Se suponía que Internet vendría a revolucionar nuestras vidas y, hasta cierto punto, así lo hizo. Supuestamente haría las cosas más fáciles y acercaría a las personas alrededor del mundo. ¿Más fáciles? Un poco. ¿Acercar a las personas? Sí, pero no lo suficiente. Tal vez fue demasiado y muy rápido. Como sea, resulta un ejercicio divertido recordar lo sencillo que eran las cosas en el pasado, en una época antes de que se inventara la interwebs.
Las carpetas organizadoras.
Estos increíbles cuadernos resultaban extremadamente útiles a la hora de organizar la incontable cantidad de apuntes, de diversas materias, que tomábamos en un día de clases, y era una auténtica calamidad si llegaban a perderse. Estas fueron las laptops a principios de la década de los 90. Y existía una competencia continúa por ver quién poseía la carpeta organizadora más genial. Fueron desplazadas por las computadoras personales, por el Internet y más recientemente por la nube. Aún existen, pero la importancia que tuvieron en el pasado ha quedado relegada a un bonito recuerdo.
Las cámaras desechables.
¿Recuerdas cuando no existían los teléfonos inteligentes o las cámaras digitales y había que andar por la vida con cámaras desechables? (sobre todo para no perder la costosa cámara fotográfica de la abuela). Peor aún, había que esperar una eternidad para que revelaran las fotos. Lo bueno de esta época era no tener que ver a personas en Instagram tomando fotografías a todo lo que el mesero ponía en la mesa. Hombre, parece que fue hace cientos de años. Una época donde las cabinas fotográficas no eran para comprar algo de poca calidad por simple diversión.
Los cheques.
¡Por Dios! No había nada peor que estar atrás de una de estas personas en las tiendas. Algo en lo que nadie suele pensar es la forma en que Internet impactó nuestros hábitos de compra. Antes que todos esos ceros y unos flotaran por nuestras cabezas conteniendo nuestra información bancaria, las cosas no eran tan fáciles como deslizar una tarjeta. Si no tenías efectivo, se llegaba la hora de sacar la chequera. Afortunadamente esta clase de persona dejó de existir.
Las enciclopedias.
Sí, antes de que Google y Wikipedia hicieran posible obtener un ensayo sobre la vida de nuestra actriz favorita con un simple clic, las personas solían utilizar estos textos antiguos para investigar determinados temas. Lo creas o no, había personas que se ganaban la vida vendiéndolas de puerta en puerta.
La escritura a mano.
Antes que los procesadores de texto se convirtieran en la norma, algunos podían darse el lujo de utilizar máquinas de escribir, pero mucho más a menudo las personas solían escribir a mano. Había una sensación dulce y visceral al abrir una nota escrita a mano. La textura del papel. El olor. Son cosas que realmente pueden llegar a extrañarse.
Aunado a este punto, los maestros realmente nos hicieron creer que la letra cursiva sería muy importante en nuestra vida adulta. Para ser sincero, es un aspecto de la vida antes de Internet que no extraño ni un poco.
Los mapas.
Con el GPS activado en un teléfono inteligente y servicios como el de Google Maps, hoy es más fácil que nunca ir del punto A al punto B. Sin embargo, muchos jamás olvidaremos lo difícil que podía resultar en ocasiones ubicar a alguien que se encontraba apenas a unas calles de distancia. Recuerdo sumir la nariz en aquellos enormes mapas impresos cuando trabajaba con mi padre. Y cuando había que ir a un lugar donde nunca antes había estado, lo mejor que podía hacer era escribir todas las indicaciones lo mejor posible y tener la paciencia de un santo pues “yo no pregunto direcciones, hijo”.
Salir a jugar.
Recuerdo que cuando era niño uno de los peores castigos que podía imponer mi madre era prohibirme salir a jugar.
Era como si te quitaran Internet, los videojuegos, la televisión y los libros de una sola vez. En aquella época solíamos jugar afuera. Solíamos correr bajo la lluvia. Subíamos a los árboles. Sí, nos fracturábamos más huesos, pero teníamos mejores historias para contar. Perder esos momentos de diversión en el exterior fue perder nuestra libertad,
se arruinó la infancia.
Llamar por teléfono.
No voy a mentir, tras cinco años de matrimonio todavía no logro memorizar el teléfono de mi esposa, así que gracias a Dios por los teléfonos. En el pasado, si no tenías la capacidad de recordar números importantes y se presentaba una emergencia estabas en verdaderos problemas. Lo único que te quedaba era esperar por un buen samaritano. Y mejor ni hablar de los teléfonos de monedas.
Escuchar música.
Antes de que llegara Spotify, iTunes y todos esos servicios de streaming, generalmente teníamos tres formas de
conseguir música. Podías sufrir las constantes interrupciones y las pistas repetidas en las estaciones de radio,
comprar cassettes o discos en tiendas de música que tenían un olor extraño o tomar prestados los CDs de un amigo y quemar una copia por tu cuenta. Sin duda alguna, es una de las cosas que no extraño.
Ir de compras.
Imagina que tienes en mente el regalo ideal para esa chica con la que intentas quedar bien. Lo único que debes hacer es tomar el teléfono y ver cual producto se ajusta mejor a tu presupuesto. Ahora imagina que no existe el comercio electrónico, que no existe ninguna tienda en línea. Antes de Internet, la búsqueda por el producto ideal podía tomar días e incluso semanas. No eran buenos tiempos para los procrastinadores.
El ligue.
Si eras un joven extrovertido, irremediablemente tenías la obligación de llamar por teléfono a esa linda chica que
vestía extraño para conversar un rato. En ese entonces no teníamos Facebook para fisgonear su vida. No existían barreras digitales donde pudieras ocultarte. Mucho peor, para saber de su vida antes debías enfrentarte con su mamá o papá en cada llamada.
Nadie conocía lo que era el miedo y el nerviosismo hasta que su padre contestaba el teléfono y tenías que pedir permiso para hablar con su pequeña, dulce y perfecta princesa.