Se entiende por virtudes o virtudes humanas al conjunto de rasgos que una persona posee o practica y que responden a una cierta consideración social de lo deseable, sustentada en otros valores como el bien, la verdad, la justicia y la belleza.
Para decirlo de otra manera, una persona virtuosa es aquella que está dispuesta a actuar de acuerdo a ciertos conceptos previos de lo moral. Por otro lado, dependiendo del contexto, este término puede tener que ver con lo religioso.
La idea misma de virtud puede cambiar en el tiempo y de acuerdo a cada cultura, conforme al modo en que cambia también el concepto de lo moral, o sea, de lo bueno, lo justo y lo bello. Por ejemplo, en la Antigüedad Clásica se le daba mucha importancia a la virtud (areté), considerada como la plenitud y perfección de la naturaleza, especialmente la humana.
De hecho, para los antiguos griegos la virtud fue siempre un tema de debate. Sócrates, Platón y Aristóteles y las distintas escuelas filosóficas griegas plantearon su propio método hacia una existencia virtuosa, o sea, plena, verdadera, buena.
Todo ello cambió durante el Medioevo, dado que el cristianismo impuso en Occidente todo y parte de Oriente sus propias nociones de la moral y de lo bueno, así como sus propias virtudes, que giraban en torno a la fe y la veneración del dios monoteísta. Actualmente es común emplear el término virtudes como un antónimo de defectos.
Virtudes teologales
Se conoce como virtudes teologales aquellas que la Iglesia Cristiana implantó mediante su culto, al menos conforme a la teología católica. Estas virtudes son tres:
Fe. La seguridad y confianza expresas en el culto y la doctrina de Jesucristo, sin necesidad de pruebas o demostraciones de ningún tipo.
Esperanza. La entrega a la espera de la justicia divina y de la realización del reino de Dios en la Tierra que conducirá a la vida eterna.
Caridad. La capacidad de amar al prójimo como se ama uno a sí mismo, mediante la práctica del bien y la generosidad fraterna.
Además de esas tres virtudes básicas, existen las llamadas virtudes cardinales que pertenecen a muchas otras religiones y no sólo el cristianismo. Estas virtudes sobre las que descansa la moralidad humana son cuatro:
Templanza. La moderación en el goce de los placeres y la procura de un equilibrio vital.
Prudencia. El respeto y la adecuación a la hora de lidiar o comunicarse con los demás.
Fortaleza. La capacidad para sobreponerse al temor y a la temeridad, y soportar los dolores mundanos.
Justicia. El empeño en velar por el bien común de toda la sociedad.
No siempre es fácil distinguir entre virtudes y valores, dado que ambos términos aluden a rasgos esencialmente deseados en la persona. Una persona virtuosa y una persona “de valores” pueden ser comúnmente lo mismo.
Sin embargo, las virtudes se refieren a conceptos metafísicos como lo bueno, lo justo o lo hermoso. Los valores, en cambio, se refieren a rasgos mucho más acotados, predefinidos de antemano y que se le añaden a la persona o al objeto en cuestión.
Dicho de modo más simple, las virtudes son conceptos más o menos universales en un momento histórico y cultural determinado, mientras que los valores pueden definirse en circunstancias mucho más concretas.
Virtudes y defectos
Si las virtudes son los rasgos moralmente elevados del ser humano, aquellos que deseamos en nosotros y en el prójimo. En cambio, los defectos son las falencias, los errores y los vicios que aspiramos a combatir en nosotros mismos y en los demás, ya que contradicen los principios de lo bueno, lo justo y lo verdadero.
Comúnmente se considera a los defectos como imperfecciones, es decir, rasgos que todos poseemos y que evidencian nuestra falta de cualidades morales, tal y como indica la etimología de la palabra, proveniente del latín deficere (“faltar”).
Cortesía de Súper Tortero
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