Filósofos y pensadores a lo largo de la historia han fabricado paradojas sin solución cuyo único fin es asombrarnos con los misterios de nuestra existencia y de la propia mente humana. No sabemos qué porcentaje de estas ideas se hicieron bajo los efectos de sustancias psicotrópicas, pero seguramente es muy alto. Échale un vistazo a diez paradojas que te volarán la mente.
10 – La paradoja de la economía.
John Robertson en su paradoja de la economía argumentó lo que sigue: nuestra economía es extremadamente ruin, por lo que es lógico que todos empecemos a economizar el dinero, toda vez que no poseemos lo suficiente para adquirir aquellas cosas que no son indispensables. El problema es que si todo mundo empieza a ahorrar dinero, la demanda agregada empezará a descender y la renta seguirá dicha tendencia. Finalmente terminaremos con una economía mucho peor de lo que estaba. ¿Qué podemos hacer?
9 – El dilema del tranvía.
El dilema del tranvía fue propuesto por la filósofa británica Philippa Foot como un experimento basado en el pensamiento de la ética. Un tranvía se queda completamente sin control en las vías, y en este recorrido tenemos a cinco individuos atados a los rieles. Para su fortuna, tú puedes tirar de una palanca que terminará desviando el curso del tranvía; sin embargo, en este segundo camino se encuentra otra persona atada. Si no haces nada y dejas que el tranvía siga su curso original mueren cinco personas a las que podrías haberles salvado la vida. Por otro lado, tiras de la palanca y salvas a las cinco personas pero te conviertes en el asesino de una. ¿Qué harías?
8 – El argumento del Hombre Volante.
Ibn Sina, un filósofo musulmán que nació a finales del siglo X, fue responsable por idealizar este experimento del pensamiento. Empezamos por imaginar a un hombre creado en una total privación de sus sentidos. No puede ver, oír, sentir, oler ni saborear. ¿Tiene conciencia de que existe? Ibn Sina estaba convencido que sí, y que esto era la prueba de que existía el alma. Otros filósofos no están convencidos de que el hombre volante sabría de su existencia.
7 – El enigma del libre albedrío.
En el siglo I a.C. el filósofo romano Tito Lucrecio Caro escribió un poema titulado De la naturaleza de las cosas, donde reflexiona sobre la existencia del hombre en un universo carente de dioses. El poeta romano fue el primero en cuestionarse una de las preguntas más enigmáticas de la filosofía moderna: ¿si los átomos que integran nuestro cerebro se comportan de manera previsible, cómo podríamos actuar bajo un libre albedrío?
6 – La Paradoja de Teseo.
Plutarco, uno de los pensadores griegos más famosos del mundo occidental, propuso la siguiente paradoja: el pueblo de Atenas mantiene el barco de Teseo en un buen estado, reemplazando cada pieza a medida que se desgasta. Al cabo de un tiempo, todas las piezas del barco son reemplazadas y no queda ni una sola parte original. ¿Aún podría decirse que se trata del barco de Teseo? Si extrapolamos esto al proceso de renovación celular, ¿podríamos decir que “somos nosotros” una vez que las células que nos conformaban hace seis años han sido completamente sustituidas?
5 – La paradoja del mentiroso.
Más que una paradoja, este argumento es un enigma sin respuesta. Al procurar darle una solución, se encuentra información que se relaciona entre sí, pero que nunca conduce a una solución final. Es como sigue: si un hombre dice “Yo siempre miento”, ¿está mintiendo o diciendo la verdad?
4 – El enigma de la pócima.
El filósofo Gregory S. Kavka propuso esta paradoja como parte de sus estudios sobre la posibilidad de la intención para llevar a cabo una acción. Si un millonario te dijera que te va a dar un millón de dólares si tuvieras la intención (y solo la intención) de ingerir una pócima que no te mataría, sino simplemente te dejaría muy enfermo durante un día, ¿aceptarías hacerlo? El dinero estaría en tu cuenta por la mañana y tendrías que tomar el veneno por la tarde. Supongamos que existiera una forma de probar tu intención, dado que ya sabes que podrías renunciar a tomar la pócima sin perder el dinero, ¿cómo podrías realmente tener la intención de tomarla?
3 – Suicidio o asesinato.
Don Harper Mills, expresidente de la American Academy of Forensic Sciences, propuso el siguiente caso ficticio para mostrar las consecuencias legales de los diferentes golpes de timón que pueden suceder durante una investigación:
Si un hombre salta de un edificio con la intención de matarse, pero en el transcurso al suelo es alcanzado por un proyectil de arma de fuego, disparado desde un departamento en el que un esposo solamente tenía la intención de asustar a su esposa con un arma sin balas, pero esta arma había sido secretamente cargada por nuestro suicida porque quería que el esposo asesinara a su mujer, ¿se trata de un caso de suicidio o asesinato?
2 – Paradoja del teletransporte.
El filósofo británico Derek Parfit realizó estudios sobre la teoría de la identidad. En su experimento sobre pensamiento del teletransporte, se cuestiona lo siguiente: si empleas un teletransportador (para viajar a Marte) que hace una copia de cada partícula de tu cuerpo, originando una réplica exactamente igual a ti en el destino, con la memoria intacta, al mismo tiempo que destruye la original, desde una perspectiva en primera persona, ¿sigues existiendo o acabas de morir?
1 – La paradoja del abogado.
Protágoras de Abdera inventó la paradoja del abogado en la Antigua Grecia. Es como sigue: un profesor enseña derecho a un alumno, y este solo le pagará por las clases una vez que gane su primer caso ante un tribunal. Pasado un poco de tiempo, el alumno aún no gana ningún caso en el tribunal, y no ha pagado al profesor, de manera que este último decide demandarlo.
Protágoras dice que si el profesor gana el caso, recibiría el dinero correspondiente a los servicios prestados. Si el alumno gana, el profesor recibiría el mismo pago dado que, según el contrato original, ya habría ganado su primer caso.
Sin embargo, el alumno argumenta que si llega a ganar el caso, por decisión del tribunal, no tendría que pagar al profesor. Si no gana, no habría ganado aún ningún caso y, de la misma forma, no tendría por qué pagar a Protágoras.
¿Quién tiene la razón?