Imponentes pirámides devoradas por la selva, palacios sumergidos y templos sepultados por el desierto. Son vestigios de civilizaciones que alguna vez gobernaron sobre la tierra y, al igual que nosotros, se preguntaban cuál sería su destino. Para la mayoría de antiguos habitantes de estas ciudades, hubiera parecido improbable el destino que tendrían sus hogares al paso del tiempo. Échale un vistazo a cinco importantes ciudades del pasado que terminaron abandonadas, olvidadas y redescubiertas tras cientos de años.
Palacio Cliff.
Enclavado en el peñasco más alto de Norteamérica, en las inmediaciones del Parque Nacional Mesa Verde, podemos encontrar unas ruinas conocidas como Palacio Cliff, pertenecientes a un complejo edificado hace aproximadamente 1300 años por el pueblo de los anasazi. La ubicación del complejo en este lugar atendía a motivos puramente estratégicos: como este pueblo nativo no era numeroso, requería una visión aventajada de sus dominios para prevenir los ataques de los ancestros de los indios navajos, sus enemigos declarados.
Previo a la edificación de un conjunto integrado por 600 edificios, los anasazi tendieron una red de caminos de 10 metros de ancho que se extendía a lo largo de 300 kilómetros cuyo objetivo era permitir el acceso al peñasco a través de un valle inferior. Asimismo, las viviendas quedaron conectadas a este camino principal a través de una serie de rampas y escaleras que fueron talladas en la roca. Básicamente, aquellas primitivas moradas consistían en torres de tres niveles que contaban con recámaras, salas y terrazas de observación.
Coníferas ubicadas a 110 kilómetros de distancia en una cadena montañosa, proporcionaban la madera que utilizaban como vigas estructurales. Según los arqueólogos, los anasazi llegaron a talar y transportar 200 mil árboles de esta clase, tal vez por tierra o por agua. Por otro lado, la argamasa utilizada para el revoque se fabricaba a partir de piedra caliza, ceniza, agua y arcilla.
En el siglo XVI, cuando los colonizadores españoles llegaron al área, los descendientes de los anasazi ya no vivían en el palacio, sino en aldeas cercanas mucho más accesibles. Algunos de los nativos, que se mostraron amistosos al inicio de la conquista, contaron a los extranjeros que entre las rocas más altas de aquel lugar vivían sus ancestros. Estos relatos se confirmaron durante las excavaciones de 1970, década en la que se encontró un gran número de piezas cerámicas, instrumentos musicales, joyería y artículos ceremoniales.
Los últimos anasazi, aunque poseían cierta noción sobre sus orígenes, prácticamente desconocían lo que había sucedido con sus ancestros. En la actualidad, se cree que una serie de sequías prolongadas afectó la producción de suministros para los pobladores. La comunidad que vivía alrededor del palacio terminó yendo hacia otros lugares; sin embargo, aquellos habitantes más fieles a sus gobernantes terminaron pereciendo con la ciudad.
Mohenjo Daro.
En Pakistán, cerca de la frontera con India y en el valle del río Indo, emergió este importante centro administrativo del Imperio Harappa, que alguna vez fue más grande que Mesopotamia y el Antiguo Egipto juntos, llegando a abarcar 1.5 millones de kilómetros cuadrados.
En la parte superior del complejo, protegidos por una serie de torres de vigilancia, habitaban los miembros más nobles de la sociedad que gozaban de envidiables privilegios como templos, mercados, salones de fiesta, amplias residencias y piscinas termales. Todo esto se sostenía gracias a la población de zonas más bajas, que vivía principalmente del comercio y la agricultura.
El pueblo de los Harappa hacía énfasis en la higiene y llegó a levantar grandes plazas que albergaban baños públicos y almacenes de agua. Sin embargo, cuando Mohenjo Daro fue descubierta en el año de 1922, un complejo sistema de drenaje dejó maravillados a los arqueólogos. En casi todas las viviendas encontraron un baño, pozos de agua y sitios especialmente destinados para el descarte de basura. Las instalaciones urbanas eran tan avanzadas como aquellas que aparecerían dos milenios y medio después en Roma.
En torno al año 1800 a.C., los habitantes de Mohenjo Daro desaparecieron misteriosamente sin dejar mucha evidencia sobre el idioma que hablaban o los personajes que los gobernaban (se cree que los invasores terminaron destruyendo todo tipo de registros y reliquias).
De acuerdo con algunas hipótesis, la caída de esta ciudad pudo deberse a una serie de inundaciones que terminó dañando severamente sus diques, o tal vez por una combinación letal de tres siglos de sequía que terminaron secando el río Sarasvati, vital en la zona, y la invasión de un pueblo enemigo.
Tikal.
El significado que recibe el nombre de esta ciudad es “lugar de las voces”, y su historia empieza 2500 años antes de su fundación, período en que la civilización olmeca se desplazó de Norteamérica a las tierras más bajas que actualmente comprenden territorio guatemalteco. En esta zona, los olmecas establecieron sus aldeas y posteriormente los mayas, sus descendientes, desarrollarían estos lugares al punto de convertirlos en un importante centro administrativo y religioso de la cultura.
No se sabe si Tikal tenía vida autónoma respecto a las otras aldeas o funcionaba como capital de algún imperio. Además de los santuarios, las ruinas de este lugar incluyen 60 kilómetros cuadrados (en 100 cuadras) de construcciones avanzadas de palacios y pirámides, motivo por el que se presume que allí vivía una élite numerosa conformada por sacerdotes y jefes militares, acompañados de sus familias. La población de menor rango social, principalmente los campesinos, vivía en la periferia.
Durante este periodo, los mayas solían reunirse en los auditorios donde se entretenían con juegos de pelota y presentaciones teatrales que financiaba la nobleza, pues consideraban de vital importancia entretener e impresionar a sus súbditos para mantener la unidad del pueblo (y la ciudad segura). En plazas al aire libre se hacía referencia a las hazañas de los caciques. Las largas calzadas funcionaban como sitio ideal para el comercio de hortalizas, animales para el consumo humano y otros artículos.
La etapa de oro de los mayas llegó a su fin con la llegada del primer milenio. Una serie de inscripciones talladas sobre varios monumentos de roca dejan en claro que la convivencia entre los habitantes de Tikal y sus vecinos se fue haciendo cada vez más hostil a lo largo de aproximadamente cuatro décadas. Posterior a esto se suscitaron guerras y atentados que terminaron dispersando a la población, y al final la ciudad terminó abandonada.
En 1492, cuando Cristóbal Colón llegó a América, los exploradores europeos descubrieron las antiguas ruinas mayas totalmente devoradas por la selva tras siglos de abandono. Sin embargo, como una forma de desestabilizar a los nativos, los conquistadores españoles terminaron incendiando todo el lugar. Al final no quedaron más que 9 kilómetros cuadrados, cuya preservación y estudio empezó en el año de 1848.
Acrotiri.
En las montañas rocosas de Santorini, en una región que antiguamente se conoció como Thera, es posible encontrar las ruinas de este sitio arqueológico. Se estima que la civilización minoica edificó Acrotiri, un importante centro urbano en las costas del Mar Egeo, durante la Edad de Bronce. Aquí vivía una sociedad cuya jerarquía se dividía en tres clases: una poderosa élite, militares y trabajadores (agricultores, herreros y artesanos).
Con enormes recursos, esta ciudad contaba con calles pavimentadas, templos, lujosas residencias y un puerto bastante activo. Aquí vivían los grandes terratenientes, militares de alto rango y la clase política que poseían un control total sobre la población y se encargaban de decretar las leyes. Como tenían todo lo que necesitaban para vivir a sus anchas, no se preocupaban por conquistar a otros pueblos.
Sin embargo, aquel mundo de perfección y abundancia sufrió un revés en torno al año 1650 a.C. por culpa de tres pequeñas erupciones volcánicas y los subsecuentes sismos que terminaron echando abajo la mayoría de construcciones en la isla y obligaron al desalojo. El arqueólogo que realizó el descubrimiento de la ciudad en el año de 1967, Spyridon Marinatos, cree que este periodo de decadencia se extendió durante cinco décadas, pues los ricos intentaban salvar a toda costa las zonas que habían sido afectadas.
La situación se volvió mucho más grave: entre 1627 y 1600 a.C. se suscitó una erupción volcánica, diez veces más poderosa a la que atestiguaron los humanos con el Krakatoa en 1883, que terminó cubriendo la zona con una espesa capa de lava, roca y ceniza. Destruyó los vestigios de la civilización en el lugar y ocultó los rastros de la actividad humana durante siglos. Aquel fenómeno fue tan violento que la zona costera desapareció, devorada completamente por una serie de tsunamis y una columna de humo y hollín que se extendió por todo el hemisferio norte.
Timgad.
La avenida principal de la ciudadela, en la provincia de Batna, empezaba justo bajo un enorme arco del triunfo. Fue precisamente en este lugar que el explorador escoces James Bruce encontró los primeros vestigios del Imperio Romano en Argelia allá por el año de 1765. El emperador Trajano fundó Timgad pretextando que serviría como un sitio de retiro para los veteranos de guerra. Sin embargo, su verdadera intención era debilitar a las tribus de la región e instalar una base que le permitiera proteger las rutas comerciales.
Aquello que parecía un simple campamento militar se extendió más allá de sus muros a lo largo de cinco décadas y, gracias a la mano de obra africana, se convirtió en una importante ciudad con autonomía. La mano de obra de los nativos, dedicados a la producción de granos, vino y aceite para enviar a Roma, era pagada con la ciudadanía romana. Poco a poco fueron obteniendo puestos importantes en la cadena de mando y se hicieron mayoría.
La ciudad se encontraba envidiablemente diseñada y los romanos pretendían garantizar la igualdad entre sus habitantes. Entre aquellas estrechas calles podían encontrarse baños públicos, tabernas, casas, un templo dedicado al dios Júpiter, un teatro con espacio para 3,500 personas y hasta una biblioteca. Pero cuando Roma empezó a debilitarse en el siglo V, los barbaros que vivían en las montañas Aurés, llevaron a cabo una serie de saqueos e invasiones al lugar.
Cuando los cristianos encontraron la ciudad abandonada en el 535, la tomaron. Sin embargo, los musulmanes habrían de instalarse en Timgad durante el siglo VII gracias a las guerra civiles promovidas por agricultores molestos a los que la Iglesia les quitaba tierras y cobraba impuestos abusivos. Devastada, Timgad quedó en el olvido y se mantuvo oculta en el desierto durante un milenio.