36 niños y 2 adultos perdieron la vida el 18 de mayo de 1927 después que una bomba cronometrada estallara en el sótano de una escuela en la localidad estadounidense de Bath, en Michigan. El ataque, perpetrado por Andrew Kehoe, nueve décadas después figura como el atentado más mortífero a una escuela en los Estados Unidos. Ese día, el pueblo de Bath con sus 300 habitantes quedó conmocionado al convertirse en el escenario del ataque más letal y sofisticado nunca antes perpetrado contra una escuela en territorio estadounidense.
Andrew Kehoe.
Kehoe era un miembro distinguido de la sociedad local, poseía una granja y participaba como tesorero en el consejo de educación de la ciudad. Fue el más pequeño de diez hermanos, se tituló como ingeniero eléctrico y ejerció la profesión durante algunos años antes de casarse, momento en que se mudó a la zona rural. Los vecinos lo describían como un hombre meticuloso e inteligente que solía vestir camisas sin una sola arruga e inmaculadamente limpias, también era conocido por tratar con aspereza a empleados y animales.
En el año de 1911, tuvo un accidente y resultó gravemente herido de la cabeza, motivo por el que pasó más de dos meses en estado de coma. Aunque varias personas han sugerido que este accidente pudo haber generado algún tipo de inestabilidad mental en Kehoe, hay muy pocas evidencias que sustenten la hipótesis, sobre todo porque en esa época la neurología estaba muy limitada.
De acuerdo con lo publicado por Arnie Bernstein, autor del libro Bath Massacre: America’s First School Bombing, en los meses previos al ataque la situación financiera de Kehoe se volvió algo complicada. Además de haber perdido la elección para un cargo público, la hipoteca de su propiedad se había hecho impagable y estaba a punto de perderlo todo.
Peor aún, su esposa había enfermado de tuberculosis por lo que tenía que acudir frecuentemente al hospital, pero Kehoe no tenía dinero para pagar las consultas. Solía refugiarse en la soledad durante largos periodos de tiempo, y frecuentemente olvidaba cosechar el maíz que había sembrado. En el mes de noviembre de 1926 había adquirido 4 cajas de dinamita y, un mes después, se hizo de un rifle y munición.
El día del ataque en Bath.
La mañana que perpetró el atentado, Kehoe se mostraba perfectamente tranquilo. El testimonio de una mujer dio cuenta de la forma tan calma en que estacionó su Pick Up en la calle y la saludó educadamente con el sombrero. Desde hacía varios días, aquel hombre tranquilo había instalado diversas cargas de dinamita en el sótano de la escuela local.
Asistía de forma regular a este lugar pues sus atribuciones como tesorero implicaban realizar el pago a los profesores, así que a nadie le pareció extraña la presencia de Kehoe en la escuela, y mucho menos en el sótano, pues en el pasado había utilizado su conocimiento en instalaciones eléctricas para realizar diversas reparaciones de forma gratuita.
Una vez que terminó de instalar las cargas de dinamita y cablear la instalación, conectó un reloj a los explosivos y programó la detonación a las 8:45 a.m. Hizo lo mismo en su casa y en las otras construcciones que tenía en la granja. Estas explosiones prácticamente se suscitaron de forma simultánea. El saldo total de muertes fue de 36 niños, dos profesores, su esposa y sus caballos.
Cuando los primeros equipos de rescate llegaron a la escuela, Kehoe se subió a su camioneta, con la dinamita restante en la caja, se acercó a la multitud y detonó los explosivos forma manual. La explosión del vehículo terminó matándolo a él, al director de la escuela y a otros 3 socorristas.
Los trágicos resultados del atentado.
El saldo total fue de 44 muertos y 58 heridos – cifra que, hasta nuestros días, figura como la peor masacre en una institución educativa en la historia de los Estados Unidos. En 2007, un tiroteo en la Universidad Virginia Tech se cobró la vida de 33 personas. En el año 2012, el tiroteo en la escuela Sandy Hook terminó con 27 muertos.
La revista Smithsonian recuperó los reportajes que The New York Times y The Boston Globe hicieron sobre el atentado en aquella época. El primer periódico terminó culpando de la tragedia a la hipoteca. El segundo, apuntó supuestos problemas mentales causados por el accidente que había tenido Kehoe hacía más de 10 años.
Sin embargo, Bernstein no encuentra lógica en ninguna de estas explicaciones. “La conclusión de la investigación asegura que el hombre actuó de forma racional todo el tiempo. Y realmente debes ser racional para llevar a cabo un plan como éste. La verdad es que no existe un motivo”.
En esa época, entre voluntarios y curiosos terminaron sumando más de 50,000 personas que abarrotaron las pequeñas calles del pueblo causando inmensos congestionamientos viales. La escuela fue reconstruida y se mantuvo en funciones hasta la década de 1970, cuando fue demolida. Hoy no queda más que un monumento en el lugar original de la tragedia.