No se trata de inocentes historias sin sentido, sino de valiosas herramientas que ayudan a construir la personalidad. Los cuentos de hadas son piezas clave en el desarrollo infantil de la sexualidad.
Si uno pone atención, no resulta complicado encontrar alusiones al sexo, veladas o directas, en los relatos fantásticos para niños. De hecho, las primeras versiones de Caperucita Roja, entre ellas la de Charles Perrault (1697), incluyen una escena en la que el lobo invita a Caperucita a meterse con él en la cama de la abuela; ella se desnuda poco a poco preguntándole qué hacer con cada prenda que se quita (“Arrójala al fuego porque ya no la necesitarás”, contesta el canino seductor) y, luego de este streaptease, acepta la invitación. Una vez en la cama los dos, desnudos, inicia el famoso diálogo de “Qué brazos tan grandes tienes, lobito”… “Son para abrazarte mejor”… En los siglos posteriores, autores como los hermanos Grimm y Hans Christian Andersen se encargarían de depurar los contenidos de los cuentos con el ilustrado fin de proteger las susceptibilidades de los infantes.
En tanto que productos de las diversas tradiciones populares del planeta, el origen de los cuentos de hadas es incierto y, posiblemente, en la mayoría de los casos deba buscarse en los mitos de las culturas antiguas. De ahí que muchos de ellos, en sus fuentes más originales, estén cargados de alusiones sexuales, de las que no están exentas las mitologías fundacionales de la antigüedad. Un ejemplo más reciente lo hallamos en los relatos de Las mil y una noches, cuyo alto contenido erótico extraído de muy diversas fuentes, si bien debía cumplir una función moralizante entre los miembros del islam, se filtró en la cultura de Occidente a través de Boccaccio, el Arcipreste de Hita y Chaucer, entre otros, donde alimentó una rica y extensa tradición literaria. Aun así, lo mismo que la antigua Caperucita, con el tiempo los relatos fueron expurgados a fin de crear versiones más aptas para los niños de la Edad Moderna, inscritos en una cultura que, paradójicamente, resultó más moralizante que su predecesora medieval.
El complejo de Edipo.
Así como Freud y Jung analizaron los contenidos simbólicos de los sueños y los mitos, otros analistas se han abocado a elucidar los mensajes que subyacen a las historias fantásticas de los cuentos de hadas. Uno de los más importantes es Bruno Bettelheim, que en su ya clásico libro Psicoanálisis de los cuentos de hadas ofrece una aproximación psicoa-nalítica a los relatos para niños más tradicionales de la cultura occidental. Allí, el analista freudiano asegura que los cuentos fantásticos son herramientas fundamentales en los procesos de configuración de la personalidad del infante, pues “hablan a su pequeño yo en formación y estimulan su desarrollo, mientras que, al mismo tiempo, liberan al preconsciente y al inconsciente de sus pulsiones“. De ahí que, para él, tales historias se dirijan simultáneamente a todos los niveles de la personalidad, expresadas de un modo que alcanza la mente no educada del niño y le sugiere simbólicamente las formas de enfrentar los diversos conflictos y de desempeñar los roles que lo habrán de convertir en adulto.
Uno de los procesos cruciales en el desarrollo de la personalidad se relaciona con el conflicto edípico, que acompaña comúnmente la niñez temprana y luego reaparece en la preadolescencia. En el niño representa un odio hacia su padre por interponerse en el camino entre él y su madre e impedir que ésta le dedique todo su cariño; para la niña, en cambio, significa un deseo inconsciente de ofrecer a su padre el regalo amoroso de ser la madre de sus hijos. En tanto que el padre constituye una figura que por tradición se ausenta continuamente, el niño no lo ve como una barrera infranqueable y su conflicto se resuelve de un modo, hasta cierto punto, unilateral: el padre es el dragón que se interpone entre el héroe (el niño) y la princesa (su madre). Puesto que la madre es una entidad eternamente presente y de gran cercanía, para la niña se trata de un proceso más complicado, durante el que aquélla se disocia en dos figuras: la madre pre-edípica, buena y maravillosa, que en la mayoría de los cuentos está ausente desde el comienzo (La Cenicienta, Blancanieves y La bella durmiente), y la madre edípica, mala y cruel, cuyos atributos encarnan la bruja y la madrastra malvada. Estos personajes son derrotados por el héroe, que debe vencer una serie de pruebas (correspondientes simbólicamente con el desarrollo psicológico y emocional que habilitará al niño para llevar una vida plena en su etapa adulta) y conquistar su felicidad. Para Bettelheim, el pequeño cuenta con lo mejor de dos mundos (el real y el fantástico) para resolver sus conflictos internos: “Como todo sucede en el país de nunca jamás, el niño no necesita sentirse culpable por dar al padre el papel de un dragón o de un gigante malo, o a la madre el papel de bruja o de madrastra cruel“.
Eros y Psique.
Una de las fuentes principales de los cuentos de hadas puede hallarse en el antiguo mito griego de Eros y Psique. Celosa de la belleza de una mortal llamada Psique, Afrodita pidió a su hijo Eros que usara sus flechas para que aquélla se enamorara del ser más feo sobre la Tierra. Por su parte, los padres de Psique habían recibido del oráculo la predicción de que su hija estaba destinada, no a un mortal, sino a un monstruo, a cuya morada la muchacha se fue a vivir. Allí, por la noche, era visitada por Eros, que se enamoró de ella y le solicitó nunca encender la luz en su presencia, a lo que la muchacha, instada por sus hermanas celosas, desobedeció mientras el dios dormía, pero habiendo caído en su pecho una gota de aceite de la lámpara, éste despertó y huyó. Ella lo buscó por todos lados y pasó varias pruebas impuestas por Afrodita, entre ellas, descender al Hades para solicitar un poco de su belleza a Perséfone y restituir la que Afrodita había perdido; sin embargo, en su camino de regreso, Psique decide tomar un poco de la belleza para sí misma, lo que le provoca un letargo mortal, del que sólo Eros puede rescatarla. Y, gracias al permiso de Zeus, vivieron felices siempre.
La bella sangrante.
Existen muchas interpretaciones psicoanalíticas de La bella durmiente, cuya historia llega a nuestros días a través de las versiones de Perrault y de los hermanos Grimm, las cuales, a su vez, se basan en un relato de Gianbattista Basile publicado hacia 1635, pero quizá la más interesante de todas sea la que se refiere a la menstruación. En el cuento, la reina muere después de dar a luz a una niña, a cuyo bautizo acude una comitiva de 13 hadas, la más perversa de las cuales profetiza que, a la edad de 15 años, la princesa morirá tras pincharse un dedo con la rueca de un torno de hilar; sin embargo, la última de las hadas, de sentimientos bondadosos, cambia la maldición y, en lugar de la muerte, le vaticina un sueño profundo de 100 años.
Según Bettelheim, la maldición representa el periodo menstrual, que tradicionalmente se presentaba por primera vez cuando las adolescentes cumplían los 15 años (las 13 hadas simbolizan los 13 meses lunares de 28 días con los que suele coincidir el periodo menstrual). Según él, sorprendida por la repentina hemorragia, la princesa cae presa de un profundo sopor que la protege, detrás de un muro de espinos, de cualquier pretendiente, o lo que es igual, de cualquier contacto sexual prematuro. Muchos príncipes intentan sin éxito llegar a ella antes de que se cumpla el tiempo predicho, que corresponde simbólicamente a su proceso de maduración física y emocional, pero cuando éste se ha completado, el bosque de espinos se transforma en un bello jardín por el que aparece un apuesto príncipe con el que la muchacha habrá de casarse para ser feliz por el resto de los tiempos. Según esta interpretación, La bella durmiente enseña a los pequeños que un suceso traumático (como el primer ciclo menstrual de las niñas al llegar a la pubertad y, más adelante, su primera relación sexual) puede convertirse en un acontecimiento enormemente satisfactorio, siempre y cuando las cosas se hagan a su debido tiempo.
El número del sexo.
Según señala el reconocido psicoanalista Bruno Bettelheim, en la numerología de los cuentos de hadas el tres ocupa un lugar especial, en primera instancia, por tratarse de un número místico que, antes de la Trinidad, ya representaba a Adán, Eva y la serpiente. Además, inconscientemente, este número también se refiere al sexo, puesto que, por un lado, cada género posee tres aspectos distintivos: en el caso de los hombres, un pene y dos testículos; en el de las mujeres, una vagina y dos pechos, y por otro, son tres las entidades que participan en el conflicto edípico. Allí tenemos los triángulos que forman parte de cuentos como La Cenicienta y Blancanieves, ambos con sus respectivos padres y madrastras celosas y malvadas. Asimismo, son tres los cerditos que resisten los soplidos del lobo y tres los osos que, al regresar a su casa después de un paseo, descubren que, luego de haberse comido el alimento de uno de los platos de la mesa, Ricitos de Oro se encuentra plácidamente acomodada en una de las tres camas de la casita habitada por los plantígrados. un número tres siempre presente.
Caperucita Roja o el sexo prematuro.
Para Bettelheim el mensaje simbólico que subyace al cuento de la Caperucita Roja constituye una advertencia para las niñas de los peligros de incurrir en conductas abiertamente sexuales antes de tiempo. Independientemente de la escena en que comparte la cama con el lobo y del nombre de la heroína que, por un lado, puede referirse al himen y, por añadidura, a la virginidad y, por otro, representa el color que tradicionalmente se asocia con el amor y el deseo carnal, son bastantes los elementos que sostienen esta hipótesis, como el hecho de que, aun habiendo sido aconsejada de no desviarse del camino, la niña del cuento se abandone al principio del placer y se dedique, como le ha sugerido el lobo, a cortar flores silvestres mientras él se encamina a la casa de la abuela. La advertencia de la madre reprime los deseos de Caperucita, que representa a una niña en la etapa edípica preadolescente, cuyos inconscientes deseos sexuales comienzan a aflorar.
La figura masculina se desdobla en los personajes del lobo, peligroso seductor que representa los impulsos más primitivos del ser humano (“las tendencias egoístas, asocíales, violentas y potencialmente destructivas del ello“, según Bettelheim) y el valiente cazador, fuerte y responsable (“los impulsos generosos, sociales, reflexivos y protectores del yo“).
De este modo, durante la lectura, la niña experimenta y desarrolla los aspectos masculinos de su personalidad y advierte simbólicamente los peligros de entregarse prematuramente a conductas abiertamente sexuales (el acto sexual es comprendido como un acontecimiento en el que uno de los participantes devora al otro, enfatizando sus aspectos bestiales).
No obstante, aunque el cazador abre al lobo con su hacha y rescata a Caperucita y a su abuela (que salen vivas de su panza, en una clara alusión al alumbramiento por cesárea), es la niña quien debe darle muerte, y con ese fin le llena la panza de piedras, a causa de las cuales la bestia se desploma. Esto responde a la apremiante necesidad de que sea ella la que resuelva por sí misma el conflicto de su sexualidad incipiente. En este sentido, propone Bettelheim, el cuento proyecta a la niña “hacia los peligros de sus conflictos edípicos durante la pubertad y, luego, la libera de ellos, de manera que puede madurar libre de problemas“.
Mi cola y mi voz por unas piernas.
La sirenita representa el deseo sexual inmaduro, y por eso insiste en aventurarse a la superficie, primero, y a tierra después, cuando ha sido advertida por su abuela de que aún no es tiempo de que lo haga. Sin oír advertencias, se enamora del príncipe y pide a la bruja que le conceda un par de piernas, a lo que ésta accede a cambio de su lengua (la voz femenina es símbolo de seducción y tentación), y prometiéndole convertirla en humana si llegare a conquistar el corazón del príncipe o, de lo contrario, quitarle la vida. Las piernas representan la sexualidad, pues revelan, al separarse, los genitales femeninos. “Mientras tenga cola (dice Cashdan), son prácticamente inexistentes las posibilidades que Sirenita tiene de atraer al príncipe. Es un obstáculo a la hora de hacer el amor.”
La heroína fracasa pues, sin su voz, está incapacitada para explicarle a su amado que fue ella, y no su actual prometida, quien lo salvó de la tormenta. Trágicamente, ella muere aunque es convertida en un espíritu benévolo, para que triunfe el amor verdadero, que es encarnado en la madurez de la relación del príncipe con su prometida.
Ánima vs. Ánimus.
Ahora bien, existen diversos modelos de aproximación psicoanalítica a los cuentos de hadas, uno de los cuales, tan válido como el freudiano, aprovecha los presupuestos junguianos en torno al desarrollo de la personalidad o, en los términos del teórico vienés, en torno al proceso de individuación, el cual concluye cuando se ha alcanzado el equilibrio entre los aspectos masculinos y femeninos de la personalidad. La parte femenina del varón, que debe ser desarrollada durante dicho proceso, recibe el nombre de Ánima, mientras que su contraparte masculina en la mujer se designa como Ánimus.
Partiendo de esta base, Gabriela Wasserziehr, en su libro Los cuentos de hadas para adultos, ofrece una interpretación de La alondra de león, de los hermanos Grimm, en la que los aspectos femeninos de la personalidad liberan la masculinidad. Un padre pregunta a sus tres hijas qué desean que les traiga a su regreso de un viaje. Una de ellas pide perlas; la segunda, brillantes, y la más pequeña, una alondra. El padre no ha podido cumplir el deseo de la tercera, pero a su regreso divisa una alondra en el jardín de un palacio y ordena a su criado que la robe. Aparece un fiero león que ofrece perdonar la vida al hombre si, a cambio del ave, promete obsequiarle lo primero que encuentre a su llegada a casa.
Como es de esperarse, la hija pequeña es lo primero que sale a su encuentro y, luego de la explicación de su padre, accede a mudarse al palacio del león que, en realidad, es un príncipe encantado: bestia durante el día, humano por la noche; así vivieron felices, amándose de noche y durmiendo de día, y tuvieron un hijo. Con el tiempo, ella desea presumir a su marido y esto ocasiona que él se transforme en paloma y vague por el mundo durante siete años. Ella sigue a la paloma; luego ésta vuelve a convertirse en león-hombre y es retenido por la mujer-dragón, una falsa novia de la que habrá de rescatarlo, para luego vivir con él en eterna felicidad.
Para Wasserziehr, las pruebas cósmicas que debe superar la heroína para recuperar a su amado y alcanzar la plenitud representan el desarrollo de los aspectos femeninos, primero, y luego masculinos de su personalidad, mientras que el héroe recorre un camino inverso, que va de la masculinidad pura, representada por su forma bestial, a lo femenino simbolizado por la paloma y de ahí a la completud de su forma humana, en la que el Ánima y el Ánimus se encuentran en perfecta armonía.
En resumen, la interpretación de esta autora habla del desarrollo de una pareja sentimental: el primer encuentro está marcado por la polaridad, por el deseo sexual de lo opuesto; luego, esta relación unilateral se vacía y cada miembro de la pareja debe incorporar a sus propias vivencias aspectos del otro, “ya no se atraen tanto por lo que les falta sino por el placer de compartir la vida con otro ser humano, que tiene su propia identidad y su propio proceso”
¿Novios o bestias?
El llamado ciclo del animal-novio, al que pertenece, entre muchos otros, el cuento de La bella y la bestia, suele presentar, o un ser humano capaz de amar durante la noche pero que en el día, a causa de una maldición, se transforma en algún animal, o bien un príncipe que ha sido convertido en animal por una maldición y al cual sólo el amor verdadero, desinteresado, de una doncella podrá volver a su forma humana, como a final de cuentas sucede en la trama. Este ciclo cumple dos funciones fundamentales en el lector infantil: en un nivel más inmediato, enseña al niño a no dejarse llevar por las apariencias (alguien que es, según los cánones estéticos, alguien nada atractivo) mientras que en un sentido más profundo le sugiere que lo que él, desde su perspectiva infantil, considera monstruoso y bestial, como el acto sexual, en un futuro habrá de convertirse en algo placentero y positivo. Sin duda se trata de uno de los caminos hacia una educación sexual sana y sin prejuicios.