Algunos personajes son tan bien conocidos que incluso siguen llamando la atención después de la muerte. En esta pequeña lista te presentamos algunos cadáveres famosos, o partes de cadáveres famosos, y su curioso destino. Un esqueleto, unos ojos, un cerebro y un miembro. Sí, un miembro. Y como podrás imaginar, este órgano no se “sostuvo” tan bien como los otros elementos.
Si alguna vez atestiguaste la representación que Shakespeare hizo de Ricardo III de Inglaterra, probablemente hayas notado que a nadie le interesaba el tipo mientras estaba vivo. Sin embargo, tal vez te sorprenda enterarte que era casi universalmente rechazado (y considerado poco real, quizá por la antiestética joroba que portaba) al punto que a nadie le importó donde sepultarlo y mucho menos se molestaron en construirle una lápida.
Murió a causa de las heridas recibidas en la Batalla de Bosworth – apenas 2 años después de su coronación – y lo arrojaron a una tumba poco profunda sin la ceremonia que se espera para un monarca. Los restos de Ricardo descansaron en el patio de una iglesia durante muchos años. Sin embargo, cuando la construcción fue demolida para dar paso a un nuevo estacionamiento, nadie se molestó en excavar para exhumar los restos reales.
Así, en el año 2012 la ciudad decidió que era una buena idea localizar los restos de Ricardo III. Y así lo hicieron, encontraron una osamenta con algunos marcadores genéticos asociados al despreciado monarca (el más notable era el de la escoliosis) y exhumaron a un familiar cercano para encontrar una coincidencia de ADN.
Algunos argumentaron que debido a la gran cantidad de hijos que tuvo la abuela de Ricardo, Joan Beaufort, su ADN podía encontrarse en determinado número de ingleses muertos. Quizá no se trate de Ricardo. Pero quizás sí, lo cierto es que fue uno de los monarcas menos célebres de la historia.
2 – El cerebro de Walt Whitman.
Walt Whitman, uno de los más célebres escritores estadounidenses, ofreció su cerebro para que lo estudiaran después de su muerte. Fue a parar a manos de un grupo llamado American Anthropometric Society (apodado Brain Club), que se dedicó a recolectar diversos cerebros famosos a finales del siglo XIX con el objetivo de intentar comprender qué hacía de aquellas personas seres tan excepcionales.
Todo iba perfectamente bien, hasta el año de 1907 – cuando un asistente tiró el frasco con el cerebro, convirtiendo al cerebro de Whitman en jalea desparramada por el suelo.
O al menos eso fue lo que el patólogo Dr. Henry Ware Cattell le hizo creer a todo el mundo. Según parece, el propio Cattell arruinó el cerebro. Dejó el frasco sin la tapa, arruinando así el órgano preservado. Cattell documentó su “pequeño” secreto en una nota de diario de 1893, que se hizo pública hasta el 2012.
3 – Los ojos de Albert Einstein.
De forma expresa, Albert Einstein solicitó que su cuerpo fuera cremado y no adulado o examinado por científicos. Pero el patólogo Thomas Harvey encontró irresistible apropiarse de tan maravilloso órgano. Algunos podrían perdonar a Harvey por su transgresión, excepto quetambién removió los ojos de Einstein para entregarlos a un colega.
El colega fue un físico y oftalmólogo familiar de Einstein, Henry Abrams. El Dr. Abrams, que pereció en 2009 a los 97 años, supo guardar muy bien el secreto. Lo único que sabemos es que conservó los ojos en un frasco en un depósito seguro en la ciudad de Nueva York. Incluso existe el rumor de que rechazó vendérselos a Michael Jackson, pero nadie sabe si es real pues Abrams se llevó el secreto a la tumba.
4 – El miembro de Napoleón.
Esta lista no podría concluir sin mencionar que la única parte corporal de Napoleón que se conserva es su miembro. Este dato es tan incómodo como asquerosamente apropiado para el “complejo de hombre pequeño” que injustamente mancha la reputación del emperador.
Aquí está lo que sucedió: se cree que el médico que manipuló el cadáver de Napoleón estaba convencido de que los restos del emperador debían retornar a su lugar de nacimiento en Córcega. Bueno, al menos una parte de sus restos debía regresar a Córcega. Cortó el miembro del emperador y lo entregó a un sacerdote, mismo que lo llevó a la isla del Mediterráneo. La familia se hizo cargo del órgano hasta 1916, cuando fue comprado por un coleccionista británico, que pronto lo vendió al Pennsylvanian Museum of French Arts. La revista TIME describió la exhibición como “una tira maltratada de suede”.
En 1977, un urólogo llamado John Lattimer adquirió los restos y los ocultó del público. Durante años, el miembro de Napoleón se mantuvo en la casa de Lattimer en Nueva Jersey – de hecho, el doctor era un coleccionista de objetos curiosos, y también era dueño del cuello de la camisa ensangrentado que llevaba Lincoln la noche del asesinato. Después de su muerte, el hijo de Lattimer heredó el miembro.