaba el cristianismo se convirtió en su donante de leche materna – fue por influencia de esta mujer que Margarita decidió rechazar la religión de su padre para abrazar el cristianismo.
Así, un día que Margarita pastoreaba su rebaño se encontró con el prefecto romano que, totalmente fascinado por su belleza, la abordó y le propuso matrimonio. Pero Margarita no ocultó su religión. Con la esperanza de que abandonara sus creencias, el gobernador la entregó a una noble mujer. Pero Margarita se mantuvo firme y jamás renegó de Cristo.
Se dice que la arrastraron hasta Antioquía (actual Turquía). Margarita fue torturada y encarcelada – es precisamente en prisión cuando sucede la parte más extraña de la historia. De acuerdo con la leyenda, mientras se encontraba recluida un dragón se apareció en su celda y la devoró viva. Sin embargo, gracias a un crucifijo que portaba logró rasgar el pellejo del animal desde adentro para escapar a su terrible destino.
En otra versión más light de esta misma leyenda, cuando el dragón se aparece ante Margarita, la mujer simplemente hace la señal de la cruz y el monstruo huye aterrado. A final de cuentas, incluso tras haber ahuyentado a la bestia las autoridades romanas siguieron torturando a esta joven mártir (tenía 15 años). La quemaron, la sumergieron en agua helada, la azotaron, le introdujeron clavos en el cuerpo hasta que finalmente se cansaron y le pusieron fin al sufrimiento decapitándola.
4 – San Edmundo.
Una región al este de Inglaterra llamada Anglia Oriental fue gobernada por el rey Edmundo entre los años 854 y 870. Todo funcionaba perfectamente bien para este hombre hasta que un grupo de guerreros vikingos, liderados por Ivar el Deshuesado, invadió su reino. Los saqueadores empezaron por masacrar a la población y exigir a Edmundo que se convirtiera en su vasallo, a lo que el monarca respondió que aceptaría sólo si Ivar se convertía al cristianismo.
A Ivar Ragnarsson no le agradó nada la propuesta y decidió avanzar con sus guerreros. En un acto total de fe, Edmundo soltó las armas y se entregó sin oponer resistencia. Así, los vikingos ataron al rey al tronco de un árbol para azotarlo, golpearlo y, mientras declaraba su fe, llenarle el cuerpo de flechas. De acuerdo con el relato de un monje llamado Abbo de Fleury, Edmundo parecía un erizo.
Como si esto no fuera ya suficiente, Ivar el Deshuesado decidió decapitar al rey y permitió que sus hombres se quedaran con la cabeza del monarca a fin de que no fuera sepultada junto con el cuerpo. Es precisamente a partir de aquí que la atmósfera de esta historia se vuelve extraña pues, según la leyenda, los vikingos se deshicieron de la cabeza del mártir en el bosque, pero cuando sus seguidores fueron a buscarla y empezaron a llamarla por su nombre (a mí no me pregunten por qué), escucharon una voz que gritaba “Aquí, aquí”.
Se dice que aquella cabeza parlanchina fue descubierta bajo las patas de un lobo que se habría encargado de protegerla. La cabeza fue recuperada y sepultada en el mismo lugar donde se encontraba el cuerpo de Edmundo. Muchos años después, cuando se ordenó la exhumación del cadáver para levantar una catedral sobre la tumba del monarca, encontraron que la cabeza se había pegado “milagrosamente” al cuerpo del mártir.
5 – Santa Águeda de Catania.
Águeda nació en una familia de nobles cristianos en Sicilia alrededor del año 235. Llevaba una vida feliz y tranquila en Catania (Palermo) hasta que el emperador romano Decio emitió un decreto para perseguir a todos aquellos que profesaban el cristianismo. Como era de esperarse, Águeda, bella y virgen, empezó a ser víctima de chantaje por el gobernador de Sicilia, que le prometía no entregarla a los romanos si aceptaba casarse con él.
Aquella propuesta fue rechazada y, como acto de venganza, el gobernante la envió a un burdel para humillarla. Un mes después de este castigo, descubrió que la joven seguía conservando su virginidad y decidió castigarla de forma más severa: la envió a prisión, la torturó y después le extirpó los senos. Es aquí donde la historia se pone rara pues, de acuerdo con los relatos, dado que la fe de la mártir jamás se quebrantó, el propio San Pedro y un ángel la visitaron en su celda.
Las heridas en sus pechos fueron sanadas por completo – y la milagrosa recuperación de Águeda terminó irritando aún más al gobernador, que decidió torturarla un poco más. La habrían sometido al infame “potro”, un dispositivo de tortura que tiene como fin estirar el cuerpo de la víctima, también la obligaron a rodar sobre cristales rotos y brasas incandescentes.
Se dice que cuando la mártir estaba al borde de la muerte, un terremoto devastó la ciudad y terminó matando a los amigos más cercanos de gobernador. Aterrado, ordenó que Águeda fuera regresada a su celda, donde finalmente terminó sucumbiendo ante las terribles heridas.