Creer es una característica innata de todos los seres humanos. De hecho, se considera una necesidad esencial. Evidentemente, la naturaleza de nuestras creencias varía de una cultura a otra. Pero, es innegable que sin nuestras creencias acabamos por estancarnos. Marcelo Gleiser, filósofo, físico y astrónomo brasileño, explica que creer no solo se trata de poner una fe ciega en deidades o espíritus.
Gracias a que creemos es que suponemos que nuestras ideas son las correctas o que nuestro equipo favorito saldrá victorioso de un encuentro. Hasta el más ateo cree cuando defiende la inexistencia de Dios. “Es la creencia en la descreencia”, señala Gleiser. Cuando hablamos sobre los aspectos negativos de la religión no atacamos la naturaleza de la creencia o la necesidad de creer.
La creencia en la ciencia y la religión.
Pues, aunque la creencia puede resultar en fanatismo, son cosas distintas. Es común que las personas se vayan a los extremos cuando se habla de la relación entre ciencia y religión. A menudo, esta polarización genera conflictos. No faltan los científicos que creen en la existencia de Dios y consideran que la ciencia es una descripción imperfecta de la realidad.
Mientras tanto, otros aseguran que entre más comprenden el mundo a través de la ciencia, mayor es su admiración por Dios. Para estas personas, la ciencia se convirtió en un medio para la devoción religiosa y muchos filósofos comparten la opinión.
Por supuesto, también están aquellos para los que este abordaje es incompatible con los principios científicos. A menudo, estos individuos defienden que todo en la naturaleza se rige por principios materiales. Y que la materia se organiza siguiendo leyes cuantitativas, siendo el fin último de la ciencia escudriñar dichas leyes. Y nada más.
Pese a la postura atractiva y aparentemente conciliadora, Gleiser considera que el inconveniente de ser un científico creyente es que “se pone a lo natural y sobrenatural en una incómoda coexistencia”. Sobre todo, por la inconsistencia de la que son víctimas cuando definen algo extraño como un fenómeno sobrenatural.
El inconveniente de creer desde la ciencia.
Y es que, para un científico, cualquier acción percibida depende de una emisión de radiación electromagnética u ondas sonoras. Mismas que afectan físicamente a nuestros órganos sensoriales o, dado el caso, dispositivos detectores. Por eso, aunque representen un profundo enigma, cada evento considerado sobrenatural debe tener un origen natural.
La NOMA (“non-overlapping magisteria”), ideada por el divulgador científico estadounidense Stephen Jay Gould, es uno de esos intentos por conciliar a la ciencia con la religión. Básicamente, esta idea ubica a la ciencia y religión en esferas limitadas de influencia, considerando que donde termina la ciencia empieza la religión.
“Con el avance de la ciencia, la frontera entre ambos magisterios se desplaza. Cuando se argumenta que lo sobrenatural tiene una existencia intangible, que no se puede medir y, por lo tanto, resulta indetectable, se ubica más allá del discurso científico y la conversación se hace debatible. La existencia de algo intangible solo puede sustentarse por la fe, y no por la evidencia”, explica Gleiser.
Sin embargo, en el mundo real la ciencia y la religión se sobreponen continuamente. Mezclándose en la mente de las personas cuando se enfrentan a elecciones personales o desafíos morales de las sociedades que habitan. “Negar el poder de la religión, con miles de millones de individuos siguiendo una diversidad de creencias mientras buscan un sentido de identidad y propósito, es terriblemente ingenuo y francamente cruel”, agregó el filósofo brasileño.
¿Qué ofrece la religión para que tantas personas la adopten?
Gleiser considera que la pertenencia a un grupo religioso otorga un sentido comunitario. No hay que olvidar que los humanos somos animales tribales, y que la unión de una tribu depende directamente de una narrativa, símbolo central o código moral.
“Teníamos una ventaja evolutiva al organizarnos en una tribu, pues entre más miembros, mayores eran las probabilidades de supervivencia. También existía una ventaja social, pues al interior de la tribu encontrábamos legitimidad y un sentido de propósito. Para muchos individuos, la creencia es suficiente para justificar lealtad al grupo. Sin embargo, esta es impulsada por el sentido de comunidad y los valores compartidos”.
Creer y tener fe.
El filósofo también señala que el sentido de comunidad con lo desconocido es otro aspecto de la fe, uno que trasciende los límites de la humanidad. Aunque la ciencia intenta abordar cada aspecto en nuestro mundo, existen límites donde se revela completamente inútil. Según Gleiser, cuando Einstein mencionó el “sentido religioso cósmico” para describir ese inusual vínculo espiritual que tenía con la naturaleza, realmente “intentaba expresar el sentido elusivo de lo misterioso, de la atracción que todos los humanos experimentamos por lo desconocido”.
“La ciencia recurre a herramientas para expandir su dominio sobre lo desconocido, mientras que a la religión solo la sustenta la fe. Es aquí donde aparece la creencia. Rellenando el espacio de lo desconocido para que podamos sustentar nuestro sentido de propósito”, explica Gleiser.
“Y cuando el científico recurre a la investigación para sondear lo desconocido, practica ese credo. Satisfaciendo la necesidad que tenemos por comprender de dónde venimos, otorgar un sentido a nuestra existencia y ampliar nuestra comprensión de una realidad que jamás podremos comprender a plenitud”, finaliza el filósofo.
Nota cortesia de Don Ramon
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