1 – Accesorios impregnados con arsénico.
El verde esmeralda o verde de Scheele fue un tono bastante popular para los vestidos y accesorios del cabello durante la era victoriana. Ese tono tan particular se lograba con una mezcla tóxica, y a veces letal, de arsénico y cobre.
La muerte como consecuencia del tinte verde de Scheele era horrible. Un relato sobre la muerte de un fabricante de flores artificiales de 19 años de la época cita vómito verde, convulsiones y espuma en la boca en los últimos instantes de vida. La autopsia confirmó que había arsénico en su estómago, hígado y pulmones.
2 – Obleas de arsénico.
La era victoriana giraba en torno a una especie de “glamour consumista”. Los victorianos romantizaron la epidemia de tuberculosis y sus efectos en la apariencia de las damas; las “mujeres sanas” hacían grandes esfuerzos para alcanzar una apariencia de casi muerto. Una piel pálida y sumamente traslucida eran símbolos tanto de clase como de belleza, la lógica era que las mujeres ricas y privilegiadas no necesitaban trabajar fuera de sus casas.
Los anuncios de obleas de arsénico, cremas y jabones para el rostro se comprometían a “transformar la piel más pálida en una aún más radiante y saludable; remover espinillas, limpiar la cara de pecas y de las manchas solares, así como dar a la tez un brillo indescriptible, haciendo que cada dama tuviera una apariencia ADORABLE”.
Los efectos secundarios del arsénico sobre la piel comúnmente eran daño al sistema nervioso, insuficiencia renal, pérdida del cabello, conjuntivitis y, vaya ironía, lesiones cutáneas.
3 – Pintura con plomo.
Si el arsénico no era lo tuyo, siempre podías echar mano de una pintura blanca para simular el brillo de la tuberculosis, algunas mujeres llegaban al punto de remarcarse las venas con azul sobre la pintura blanca para acentuar el efecto. Evidentemente, se presentaron algunos inconvenientes.
Para reducir el riesgo de que la pintura endurecida se agrietara, las damas debían mostrar un rostro sin muchas expresiones, nada de fruncir el ceño o sonreír. Sin embargo, todo aquel veneno provocaba en estas mujeres más que fruncidas del ceño.
Generalmente, la pintura se fabricaba con plomo, lo que provocaba inflamación ocular, calvicie, parálisis, atrofia muscular, inflamación cerebral y la muerte. Como sucedía con el arsénico, el plomo también tenía sus efectos sobre la piel, creando heridas y cicatrices que solían cubrir con más pintura repleta de plomo.
4 – Los corsés.
Además, para complementar ese look “cadavérico” que la tuberculosis ayudó a popularizar, aparecieron los estrechos corsés victorianos que apretaban las costillas inferiores, comprimiendo algunos órganos contra la columna vertebral, mermando el funcionamiento de los pulmones y dificultando la respiración. También contribuyeron a la atrofia muscular.
Algunos expertos incluso han teorizado que los corsés predisponían a las mujeres a padecer tuberculosis y neumonía.
5 – Gotas de belladona.
Para lograr unos ojos hermosos y brillantes, algunas damas victorianas les exprimían unas cuantas gotas de jugo de naranja o perfume. Otras recurrían a la belladona, que duraba más tiempo y les proporcionaba esas pupilas dilatadas que tanto buscaban, pero tenía un desafortunado efecto secundario: la ceguera.
Ellas sí, con todo el derecho del mundo, podrían decir que “la belleza cuesta”.