Aunque los seres humanos actuales son el resultado de miles de años de evolución, resulta difícil creer que somos el producto terminado del desarrollo de nuestra especie. Aunque no lo parezca, nuestros cuerpos y comportamientos aún están a merced de las transformaciones como una forma de adaptarnos a los ambientes en que vivimos.
Es más, varios estudios apuntan al hecho de que no solo seguimos evolucionando, sino que lo hacemos más rápido, especialmente desde que establecimos la agricultura. A continuación te presentamos algunas evidencias de que nuestra evolución como especie sigue vigente.
1 – Nuestros cerebros están empequeñeciendo.
Como debes saber, los humanos fuimos desarrollando cerebros cada vez más grande durante nuestra historia evolutiva, y esto nos proporcionó una maravillosa ventaja sobre el resto de especies que habitan en la Tierra. Sin embargo, mientras más grande es un cerebro, mayor es la cantidad de energía que requiere para funcionar, y existen evidencias de que en los últimos 30,000 años los nuestros han empezados a “encogerse”.
El volumen promedio del cerebro humano disminuyó de 1.5 mil centímetros cúbicos a aproximadamente 1.35 mil centímetros cúbicos – lo que equivaldría a retirar un trozo del tamaño de una pelota de tenis de nuestro cerebro –, y existen diversas teorías que intentan explicar el motivo de esta reducción cerebral.
Para algunos investigadores, los cerebros se están haciendo más pequeños simplemente por qué nos estamos haciendo más… torpes. Según los defensores de esta teoría, a través de la historia los cerebros disminuyen de tamaño a medida que las sociedades se van haciendo más complejas y grandes, sugiriendo que la seguridad que las sociedades modernas nos ofrecen como individuos anula la necesidad de tener que “usar la cabeza” para sobrevivir.
También están quienes creen que los cerebros pequeños son evolutivamente beneficiosos, ya que nos harían menos agresivos, permitiéndonos vivir en ambientes más pacíficos. Además tenemos a los científicos que no apoyan la teoría de que nos hacemos más burros, al contrario, argumentan que nuestros cerebros se están reduciendo para volverse más eficientes, pues así se reorganizan de una forma que les permite funcionar más rápido.
2 – Nos estamos haciendo más resistentes.
Los investigadores han identificado 1800 genes que han prevalecido en los humanos durante los últimos 40 mil años, y muchos de ellos son asociados al combate de enfermedades infecciosas.
Así, algunas de las personas que viven en las ciudades han desarrollado mutaciones que las hacen más resistentes contra enfermedades como la tuberculosis o la lepra, por ejemplo, y también se han visto decenas de nuevas variantes genéticas contra la malaria esparciéndose por África.
3 – Nos hacemos tolerantes a la lactosa.
Básicamente, el gen que controlaba la habilidad de nuestros ancestros para digerir alimentos derivados de la leche se inactivaba apenas los bebés dejaban de ser amamantados por sus madres.
Una vez que nuestros ancestros empezaron a domesticar animales como vacas, ovejas y cabras, la leche y todos sus derivados pasaron a ser un suministro constante de calorías y nutrientes. Y aquellos individuos que portaban la mutación genética que les permitía consumir esos alimentos sin morir del dolor de estómago, empezaron a transmitir las novedades a sus descendientes.
Lo más interesante es que dicha característica genética sigue transmitiéndose, ya que no todos los seres humanos pueden consumir lácteos tranquilamente. Un estudio llevado a cabo en el año 2006 concluyó que las poblaciones que ocupaban el este de África hace tres mil años aún se encuentra desarrollando esta tolerancia, y actualmente la mutación que permite la digestión de la lactosa se encuentra presente en el 95% de los pueblos que habitaban el norte de Europa.
4 – Las muelas del juicio.
Nuestros ancestros desarrollaron las muelas del juicio como una consecuencia de su dieta, basada en alimentos como hojas, frutos secos, raíces, carne cruda y eventualmente alguno que otro hueso. Sucede que rasgar y masticar esos productos pro>
Sin embargo, al paso del tiempo nuestra dieta pasó a incluir alimentos más fáciles de triturar, sin mencionar que desarrollamos utensilios para cortar, moler, picar, descascarar, etc. nuestra comida. Con esto, nuestros maxilares fueron reduciendo su tamaño – y los dientes del juicio, además de perder su utilidad, perdieron espacio en nuestras bocas, y por eso mucha gente tiene problemas cuando salen.
Así, actualmente los terceros molares son considerados vestigios de nuestra antigua estructura anatómica – de la misma forma que el apéndice, coxis y el vello corporal –, la estimación actual es que un 35% de la población nación sin esos dientes, y la tendencia seguirá hasta que desaparezcan por completo.
5 – Aparición de los ojos azules.
Originalmente los humanos tenían solamente ojos castaños, hasta que alguien nació con una mutación genética que originó el color azul. Dicho individuo vivió entre 7 y 10 mil años en el pasado en alguna zona del Mar Negro, y fue responsable por esparcir esta característica a una parte de la población.
El descubrimiento es notable, pero nadie ha logrado explicar por qué los ojos azules prevalecieron genéticamente entre nosotros. Una teoría menciona que esta característica fue utilizada por nuestros ancestros como una especie de “prueba de paternidad”, ya que los padres de ojos azules conciben hijos de ojos azules. Entonces, es posible que nuestros ancestros con ojos azules buscaran parejas con el mismo color de ojos para garantizar que le fueran fieles.
Pese a que sea una idea terriblemente especulativa, un estudio realizado por investigadores noruegos señaló que las personas de ojos castaños no parecen sentirse más o menos atraídas por individuos con ojos de un color específico. Por otra parte, los hombres de ojos azules parecen tener una preferencia por las mujeres que también tienen ojos de ese color – apoyando la teoría de la “prueba de paternidad” evolutiva.