Cuando Bélgica decidió explorar el caucho en el Congo, el rey Leopoldo II se encargó de que fuera un emprendimiento exitoso, aunque eso implicara asesinar, torturar y mutilar a los locales. No faltan ejemplos de gobernantes que han promovido auténticas masacres contra naciones enemigas o, peor aún, contra su propio pueblo. Los grandes genocidios en la historia están encabezados por personajes como Stalin y Hitler, pero muy poco se sabe sobre el rey Leopoldo II de Bélgica, que encabezó una auténtica barbarie contra los habitantes del Congo.
La trágica colonización europea del Congo.
El Estado Libre del Congo, que de libre no tenía nada, fue un emprendimiento esclavista y genocida impulsado por el rey belga Leopoldo II entre 1895 y 1908. Fue por cabildeo de este monarca que, en 1876, Bruselas fue sede de una conferencia geográfica internacional, donde los invitados propusieron lo que, en teoría, sería una expedición multinacional, científica y humanitaria que tenía como objetivo realizar una expedición en África Central, una zona prácticamente desconocida por los europeos en esa época.
Sin embargo, las verdaderas intenciones de Leopoldo II implicaban adueñarse de un latifundio cuya extensión territorial superaba decenas de veces la de Bélgica, asesinando y esclavizando a la población local en el proceso.
Las falsas promesas de Leopoldo II.
Dado que Leopoldo II era un rey constitucional, el gobierno belga decidió no apoyar sus aventuras en África. Así, Leopoldo resolvió el problema de una forma poco ortodoxa. Si a Bélgica no le interesaba el Congo, el rey se apropiaría de la región como si se tratara de una granja gigantesca, y en lugar de tomarla como una colonia, Leopoldo convirtió el Congo en una propiedad particular.
Viendo la oportunidad en valiosos recursos como el marfil y el caucho, poco a poco el rey fue integrando un patronato y haciéndose de influencias que en la Conferencia de Berlín de 1885 jugaron un papel indispensable sobre las discusiones de la intervención europea en África. Un año después, Leopoldo II fue premiado no sólo con una inmensa cantidad de tierras que abarcaban dos millones de kilómetros cuadrados, sino que también le otorgaron control sobre la vida de millones de africanos.
Evidentemente, todo esto se lo dieron gracias a una serie de compromisos que hizo el hombre, cosas como promover el libre comercio en la colonia (incluyendo la exención de impuestos a productos importados) y luchar contra la esclavitud.
La instauración del terror en el Congo.
En menos de una década, aquellas promesas se habían transformado en una lista de decretos que violaban de forma tajante y abierta los acuerdos que había firmado en Berlín. Además de quitarles la tierra a los congoleños, el rey convirtió la esclavitud en la principal fuente de trabajo en el Congo. Después, Leopoldo II incrementó la carga tributaria y, literalmente, se apropió de todo el caucho y marfil que se extraía en el Congo. Sus deseos eran órdenes gracias a la ayuda de la Fuerza Pública, un temible escuadrón de militares apoyados por mercenarios.
Cuando no coaccionaba líderes tribales para que entregaran esclavos, con toda impunidad secuestraba niños y mujeres como una forma de garantizar las cuotas de producción, la Fuerza Pública tenía vía libre para apaciguar los casos de revueltas y desobediencia. Cuando una cuota de producción no se cumplía, las consecuencias eran los asesinatos, violaciones, amputaciones y saqueos.
Los intentos de resistencia eran disuadidos con una violencia tan brutal que, de acuerdo a algunas estimaciones, contribuyó a que entre 8 y 10 millones de personas fueran asesinadas, aproximadamente el 50% de la población en el Congo de aquella época.
Denunciando la barbarie.
“Como muchas actividades imperialistas, la colonización belga inició como un mero ejercicio de piratería. Pero los niveles de terror alcanzados en las poblaciones locales, la contribución de la burocracia estatal y las estimaciones de muertes hacen que los eventos en el Congo sean comparables con, por ejemplo, las atrocidades del nazismo y el Holodomor (Gran Hambruna) de Ucrania, concebida por Stalin”, dice el historiador Tim Stanley, de la Universidad de Oxford.
Las palabras de Stanley distan mucho de ser una mera revisión histórica. A finales del siglo XIX las denuncias sobre las atrocidades realizadas en el Congo aparecieron con extrema intensidad.
Informes de misioneros, antiguos interventores al servicio del rey y, especialmente, la publicación de la novela El corazón de las tinieblas, que Joseph Conrad publicó sin la intención de ocultar que se había inspirado en las atrocidades cometidas por Leopoldo II, promovieron un movimiento de protesta que condujo a una investigación oficial del gobierno británico sobre los constantes abusos.
Escritores del calibre de Mark Twain y Arthur Conan Doyle, celebridades en aquel momento, promovieron estas acciones instituyendo la Asociación para la Reforma del Congo, una de las primeras organizaciones por la defensa de los Derechos Humanos del siglo XX.
El rey se queda sin el Congo.
Ante la presión internacional, el parlamento belga tomó la decisión de intervenir y, literalmente, le arrebataron al rey el Estado Libre del Congo en 1908. Comparado con los años de terror de Leopoldo II, el gobierno belga logró una reducción en la violación de los Derechos Humanos en la región que pasó a llamarse Congo Belga.
Sin embargo, el trabajo forzado siguió siendo algo cotidiano en algunas zonas hasta la independencia del Congo en 1960. Y aunque la segunda fase colonial destacó por los avances en áreas como la educación y la salud, el parlamento rechazó abrir investigaciones sobre las denuncias – una tarea que incluso con la buena voluntad de los belgas hubiera sido muy complicada después que Leopoldo II ordenara la destrucción de documentos y archivos relacionados a su macabro emprendimiento en el Congo.
El legado del rey Leopoldo II en Bélgica.
Durante los 23 años de vejaciones a los congoleños, Leopoldo II acumuló riqueza suficiente como para permitirse el patrocinio de proyectos faraónicos en Bruselas. Ordenó la construcción de palacetes, incluido el de Tervuren, un distrito que el bolsillo imperial ayudó a cubrir de lujos, con derecho incluso a una línea especial de tranvía, para celebrar el éxito comercial de la exploración, en este mismo distrito se presentó una exposición temática sobre el Congo en 1897.
Con total ironía, Leopoldo II jamás llegó a pararse en su latifundio durante sus 44 años de reinado. Dejó de existir en 1909, y existen varios relatos de que su cortejo fúnebre recorrió bayas larguísimas de personas que se reunieron para despedirlo. Su imagen oficial todavía es la de un rey emperador. Algunos historiadores afirman que el legado de Leopoldo se benefició también de una convivencia colectiva con sus compatriotas.
La negación del pueblo belga.
“Bélgica todavía vive en un estado de negación sobre su pasado colonial. Recibí reacciones negativas de los sectores más conservadores en la sociedad belga, en especial de representantes de los más de 70 mil ciudadanos del país que vivían en el Congo en la época de la independencia. Al mismo tiempo, encontré a muchos belgas que querían discutir de forma más abierta el tema, tanto en francés como en holandés”, asegura el historiador estadounidense Adam Hochschild.
Nombres como Guido Gryssels, director del Museo Real, no están de acuerdo con la versión de Hochschild y dice percibir un deseo de reflexión en la sociedad belga. Gryssels refiere una iniciativa del museo en 2005 para realizar una exposición sobre la era colonial en el Congo, que tuvo un tono más crítico que el presentado en la colección permanente. “Empezamos a aceptar que partes de nuestro pasado no estuvieron cubiertas de gloria”, habría dicho.
Jules Marchal, un antiguo diplomático belga en el Congo y una de las principales fuentes para el libro de Hochschild, defendió un encuadre más contextualizado sobre el Estado Libre del Congo. “Tengo reservas en cuanto al uso de términos como genocidio y holocausto en discusiones sobre el Congo. Leopoldo II cometió atrocidades en la zona, pero no me parece que en ningún momento haya tenido la intención de exterminar a los congoleños, y sí de explorarlos y ganar el máximo dinero posible. Sí, sus acciones contribuyeron a la muerte de millones, pero fueron motivadas por las ganancias, no por la ideología”, dijo Marchal en una entrevista publicada en el año 2003, un año antes de morir.
La segunda fase de la colonización.
Resulta innegable que los efectos del terror perduraron mucho más allá en el tiempo que el monarca belga. Tras la independencia del Congo, Bruselas siguió teniendo injerencia en asuntos de la nación, promoviendo intervenciones militares e incluso conspirando para asesinar, en 1960, al Primer Ministro Patrice Lumumba, uno de los personajes que encabezaba la lucha contra la colonia, y cuyas tendencias socialistas iban contra los intereses europeos.
Bruselas también volteó para otro lado en un golpe militar que, en 1965, llevó al poder a Mobutu Sese Seko, que gobernaría el país durante más de tres décadas vaciando las arcas públicas con una cantidad estimada en US$ 10 mil millones.
En el 2010, el rey belga Alberto II se convirtió en el primer monarca en visitar el Congo en más de cuatro décadas. Formó parte de las celebraciones por los 50 años de independencia, pero no hizo ningún pronunciamiento público, frustrando completamente a quien esperaba una disculpa oficial de la monarquía. Una acción nada sorprendente frente a opiniones como la del ex ministro de Relaciones Exteriores, Louis Michel, que en 2010 refirió a Leopoldo II como “un visionario que condujo al Congo a su civilización”.
Los motivos de Leopoldo II.
Leopoldo II rápidamente se dio cuenta que Bélgica, un estado recién constituido en el siglo XIX, jamás sería una potencia debido a sus limitaciones geográficas. “Nuestras fronteras jamás podrán alargarse dentro de Europa”, dijo en cierta ocasión. “Lucharemos por obtener una colonia”. Y Leopoldo luchó.
Primero intentó comprar una provincia en Argentina. Después, propuso rentar Las Filipinas a España. Quiso levantar colonias en China, Japón, Vietnam e incluso en la Polinesia. Nada le funcionó y se enfocó en África en la década de 1860. Experimentó con posesiones en Angola, Mozambique y el Congo, también sin éxito.
El mayor enemigo de Leopoldo era el parlamento belga, una nación que había declarado su independencia en 1830. De acuerdo con los políticos, poseer una colonia era una excelente forma de gastar dinero ignorando las necesidades básicas de la joven nación. Sin la colaboración de gobierno,Leopoldo II se convirtió en dueño, como una “persona física”, de uno de los mayores países africanos entre 1885 y 1908.
Los esclavos y las manos cortadas.
Cuando se llegó la hora de extraer el caucho, surgió un punto muerto. Dado que los congoleños debían escalar en los árboles, resultaba imposible mantenerlos encadenados unos a otros, como se hacía en el transporte del marfil, lo que dificultaba el reclutamiento de “voluntarios”. Pero, como no existían límites para el régimen del terror, los belgas invadían las aldeas, secuestraban mujeres y niños, y pedían un rescate en forma de cierta cantidad de caucho que requería de 24 días para ser extraído.
De esta forma obligaban a los africanos a ir al bosque a conseguir la materia prima, sin importarles que muchos fueran devorados por leones y leopardos. Los que regresaban, muchas veces encontraban a sus esposas e hijos muertos, o ultrajados por los soldados del rey. Las mujeres más atractivas eran entregadas a los oficiales como una forma de amenizar el celibato en el que estaban obligados a vivir.
En esa época muchos aventureros de todas las regiones de Europa fueron al Congo, atraídos por el dinero fácil que resultaba de la venta de esclavos. Otros invadían las aldeas que se resistían al trabajo de extracción del caucho y, por cada bala disparada, debían presentar a un oficial belga la mano derecha del africano muerto, sólo así recibían el pago. Dado que algunos utilizaban municiones para cazar, cortaban manos a personas vivas, con el objetivo de justificar las balas desperdiciadas.
Una atrocidad mayúscula.
La escena presenciada por el misionero presbiteriano William Sheppard, descrita en el libro “El fantasma del rey Leopoldo” de Adam Hochschild, ofrece un testimonio claro a esta tragedia:
“El día en que llegó al campamento de los saqueadores, le llamó la atención un gran número de objetos siendo ahumados. ‘El jefe nos llevó hasta una estructura de palos, sobre la que se quemaba un fuego lento, y ahí estaban, las manos derechas, las conté todas, 81’. El jefe le dijo a Sheppard: ‘vea. Aquí está nuestra prueba. Siempre tengo que cortar la mano derecha a las personas que matamos, para poder mostrar al Estado cuántas fueron’. Con mucho orgullo, le mostró a Sheppard algunos de los cuerpos de donde habían salido las manos. El humo era para preservar las manos en el calor y la humedad, ya que podría demorar días, y hasta semanas, para que el jefe las presentara al oficial encargado que le otorgaría los créditos por la matanza”.
Para que nos hagamos una idea de la inhumanidad cometida, suficiente con leer el testimonio de un oficial, identificado solamente como Fiévez, que justificaba la carnicería de 100 personas cuando no pudieron proporcionar a sus soldados los peces y la mandioca exigidos:
“Yo les hacía la guerra. Un ejemplo bastaba: 100 cabezas cortadas y la estación volvía a abastecerse con premura. Mi objetivo final es humanitario. Yo mato a 100 personas […] pero eso permite que otras quinientas vivan”.
Como declaró Edmund Morel, uno de los principales personajes que levantó la voz contra el trabajo esclavo de los africanos, “el Congo es una sociedad secreta de asesinos, teniendo un rey como cabeza”.
El poeta estadounidense Vachel Lindsay tradujo a la perfección la impresión dejada por Leopoldo tras su muerte: “escuchen como grita el fantasma de Leopoldo, al ser quemado en el infierno por sus anfitriones sin manos. Escuchen como ríen y berran los demonios. Allá en el infierno, le cortarán las manos”.
La fotografía de la ignominia.
La siguiente fotografía refiere un hecho impresionante. Aquí se muestra a un congolés observando la mano y el pie cercenado de su hija de 5 años que, supuestamente, fue canibalizada por los miembros de la milicia de la compañía Abir Congo de Caucho, en 1904. El hombre se llamaba Nsala Wala.
Según la historia, no alcanzó a entregar la cuota de caucho aquel día, de forma que los capataces designados por la compañía cercenaron las manos y pies de su hija Boali. Pero las cosas no terminaron allí, también mataron a su esposa. Y como si esto no fuera lo suficientemente cruel, se comieron a las dos.
Existen otras versiones históricas sobre la fotografía – en una se especifica que había otro hijo -, pero todas convergen en que fue un castigo por la poca productividad de Nsala. Probablemente la historia que te contamos aquí sea la correcta, pues así fue narrada por Alice Harris, la autora de la fotografía, en su libro “Don’t Call Me Lady: The Journey of Lady Alice Seeley Harris“.