Frankenstein o el moderno Prometeo fue la primera novela que publicó (de forma anónima) Mary Shelley en 1818. En el libro se narra la historia de un científico loco que logra reanimar un cadáver y crear un monstruo. Sin embargo, décadas antes prominentes científicos se quemaban las neuronas llevando a cabo experimentos reales parecidos a los de Frankestein valiéndose del entonces mágico poder de la electricidad.
Aunque la joven Shelley, no olvidemos que tenía veinte años cuando se publicó la obra, tuvo la precaución de omitir en el libro cualquier tipo de referencia a la forma exacta en que el Dr. Frankestein trajo el cadáver de vuelta a la vida, la mayoría de las interpretaciones modernas suele representar el proceso como un rayo sacudiendo el cuerpo hasta que el monstruo vuelve a la vida.
Y aunque esto no es lo que Shelley tenía en mente cuando escribió el libro, el método no difería mucho al real que experimentaban los científicos en los laboratorios.
Luigi Galvani, el verdadero Dr. Frankenstein.
En la década de 1780, un súper científico italiano llamado Luigi Galvani descubrió un efecto que lo pondría en camino a realizar una suerte de experimentos grotescos que pudieron haber inspirado a Frankenstein.
A comienzos de la década, Galvani trabajaba como catedrático en la Universidad de Bolonia. En ese siglo, los científicos no tenían que especializarse en determinada área, por lo que Galvani estaba interesado en todo. Era físico, químico, médico, anatomista y filósofo al mismo tiempo, aparentemente sobresaliendo en cada una de estas áreas.
Para 1780, Galvani había estado al frente del departamento de obstetricia de la universidad desde hacía por lo menos una década, también había realizado un extenso trabajo sobre la audición y visión animal. Cuando estas líneas de investigación (y también la obstetricia) pasaron de moda, Galvani se dedicó a estudiar las piernas de rana.
De acuerdo con la leyenda que aparecería después en torno a su trabajo, Galvani se encontraba desollando la mitad inferior de una rana cuando el escalpelo de su asistente tocó un gancho de bronce en la carne de la rana. Mientras sucedía esto, la pata de la rana sufrió espasmos como si intentará escapar. El fenómeno hizo surgir toda clase de ideas en la mente de Galvani.
Electrocutando ranas.
Ese mismo año el científico publicó sus hallazgos, junto con una teoría sobre lo que generaba aquel fenómeno. De acuerdo con el modelo esbozado por Galvani, los músculos muertos contenían una especie de fluido vital al que llamó “electricidad animal”. Según el científico, esta sustancia se relacionaba con la clase de electricidad que se produce en los rayos o la descarga que se puede recibir cuando se camina por una alfombra.
Galvani creía que el contacto eléctrico era capaz de reanimar cualquier remanente de fluido de “electricidad animal” en las patas del animal. Esto generó una respetuosa respuesta de Alessandro Volta, que inicialmente confirmó los resultados experimentales de Galvani, pero difirió en la creencia de que existiera algo especial entre los animales y la electricidad.
Una descarga era una descarga y nada más, argumentaba Volta, y posteriormente inventó una batería eléctrica razonablemente eficiente para probar su postura. Para el año de 1782, Volta estaba electrocutando toda clase de cosas muertas para demostrar que con cualquier clase de electricidad se podía llevar a cabo el mismo truco.
Giovanni Aldini y la electrocución de ahorcados.
Para la época en que Volta desarrollaba su primera pila voltaica, Galvani estaba demasiado viejo y cansado como para rescatar su teoría. En lugar de eso, se dedicó a defender las ideas de su sobrino, Giovanni Aldini, y fue a partir de aquí que las cosas empezaron a ponerse extrañas.
El 18 de enero de 1803 un hombre llamado George Forster fue ejecutado en la horca en la ciudad de Londres. Un jurado lo había encontrado culpable de ahogar a su esposa e hijo en un canal. Forster fue colgado y murió relativamente rápido, después su cadáver fue llevado al taller de Giovanni Aldini, que se había mudado al vecindario de Newgate especialmente para mantenerse cerca de los ahorcamientos que tenían lugar en la región.
Rápidamente, Aldini congregó una audiencia integrada por estudiantes de medicina y curiosos antes de empezar a trabajar con el cadáver.
En primer lugar, habría sacudido las extremidades y golpeado la cara para demostrar que Forster estaba realmente muerto. Después, humedeció las orejas del muerto con agua salada y pegó unas esponjas para conducir la electricidad.Finalmente, colocó electrodos en cada oreja e hizo pasar una corriente a través de la cabeza del hombre muerto.
Resucitando a los muertos con electricidad.
Según las palabras de un reportero horrorizado que atestiguó el procedimiento:
“Durante la primera aplicación del proceso en el rostro, la mandíbula del criminal muerto empezó a temblar, y los músculos contiguos se contrajeron de una forma horrible, mientras uno de sus ojos se abría. Subsecuentemente, su mano derecha se levantó con el puño cerrado, y las piernas y los muslos se pusieron en movimiento”.
Para aquellos espectadores, resultaba evidente que Aldini había rescatado a un asesino de la muerte. Evidentemente, aquel espectáculo resultó perturbador para muchas personas. En los círculos gubernamentales no se hicieron esperar las preguntas sobre cómo proceder si Forster regresaba a la vida, y casi de forma unánime respondieron que debían colgarlo una vez más.
Los experimentos “frankensterianos” de Aldini fueron celebrados en Londres, y las ideas de su tío sobre la electricidad animal empezaron a parecer creíbles.
Andrew Ure y los experimentos con cadáveres electrocutados.
En la misma época que Aldini experimentaba electrocutando a los criminales condenados en Londres, en Escocia un “geólogo bíblico” llamado Andrew Urerealizaba su licenciatura en Glasgow. Al igual que Galvani, Ure fue otro de esos genios que se interesan en todo.
En la década de 1830 escribió una enciclopedia sobre los procesos industriales, y se dice que la traducción propia al francés requirió de la colaboración de 19 traductores expertos. Recién graduado y buscando algo en lo que enfocar sus estudios, a Ure le pareció que el trabajo de Aldini era fascinante y decidió intentarlo por su cuenta.
En 1818, Ure se las había arreglado para conseguir su propio suministro de cadáveres frescos con los que experimentar. Y vaya que no hubo escasez de muertos en Gran Bretaña desde que aproximadamente 300 delitos se castigaron con la pena de muerte. Ure se mantuvo bastante ocupado en esa época.
A diferencia de las investigaciones médicas en la actualidad, a Ure le encantaba tener público que viera sus procedimientos, que mas que experimentos científicos poco éticos parecían espectáculos de rarezas que consolidaban su reputación como una especie de científico mágico. De la misma forma que Aldini, Ure electrocutaba cadáveres en diversas partes para provocar espasmos. Y como sucedió con Aldini, la validez científica de esto era cuestionable, pues Ure jamás respondió preguntas específicas sobre su trabajo. Lo único que le preocupaba era verse genial.
Un espectáculo horrendo.
“Cada músculo del cuerpo fue inmediatamente agitado con movimientos convulsivos similares a los violentos estremecimientos que provoca el frío… en movimiento desde la cadera hasta el talón, una pierna fue arrojada con tal violencia que estuvo a punto de golpear a uno de los asistentes, que en vano intentaba detener su extensión. El cuerpo también llevó a cabo movimientos de respiración al estimular el nervio frénico y el diafragma.
Cuando el nervio supraorbital fue excitado ‘cada músculo del rostro esbozó temerosas emociones: ira, angustia, horror, desesperación y horribles sonrisas. En este punto múltiples espectadores habían sido obligados a dejar el apartamento llenos de terror y asco, y uno de los presentes se desmayó”.
Eventualmente, Ure dejó de experimentar con cadáveres, sobre todo porque las iglesias locales agitaban a las personas para obligarlo por la fuerza si no renunciaba a traer demonios a su laboratorio. En esa época, simplemente abandonó sus esfuerzos en la reanimación tras concluir de forma correcta que eran una pérdida de tiempo, y afortunadamente volcó su talento en temas más productivos, como revolucionar la forma en que se median los volúmenes y desarrollar un termostato funcional.
Además, desde 1829 y hasta su muerte en 1857 aseguró de forma apasionada que la tierra tenía 6,000 años de edad, una “ciencia verdadera” que iba de acuerdo con la Biblia.
Los experimentos de Frankestein en el siglo XX.
El trabajo de los primeros Frankestein fue abandonado casi por completo después de la década de 1820. Incluso Ure renunció a sus primeros trabajos en favor de la regulación de la temperatura y las profecías bíblicas. Sin embargo, los soviéticos no padecieron las mismas restricciones burguesas cuando se trataba de hacer ciencia loca.
A principios de la década de 1920, incluso antes de que la Guerra Civil Rusa terminara con la victoria de los bolcheviques, un científico ruso retomó los procesos de Frankenstein. Sin embargo, esta vez estaba obteniendo resultados.
Sergei Bryukhonenko y el autojector.
Sergei Bryukhonenko fue ese científico ruso responsable por la invención del “autojector”, o el bypass cardiopulmonar. Aún existe en nuestros días, y los diseños de Bryukhonenko resultaron fundamentales para su desarrollo posterior, pero lo realmente aterrador es la forma en que llevó a cabo los experimentos.
Durante las primeras pruebas, Bryukhonenko decapitó a un perro e inmediatamente lo conectó a esta máquina, un dispositivo que extraía sangre de las venas y la hacía circular a través de un filtro para oxigenarla. De acuerdo con los registros existentes, Bryukhonenko mantuvo la cabeza del perro viva y con respuesta durante aproximadamente hora y media, antes que la sangre terminara coagulándose y matando al perro en la mesa del laboratorio. Estos experimentos de Bryukhonenko fueron documentados en una película de 1940 titulada “Experiments in the Revival of Organisms” donde se presentaban múltiples procesos de Bryukhonenko.
Estrictamente hablando no se trataba de reanimación, pero fue la propuesta de Bryukhonenko para, eventualmente, aprender a reanimar en su totalidad a un soviético caído en nombre del estado.
Una historia de terror en el laboratorio.
De acuerdo con el poco confiable Congreso Soviético de Ciencias, Bryukhonenko logró revivir a un muerto en 1930. Habría traído a la vida el cadáver de un hombre que horas antes se había suicidado, su equipo lo logró conectando el cuerpo al autojector y suministrando un cóctel de químicos en la sangre.
El pecho del hombre estaba completamente abierto, y el equipo aseguró que el corazón empezó a latir nuevamente. La historia asegura que lograron obtener un ritmo cardíaco estable cuando el muerto empezó a balbucear como un monstruo real de Frankenstein. En este punto, el equipo estaba tan aterrado que dio por concluido el experimento, dejando al hombre morir por el bien de todos.