Cuando Henry Miller conoció en París a la escritora Anaïs Nin llevaba un año durmiendo bajo los puentes de la ciudad. Comía lo que le daban sus conocidos y, en los meses del invierno, se parapetaba como podía para soportar el atroz frío de la capital francesa. Pero aún así, creía que era algo que merecía la pena. Porque allí podía vivir apasionadamente. Siempre hambriento de placeres, excesos y experiencias. Y, sobre todo, de sexo. Creía, además, que París podría consagrarle como escritor. Aunque ya hubiera cumplido 40 años, una edad en la que otros escritores ya estaban cansados de éxito. Aunque supiera –y le frustrara- saber que todavía no había logrado nada. Que los manuscritos de las obras que había enviado a las editoriales –entre ellas “Alas cortadas” y “Moloch o este mundo pagano”- solo habían recibido cartas de rechazo.
Sabía, sin embargo, que su prosa no le pondría nunca las cosas fáciles. Su visión de la literatura, libre, sin cortapisas ni autocensura, abundante y exagerada como él, rompía con todos los tópicos y contenía demasiadas referencias que podrían escandalizar a la mayoría de sus posibles lectores.
En ese contexto la figura de Anaïs Nin se le apareció como una especie de alter ego femenino. Ella tenía doce años menos que él y se vio prendada por la vida de excesos (y libertad) que él le presentaba. Del mismo modo que Miller quedó prendado por ella, porque enseguida vio que ella era la mujer que necesitaba. Alguien inteligente, con talento literario, con la que podía hablar y dar rienda a sus deseos. Incluido los sexuales. Porque ella, como Miller, sentía fascinación por los porqués del ser humano y quería ir más allá de los tabúes. Porque, también, quería ella indagar en sí misma y comprenderse.
Tenían además otra cosa en común: ambos estaban casados. Ella, con Hugh Guiller, y Henry, con la bailarina June Mansfield. Una historia que involucraba a cuatro personas y que todavía iba a complicarse más, pues cuando en 1932 June se trasladó a París y Henry le presentó a Anaïs, esta inmediatamente se sintió atraída por la esposa de su amante. La vio, como dijo en sus diarios, “la mujer más bella de la Tierra”, y añadió: “Cuando estaba sentada ante ella pensé que haría todo lo que me pidiera”.
Nin logró, al final, seducir a la esposa de Miller. Y las dos mujeres iniciaron una relación sin que June supiera que, paralelamente, Anaïs se acostaba también con su marido. Y cuando descubrió la realidad, sacó todo su temperamento, pidió los papeles del divorcio y se marchó a Nueva York, dejando a Miller y a Anäis solos. Unidos por el libro en que el escritor estaba trabajando y que iba a ser su primera obra maestra, “Trópico de cáncer”, una novela que era también una autobiografía (aunque se inventara muchos momentos) de sus vivencias en París y que finalmente lograría ver la luz en 1934. En gran parte, por Anaïs, porque le dio el apoyo económico que necesitaba y buscó contactos en las editoriales.
El libro pronto se convirtió en una de las obras más escandalosas del siglo y empezó a ser prohibido en muchas partes, pero esto no importó a Miller. Porque lo había conseguido. Había demostrado al mundo que era un escritor sin renunciar a sus principios.
Anaïs y Miller viajaron luego a los Estados Unidos (también se trasladó el marido de ella). E incluso escribieron juntos algunos relatos. Pero, al final sus caminos se separaron. Porque cuando Miller trató de convencerla de que se fuera con él a California, ella se negó diciendo que no abandonaría nunca a su esposo. A partir de entonces Miller siguió publicando, ganándose cada vez más respeto literario. Y Anaïs se fue revelando también como una gran escritora, sobre todo, gracias a sus Diarios, que tuvieron un éxito masivo y en los que se atrevió a narrar los aspectos más íntimos de su vida. Incluida, su relación con Miller y June.
Anaïs moriría en 1977 y Miller lo haría un 7 de junio de 1980. Consciente de que ella había sido la mujer que necesitaba. Y, también, la que le hizo creer que había alcanzado la felicidad. Como le dijo en una de sus cartas de despedida:
“No creo que nadie haya sido tan feliz como lo fuimos nosotros. No creo que exista en la historia del hombre y de la mujer un hombre y una mujer como tú y como yo, con nuestra historia, nuestras circunstancias; con aquello que se desbordaba en las paredes, el ruido de la calle y la explosión de tu mirada inquieta de ojos delineados en negro”.
Anaïs y Miller. Dos personas que siempre tuvieron algo en común. Su negativa a separar la literatura de su vida y su capacidad de convertir toda su vida en literatura.
FUENTE: REVISTA CULTURAL HERMENEUTA (http://bit.ly/TrianguloSexualFBHermeneuta)
(En la foto, de izquierda a derecha, June Mansfield, Henry Miller y Anaïs Nin)
Cortesía de RUCKY ENTREGAS OPORTUNAS
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