La delincuencia organizada o mafia tal y como la conocemos en nuestros días surgió en torno al siglo XIX en Sicilia – una isla italiana dirigida por un gran linaje de invasores extranjeros, cuando los pobladores empezaron a integrar grupos para defenderse de aquellos conquistadores nuevos y a hacer justicia por mano propia.
La connotación del término “mafioso” no era negativa en la antigüedad. Lo que sucedió fue que, con el paso del tiempo, estos grupos empezaron a actuar como pequeños ejércitos y a extorsionar a cambio de protección, a medida que sus acciones se iban haciendo cada vez más violentas.
Ante esta situación, la policía se vio obligada a entrar en acción para hacer frente a la cosa nostra – momento en el que iniciaron los conflictos entre “los agentes del orden y los bandidos”.
Afortunadamente, la mafia siciliana no goza del mismo poder que tuvo hace dos décadas, y los integrantes de las famiglias saben que no pueden asesinar con la misma impunidad que antes.
Sin embargo, las actividades de estas facciones aún representan un gran problema para las autoridades en ese país, pues el sistema pasó a funcionar en base a una red de intereses que involucra a la política, las finanzas y la propia estructura de la sociedad en Sicilia.
Los Catturandi.
Existe un código de conducta que deben seguir todos los miembros de las diferentes famiglias, y uno de estos implica guardar un secreto absoluto sobre las actividades de las facciones. Esto significa que, para que los peces gordos y el resto de integrantes sean capturados, la policía debe emprender verdaderas cacerías de mafiosos. Y para lograrlo, las autoridades italianas cuentan con el respaldo de una unidad especial conocida con el nombre de Catturandi – derivada de la palabra capturar.
Según un artículo publicado por la BBC, que entrevistó a un valiente integrante de este escuadrón de élite, debido a la naturaleza de las operaciones los (menos de 20) policías que forman parte de la unidad son hombres sin nombre ni rostro y actúan como auténticos cazadores, manteniéndose al acecho y rastreando a sus presas hasta que el momento es propicio para capturarlas.
En la actualidad, las identidades de los hombres que integran la Catturandi se mantienen en secreto, y llevan a cabo las operaciones utilizando pasamontañas para garantizar que sus rostros no sean reconocidos. Las razones para tantas medidas de precaución son obvias, pero relativamente recientes. Por ejemplo, durante la década de 1990, antes que se implementara el sigilo sobre la identidad de los policías en la unidad, era común que los integrantes recibieran amenazas directas y poco sutiles.
Un trabajo peligroso.
Estos “recados” eran enviados a través de cabezas cercenadas de animales o fotografías de las placas de los automóviles marcadas con cruces rojas enviadas a las viviendas de los policías – vivían un peligro constante de muerte. Ante un panorama tan sombrío, pocos eran los italianos que se arriesgaban a enlistarse en los Catturandi, principalmente por el miedo a morir.
Además, una vez en la unidad, muchos amigos y conocidos empezaban a evitar a los integrantes del escuadrón – e incluso estaban aquellos que veían la profesión como una afrenta. Por eso, no fue coincidencia que muchos hombres no resistieran la presión y terminaran abandonando el grupo. En el caso del oficial entrevistado por la BBC, su familia creía que trabajaba en la división de pasaportes de la policía italiana.
Al paso de los años, ese riesgo de ser “dado de baja” por la mafia disminuyó bastante, y en la actualidad los policías que integran la Catturandi siguen a los criminales de cerca – a través de escuchas y otras artimañas – durante años y años antes de finalmente atraparlos.
Según lo relatado por uno de estos miembros, los oficiales se transforman en una especie de sombra de los mafiosos e incluso llegan a tener la sensación de que, en cierta forma, pasan a formar parte de sus vidas.
Lazos extraños.
Uno de los objetivos de esta unidad fue un médico de Palermo que colaboraba con la mafia, y el equipo terminó aprendiendo bastante mientras mantenía escuchas en su residencia. Los policías revelaron que era como escuchar un programa de radio educativo, y que todos se sentían fascinados por esa información, los modos y la creatividad del hombre – y confesaron que, a pesar de las pruebas contra el sospechoso, era difícil creer que él, en realidad, era un criminal.
Otro mafioso, el infame Giovanni Brusca, conocido con el alias de “El cerdo”, lloró como una niña cuando fue atrapado – hecho que parece bastante ridículo si tomamos en cuenta los crímenes que cometió. Brusca fue responsable por un atentado a inicios de la década de 1990 que implicó una explosión en una calle terminando con la vida de un juez italiano que lideraba la guerra contra la mafia en ese momento.
Además, Brusca secuestró y torturó al hijo de 11 años de edad de otro mafioso hasta que lo mató porque el hombre lo había traicionado. Como si fuera poco, “El cerdo” ordenó que el cuerpo del pequeño fuera completamente disuelto en ácido para que la familia no pudiera sepultar el cadáver.
Sin embargo, pese a la naturaleza cruel y fría de algunos de estos hombres, el oficial de la Catturandi relató que las semanas previas a las aprensiones son algo extrañas. Después de todo, han pasado meses e incluso años formando parte de la vida íntima de estos mafiosos, y ese contacto diario, aunque a distancia, termina afectando psicológicamente a los policías, al grado que llegan a sentir nostalgia por los delincuentes, por muy extraño que parezca.
Desde hace 24 años las autoridades italianas buscan a Matteo Messina Denaro, conocido con el alias de “Diabolik” – nombre tomado de un ladrón en los cómics que jamás fue atrapado. Messina Denaro es el jefe de jefes en la mafia siciliana y desde 1993 es perseguido por la policía. La policía cree que escapó de Italia y probablemente viva en Sudamérica.