Durante la primera década del siglo XX, el Dr. Nicolae Minovici trabajó como profesor de ciencias forenses en la Escuela Estatal de Ciencias de Bucarest. Durante su estancia en dicha institución, el investigador llevó a cabo un estudio “suicida” sobre la muerte por ahorcamiento.
Inspirado por la información que había recopilado en su investigación, cierto día decidió experimentar, con su propio cuerpo, cuales eran los efectos de la muerte por ahorcamiento. De una forma totalmente irracional, Minovici dio inicio a sus experimentos de auto suspensión construyendo una estructura que le permitía infligirse la asfixia – bastante simple de hecho: un nudo ahorcado en una cuerda que pasaba por una polea asegurada al techo.
La “horca científica”.
En el primer intento se recostó sobre una cama, pasó la cabeza por el lazo y con determinación tiró de la otra extremidad en la cuerda. El lazo se ciñó alrededor de su cuello, el rostro adquirió un tono morado, la vista se le nubló y escuchó un zumbido. Habían pasado tan sólo 6 segundos desde que tiró de la cuerda cuando perdió la conciencia, forzándolo a detener el experimento.
Una experiencia tan cercana a la muerte como esta, haría que cualquier persona normal ensuciara los calzoncillos para nunca volverlo intentar, pero con este científico loco sucedió lo contrario. Minovici quedó completamente fascinado con los resultados del experimento, así que decidió avanzar a ciegas en un terreno completamente desconocido.
En aquella atrevida etapa de su investigación, Minovici tuvo la precaución de contratar asistentes. Una vez más se puso el lazo en el cuello y dio la orden para que los asistentes tiraran con todas sus fuerzas de la cuerda. El profesor se elevó varios metros del suelo. Casi por instinto cerró los ojos mientras experimentaba la angustiante sensación de su tracto respiratorio siendo aplastado. De forma frenética dio la señal para que lo bajaran. En aquel segundo intento, Minovici apenas duró un par de segundos colgado; sin embargo, los múltiples intentos le darían capacidad para alcanzar los 25 segundos en la horca.
Más allá de lo humanamente posible.
Pero Minovici no consideró que quizá sus experimentos tenían un límite, a toda costa quería ir un poco más allá. En su experimento final, el profesor se colgó del techo con un nudo ahorcado estándar. Minovici tejió el nudo, una vez más introdujo la cabeza en el lazo y dio a sus asistentes la señal para iniciar. Los subordinados obedecieron, una vez más tiraron de la cuerda con fuerza.
La constricción sobre su cuello era tan extrema que al poco tiempo dio la señal para que sus ayudantes cesaran. Habían pasado apenas 4 segundos, y los pies de Minovici apenas se habían despegado del suelo. Sin embargo, el trauma sufrido en el cuello hizo que el simple acto de deglutir se convirtiera en un verdadero suplicio, una tortura que se extendió a lo largo de un mes. Desde Minovici, ningún otro científico tuvo la osadía de ahorcarse en nombre de la ciencia.