Una serie de pulsos electromagnéticos desde la Gran Nube de Magallanes no corresponde a ningún fenómeno natural conocido. En lo que respecta a su posición en el cosmos, la especie humana no ha sido nada discreta. Desde las primeras transmisiones radiofónicas hacia finales del siglo XIX, cada noticia que recorre el mundo a través de las ondas electromagnéticas también inicia un viaje por el espacio – evidentemente, es posible que alcance oídos alienígenas, que tendrán conocimiento de la existencia de nuestra pequeña civilización inteligente en la periferia de la Vía Láctea.
Lo contrario también es verdad: resulta perfectamente plausible que cualquier grupo de extraterrestres con determinado grado de desarrollo tecnológico emita sus propias ondas, que eventualmente terminarían alcanzando nuestros ojos y oídos. ¿Te parece aterrador? Entonces mantente alerta: existen buenos motivos para creer que acaba de suceder.
Un par de teóricos de Harvard analizó 17 pulsos electromagnéticos muy intensos con milésimas de segundo de duración que alcanzaron la Tierra en los últimos diez años. Y encontraron que no existe fenómeno natural conocido capaz de producir radiación con estas características. “Estas irrupciones de radio son muy intensas, especialmente si consideramos su corta duración y su origen distante. No logramos establecer con certeza alguna fuente natural para ellas”, afirmó el teórico Avi Loeb, uno de los autores del artículo científico bajo la asesoría de Harvard. “Vale la pena considerar que el origen sea artificial”.
Cañón de pulsos electromagnéticos.
Uno de estos pulsos, que surgió de un punto ubicado en la Gran Nube de Magallanes – una galaxia satélite de la vía láctea -, brilló con la intensidad de 100 millones de soles. Si realmente se generó a partir de una fuente artificial, estaríamos hablando de una civilización mucho más avanzada que la nuestra– sólo de esta forma se explican las condiciones técnicas para generar una emisión de este calibre. Según los cálculos de Loeb y de su colega Manasvi Lingam, se requeriría tapizar la superficie de un planeta con el doble del tamaño de la Tierra con paneles solares, tan sólo para recolectar la energía necesaria para tal acontecimiento. Después, un sistema de enfriamiento también del tamaño de dos planetas Tierra tendría que emplearse para evitar que el sobrecalentamiento derritiera todo el equipamiento. Nada de esto es imposible desde el punto de vista de la física, pero para la ingeniería moderna es algo inimaginable.
Evidentemente nadie en su sano juicio fabricaría una estructura de ese tamaño para emplearla como una linterna. Según Loeb, lo más probable es que esos pulsos de radiación hayan sido usados para acelerar naves espaciales de hasta un millón de toneladas a velocidades cercanas a la de la luz.
Y lo que sigue. Uno de los mayores problemas técnicos de un viaje espacial de larga distancia es que todo vehículo debe recargar su propio combustible. Y se necesitan cantidades enormes de combustibles para recorrer algunos años luz a una velocidad razonable. De hecho, la cantidad de combustible sería tan grande, que impediría que esa hipotética nave espacial saliera del lugar. Simplemente es imposible. Una de las alternativas es dejar la fuente de energía de la nave en su planeta de origen, en forma de un cañón de radiación electromagnética que la impulse por el espacio. Este método de propulsión es el preferido del visionario y multimillonario ruso Yuri Milner que prometió usar la idea (apoyada incluso por Stephen Hawking) para enviar naves no tripuladas al planeta potencialmente habitable más cercano a la Tierra, Proxima-b.
Sin explicaciones naturales.
Una vez explicado el objetivo de estos pulsos, lo único que resta saber es porqué duran tan poco y aparecen con cierta frecuencia. Para intentar esclarecer la situación los investigadores de Harvard propusieron una solución elegante: si dichas señales de radio están siendo generadas desde un punto fijo en otra galaxia, moviéndose de ella a través del espacio en relación a nosotros, tendría el mismo efecto que una sirena giratoria en un automóvil de policía – iluminándonos únicamente en intervalos periódicos. Piensa en un faro gigante cortando los cielos.
Loeb y Lingman aclaran que su trabajo es pura especulación. Pero no cuesta nada poner la idea en discusión. “La ciencia no es un asunto de creencias, sino de evidencias”, afirmaron los investigadores. “Pero decidir lo que es o no posible antes de tiempo limita nuestras posibilidades. Vale la pena diseminar nuevas ideas y dejar que los datos juzguen si son verdaderas”.