Para 1899, el Reino Unido destacaba como el imperio más grande del planeta. Para hacernos una idea del poder que tenía, debes saber que gobernaban buena parte de los países en África, incluido Egipto que vivía bajo la ocupación militar de los británicos. También Sudán, en aquella época dominado por los egipcios que obedecían órdenes británicas.
Ese mismo año, se estableció trazar una línea recta que dividiera a los países sobre el paralelo 22N en el mapa. Aunque dividir territorios africanos era una práctica usual del siglo XIX, la implementación dio lugar a grupos étnicos orgánicos que quedaron divididos por estas líneas rectas. De esta forma, las comunidades sometidas tuvieron que adaptarse al idioma y religión de sus colonizadores.
Era una confusión enorme. Por ejemplo, los Ababda, una tribu nómada de raíces egipcias, tuvieron que ceder un trozo de tierra a los sudaneses. Por otro lado, la tribu de los Beja con orígenes más próximos a Sudán, cedió un gran triángulo litoral a los egipcios.
Tuvieron que pasar tres años para que los británicos buscaran una solución. Para no complicarse, decidieron restaurar las divisiones antiguas, con algunas pequeñas modificaciones para dejar a cada pueblo «del lado correcto» en el mapa.
Sudán fue el país más beneficiado, pues obtuvo una mayor área de acceso al océano. Sin embargo, con el paso del tiempo, guerras civiles, políticas y mundiales los pueblos ya no veían los límites de la misma forma.
La disputa por la zona retornó en 1956 con la independencia de Sudán, y empeoró en la década de 1990 ante la sospecha de que el enorme triángulo de Hala’ib podría albergar yacimientos de petróleo.
Como era de esperarse, los países pelearon por aquella valiosa área triangular en los márgenes del Mar Rojo y olvidaron un pequeño trozo de tierra más simple en forma de trapecio ubicado al centro de la división. Cuando se les preguntaba a los egipcios a quién pertenecía dicha zona, respondían que a Sudán. Y los sudaneses argumentaban que pertenecía a los egipcios. En este tira y afloja, Bir Tawil se convirtió en tierra de nadie.
La princesa.
La loca historia de este pequeño trozo de tierra escaló a un nuevo nivel en 2014. Todo empezó el día que Emily, hija del estadounidense Jeremiah Heaton, preguntó si algún día podía convertirse en princesa. Una princesa real, no como las que aparecen en los cuentos de hadas.
Jeremiah Heaton se tomó muy enserio la pregunta de su hija y empezó a buscar tierras sin dueño. “Busqué pedazos de tierra que no habían sido reivindicados por ningún país y tuve la suerte de encontrarlos”, mencionó durante una entrevista para la BBC. Para celebrar las siete primaveras de su pequeña, Jeremiah partió de los Estados Unidos rumbo a la frontera entre Sudán y Egipto, clavó una bandera dibujada por sus hijos y se proclamó rey de aquella tierra de nadie. La llamó Sudán del Norte para poder realizar el sueño de la pequeña Emily.
Pese a lo excéntrico que puede resultar este episodio, ni egipcios ni sudaneses respondieron a la solicitud oficial que elaboró el estadounidense. A Emily no le importa, dice que es genial saberse una princesa de verdad.