Keith Sapsford era el típico niño hiperactivo que no se cansa de buscar aventuras (y problemas). La «vida normal» le parecía aburrida, pese a que sus padres se esforzaban por mantener su curiosidad a raya llevándolo a vacacionar regularmente. Pero no dejaba de escapar de casa, pues le gustaba saborear el delicioso sabor de la libertad. Anhelaba recorrer el mundo con tanta determinación que, aparentemente, nadie pudo impedir que lo intentara.
En 1970, el joven Keith Sapsford planeó otra de sus fugas sin imaginar que sería la última. En aquella época estudiaba en un internado exclusivo para varones, y apenas tenía 14 años de edad. Su plan para recorrer el mundo implicaba viajar de polizón en un avión.
El operativo de búsqueda para dar con el paradero del joven resultó infructuoso. Y tres días después del escape burlaba la seguridad del aeropuerto de Sydney, en Australia, para infiltrarse en una aeronave con destino a Tokio, Japón.
El polizón que terminó muerto.
La mayor aventura del pequeño Sapsford resultó breve y letal. Desafortunadamente, el joven consideró que el mejor escondite para viajar como polizón era el área del tren de aterrizaje, un módulo de la aeronave que se abre al momento del despegue, cuando las ruedas suben. Entonces, cuando el avión con destino a Tokio abrió la puerta del tren de aterrizaje el joven cayó al vacío. Los 46 metros de distancia entre la aeronave y el suelo fueron suficientes para que muriera al instante del impacto.
Por azares del destino, mientras el aventurero Keith Sapsford experimentaba sus últimos instantes de vida, un fotógrafo aficionado tomaba imágenes en otra zona del aeropuerto de Sydney. Estas personas no tenían nada que ver, pero la situación los unió para siempre.
Mientras probaba las lentes de su cámara, John Gilpin captó el instante exacto en que el joven de 14 años caía desde el avión directo a su muerte. Lo más impresionante de esta trágica coincidencia es que el fotógrafo ni siquiera estaba consciente de lo que capturó con su cámara. Se llevó una macabra sorpresa al revelar las fotografías.
Cortejando a la muerte.
Las probabilidades de que Keith Sapsford terminara muerto en ese lugar eran extremas. Si no moría de asfixia por la falta de oxígeno, hubiera terminado congelado a altitud de crucero o aplastado por el mecanismo del tren de aterrizaje. Las estadísticas indican que sólo una de cada cuatro personas que logran escabullirse en vuelos sobreviven al viaje.
Los afortunados polizones sobrevivientes protagonizaron vuelos cortos y de baja altitud. Sin embargo, esto no quiere decir que estén exentos de peligros. Muchos llegaron a destino con hipotermia, e incluso después de poner los pies sobre la tierra corren el riesgo de perecer.
Lo más lamentable de este caso es que Keith Sapsford sabían perfectamente los riesgos, pues escuchó casos de personas que hicieron exactamente lo mismo que él. Meses antes de la tragedia, el padre de Keith, un ingeniero industrial, le platicó el caso de un niño español que murió intentando volar a escondidas en el chasis de una aeronave. Desafortunadamente el adolescente no asimiló la lección, o tal vez quiso probar suerte.
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