Para la mujer refinada de la alta sociedad que habitó en Europa durante el siglo XVI, los rayos del sol podían convertirse en un gran enemigo. El bronceado, sobre todo en el rostro, podía significar un auténtico desastre para la vida en sociedad. Más allá de la estética, una persona con el rostro asoleado se traducía en que había trabajado bajo el sol y, en consecuencia, que era pobre.
Visard: la máscara de las damas.
Un visard no era otra cosa que una simple máscara de tela. Se fabricaban con terciopelo y al interior iban una o dos capas de papel de seda. La extensión de estas máscaras ovales cubría a la perfección el rostro, desde la frente hasta la parte inferior de la boca, acomodándose sobre la nariz y con un par de pequeños agujeros para los ojos así como una abertura en la boca.
Debido a la sencillez de esta pieza, son pocos los visards que lograron sobrevivir al paso del tiempo; sin embargo, la pieza se documentó a través de algunos textos de la época y mediante pinturas que muestran su uso.
Daventry.
Una de las piezas mejor conservadas es la “Máscara Daventry”, que fue descubierta oculta en la pared de una construcción en la ciudad de Daventry, Northamptonshire, en Inglaterra. Se cree que la máscara fue propiedad de una dama de la alta sociedad que podía permitirse una pieza forrada con terciopelo negro de alta calidad.
La máscara contiene tres capas de papel de seda y una de terciopelo extra que le proporciona más firmeza. Con la máscara se incluía una cuenta de cristal, pieza que permitía mantener la prenda junto al rostro. Contrario a las máscaras tradicionales, que generalmente llevan un elástico para mantenerse sujetas desde la parte posterior de la cabeza, el visard se mantenía asegurado gracias a la cuenta de cristal que la dama se introducía en la boca. Para hablar, debía quitarse el visard o sostenerlo con las manos.
Un texto de William Harrison titulado “A Description of England”, escrito en el siglo XVI, ofrece una de las primeras referencias a este accesorio. En estos párrafos, el autor describe la forma de usar la pieza y como la moda término popularizándose en Francia. Hubo una época donde los visards eran codiciados por los ricos y nobles.
Recuento de una tragedia a casa del visard.
En el año de 1583, un personaje religioso llamado Phillip Stubbes elaboró un panfleto al que tituló “Anatomía de los abusos femeninos”. Entre otras cosas, Stubbes acusó:
“Algunas damas utilizan una extraña pieza sobre el rostro para caminar por las calles, cabalgar o tratar temas en público, ocultando su cara casi por completo bajo una hoja de terciopelo. Lo único que se puede ver a través de esta máscara son sus ojos. Entonces, les pregunto a todos aquellos que conocen la influencia del malvado en este mundo: ¿no le estaremos proporcionando una forma de ocultarse ante nuestros ojos? ¿Acaso esta máscara que esconde las facciones de las mujeres no es una forma de disfrazar un rostro demoníaco a plena vista? ¿Si un rostro oculto puede pertenecer a cualquiera, cómo saber si el que se esconde tras estas máscaras no es una monstruosidad?”
Robert de Gloucy.
En ese momento el panfleto de Stubbes pasó como una publicación cualquiera, pero se mantuvo haciendo eco en la mente de un noble de la corte de Elizabeth llamado Robert de Gloucy. Este personaje provenía de una casa menor que era extremadamente devota. Cuando se enteró que su mujer utilizaba el visard, ordenó que se deshiciera del accesorio, toda vez que podía utilizarse para ocultar el mal.
La mujer fingió que se había deshecho de la máscara, pero simplemente la ocultó para utilizarla cuando su esposo saliera de viaje.
En una ocasión, De Gloucy regresó antes de lo previsto de uno de sus viajes y se dirigió a buscar a su cónyuge. La encontró en el patio, portando el visard. Esto lo tomó por sorpresa e inmediatamente ordenó a aquel ser se quitara la máscara del rostro. Probablemente igual de sorprendida, la mujer no supo que decir y ese momento de duda fue suficiente para que De Gloucy se abalanzara sobre ella puñal en mano.
Un asesinato atroz.
El ataque fue directamente al rostro oculto y la hoja metálica atravesó con facilidad la carne. La pobre mujer murió de forma inmediata.
De Gloucy tuvo la oportunidad de defenderse frente a un tribunal, pese a confesar el brutal asesinato de su mujer. Ante la corte expuso una historia bastante rara, argumentando le quitó la vida a su esposa en legítima defensa pues había sido poseída por un demonio que se ocultaba bajo el visard, exactamente como suponía el panfleto divulgado por Stubbes.
De Gloucy, bajo juramento, dijo que cuando se encontró con su mujer notó un brillo sobrenatural emanando de la máscara. Al mismo tiempo, en sus ojos se distinguía una perversidad inaudita. Convencido de que tras aquella máscara existía algo demoníaco, tomó su arma y sin pensarlo asestó un golpe letal.
Aquella historia debió resultar bastante impresionante para los jueces, pues se declaró a De Gloucy inocente de la acusación de homicidio y fue puesto inmediatamente en libertad. Por si fuera poco, el cadáver de su mujer fue exhumado, desmembrado e incinerado como lo dictaban en esa época las leyes contra la brujería en Inglaterra.
Tras este lamentable episodio, la moda del visard cayó rápidamente en desuso en el Reino Unido, aunque se mantuvo vigente en otras regiones de Europa hasta comienzos del siglo XVII. En una época donde reinaba la superstición, el fanatismo y la ignorancia, seguir determinados estándares de belleza y adoptar ciertas modas podía tener un costo demasiado elevado.