El 13 de marzo de 1964, aproximadamente a las 3:15 a.m., una mujer llamada Kitty Genovese era asesinada. Tenía 28 años, una joven segura de sí misma y con un humor bastante risueño. Sin embargo, la madrugada de ese trágico viernes nada de eso importó. Su asesinato estableció las bases para una teoría que se encuentra presente en multitud de libros sobre psicología.
El homicidio de Kitty Genovese.
La noche del ataque, en torno a las 2:30 a.m., Kitty Genovese salió del bar donde trabajaba y se dirigió a casa. Durante los últimos dos años había trabajado como administradora del Ev’s Eleventh Hour Baren el barrio Hollis, en Queens, Nueva York. Su casa, un apartamento que compartía con un amigo, se encontraba a aproximadamente 45 minutos, en Kew Gardens, un viaje que hacía todos los días en automóvil.
Un par de minutos después que saliera del bar, se detuvo en un semáforo. En ese lapso que la luz cambió y le permitió el avance, jamás notó el automóvil que salía de un estacionamiento cercano para ponerse justo detrás. Nunca se percató de que le dio seguimiento hasta su casa.
A las 3:15 a.m., Genovese ingresó a un cajón de estacionamiento en la estación de tren Kew Gardens Long Island, que se encontraba a escasos 30 metros de su vivienda. El automóvil que la había estado siguiendo se detuvo en una parada de autobús calle abajo.
El hombre que la acechaba era Winston Moseley, un sujeto de 29 años con esposa y tres hijos, sin ningún tipo de historial criminal. Al menos hasta esa noche. Mientras Kitty Genovese recorría esos 30 metros en dirección a su apartamento, Moseley la abordó, con un cuchillo de cazador en mano, y la apuñaló en dos ocasiones.
El efecto espectador.
Una vez apuñalada, el primer instinto de Genovese fue gritar para pedir auxilio y correr hacia su casa. Varios vecinos escucharon sus gritos, y al menos uno llamado Robert Mozer, que reconoció el grito como una petición de auxilio, no hizo más que decirle a Moseley que “dejara a la chica en paz”.
Tras el ataque, Moseley huyó del lugar, permitiendo que Genovese alcanzara la entrada al edificio de apartamentos por cuenta propia. Sin embargo, pese a que los testigos aseguraron ver a Moseley subirse al carro y escapar del lugar, transcurridos 10 minutos regresó, buscando a Genovese.
Eventualmente la localizó, medianamente consciente y agonizante en el pasillo del edificio de apartamentos. Antes que cualquiera de los vecinos acudiera a auxiliar a la mujer, Moseley apuñaló a Genovese varias veces más, la violó, le robó y tuvo tiempo para huir, en esta ocasión de forma definitiva. A las 4:15 a.m. una ambulancia arribó a la escena para llevarla a urgencias, pero Kitty Genovese perdió la vida antes de llegar al hospital.
La serie de ataques se extendió a lo largo de media hora, pero la primera llamada a la policía no se hizo sino hasta las 4:00 a.m. Algunos testigos aseguraron haber llamado a la policía, pero que no les dieron prioridad a sus solicitudes. Otros dijeron haber llamado, pero sin reportar la gravedad del crimen.
Unos más pensaron en llamar a la autoridad, pero asumieron que alguien más lo había hecho.
Lamento y fascinación por la muerte de Kitty Genovese.
Seis días después del ataque Moseley fue capturado, durante un robo. Una vez en custodia confesó el asesinato de Kitty Genovese, describiendo con lujo de detalles el ataque y los motivos – que supuestamente sólo se trataba de “matar a una mujer”.
Moseley fue encontrado culpable por asesinato y sentenciado a muerte. Murió en prisión en 2016.
Pese a la naturaleza grotesca de este homicidio, tuvieron que pasar dos semanas para que se hiciera de dominio público. Entonces, The New York Times publica un artículo con un encabezado donde se leía “37 que vieron homicidio no llamaron a la policía”, donde citaron a un vecino anónimo que aseguró no haber llamado a la policía pues “no quería involucrarse”.
De repente, el homicidio de Genovese hizo vibrar a la ciudad de Nueva York. Cientos de personas vieron el asesinato como una señal del áspero e impersonal estilo de vida que próspera en las metrópolis, mientras que otros se lamentaban por la pérdida de empatía en los ciudadanos neoyorkinos.
Mientras el público lloraba a la víctima, los psicólogos mostraron fascinación por estos vecinos. Se preguntaban a ellos mismos, ¿cómo era posible que alguien pudiera observar un ataque, o atestiguar un crimen, y no hacer nada? Los psicólogos sociales se enfocaron en investigar los efectos del pensamiento grupal y la difusión de la responsabilidad, definiendo la inacción de aquellos vecinos como “el efecto espectador”.
Mucho tiempo después, aquel caso se abría paso en prácticamente todos los libros de textos sobre psicología en los Estados Unidos y el Reino Unido, empleando a los vecinos como un ejemplo de la intervención espectadora.
Un legado agridulce.
Sin embargo, a últimas fechas las bases de esta teoría psicológica tan conocida han sido puestas en tela de juicio. Tras la muerte de Moseley en 2016, The New York Times publicó una declaración donde definía como “defectuoso” el reporte original sobre el homicidio.
“Mientras no existen dudas de que el ataque tuvo lugar, y que algunos vecinos ignoraron los llantos de socorro, el titular de 37 testigos completamente inconscientes e irresponsables fue erróneo”, decía la declaración. “El artículo exageró el número de testigos y lo que observaron. Ninguno vio el ataque por completo”.
Dado que el crimen sucedió 50 años antes de esta declaración, evidentemente no existe forma de tener una total certeza sobre el número de personas que atestiguó el homicidio.
Independientemente de la validez sobre el efecto espectador, en los últimos 53 años este se ha convertido en uno de los casos más notorios e impactantes en la historia de los Estados Unidos. Cientos de libros se han escrito en torno al homicidio y efecto espectador, ha llegado a inspirar películas, programas de televisión e incluso musicales.
Sin embargo, el legado más impactante que dejó este homicidio atroz fue el de la nula empatía de los vecinos, aquellos que posiblemente prefirieron ver a otro lado durante el crimen, y que condenaron a Kitty Genovese a ser recordada por miles de personas como la inspiración para un fenómeno psicológico, y no como una víctima desafortunada.