Aunque el embrión produce una mezcla oscura en el intestino, no es suficiente argumentar que se trata de excremento, después de todo el embrión no come y por lo tanto no produce heces. Mientras que la orina es libremente liberada en el saco amniótico (que envuelve al embrión). De hecho, esta orina fetal compone la mayor parte del líquido amniótico y, por consecuencia, es vital para el correcto desarrollo del embrión.
Pero se le conoce como orina fetal por una razón, y es que no es nada parecida a nuestra orina. Casi el 100% de la orina fetal es agua. La razón es muy simple: el embrión no tiene demasiados desechos para excretar, en primer lugar porque no se alimenta y en segundo porque los metabolitos (principalmente urea, sodio y creatinina, que también se encuentran en nuestra orina) son enviados directamente a la madre vía el cordón umbilical, y excretados por ella. El embrión sólo puede orinar a partir de la semana 16, fase de la gestación en que sus riñones se encuentran lo suficientemente desarrollados como para filtrar la sangre enviada por la madre – separando oxígeno, glucosa, sales minerales y vitaminas de los metabolitos.
Poco tiempo después, en torno a la semana 25, las células del intestino producen una secreción oscura conocida como meconio, dicha sustancia recubre las paredes del intestino para evitar que se colapsen. En ocasiones, hacia el final del embarazo, el embrión puede soltar este meconio en el líquido amniótico, algo que puede resultar peligroso al momento del nacimiento del bebé, cuando hace su primera respiración (en el vientre de su madre, todo el oxígeno se suministra a través del cordón umbilical): si el recién nacido llega a respirar el meconio, puede contaminar los pulmones y desarrollar neumonía.
Por eso, previo al corte del cordón los médicos deben aspirar el líquido que recubre la nariz y boca del recién nacido. Además, soltar el meconio es un indicio de que el intestino del embrión se encuentra más vascularizado de lo normal y esto podría representar un sufrimiento.
Si durante las semanas previas a la fecha estimada de parto los médicos constatan que el líquido amniótico está oscurecido, el nacimiento podría ser anticipado. En ese caso, ellos les indican a los padres que “el bebé hizo popó dentro de la barriga de la madre” para facilitar la explicación, pero para que quede claro, eso no es excremento.
La célula que explota.
Quinta semana de embarazo.
El embrión alcanza un tamaño aproximado de 5 milímetros (como un grano de frijol) y, con ese tamaño, ya requiere de un paquete básico de supervivencia: un corazón rudimentario, los brotes de los brazos y las piernas y el tronco cerebral (la estructura del cerebro que se encarga de controlar el ritmo cardíaco).
Novena semana de gestación.
Con aproximadamente tres centímetros de longitud y 10 gramos de peso, el embrión empieza a experimentar los primeros estímulos cerebrales. Según algunos científicos, en este punto ya siente dolor. En esta fase del desarrollo ya cuenta con dedos y un órgano genital diferenciado.
Semana 16.
El bebé ya cuenta con estructuras óseas y musculares formadas, aunque en tamaño aún se parezca a un teléfono móvil. Sus facciones ya se encuentran bien definidas y los médicos son capaces de identificar el sexo por ultrasonido.
Semana 25.
En torno al quinto mes de embarazo, el feto completa los requerimientos mínimos para vivir fuera del vientre de su madre. Lo que determina esto es la formación del pulmón: incluso si nace prematuro, ya es capaz de respirar por su cuenta.