Imagina por un momento que la civilización humana se desarrollara al punto de viajar a través de las galaxias. Ahora imagina que llegamos a un planeta con vida inteligente cuyo desarrollo podría equipararse al de la civilización humana hace tres mil años. Para esos seres extraterrestres los humanos podrían fácilmente parecer dioses, especialmente si demuestran su capacidad de cambiar de forma y manipular la energía. Es un buen ejercicio de imaginación, pero incidentes similares ya han sucedido aquí, en la Tierra, hechos que involucraron la llegada de supuestos “dioses” a las islas del Pacifico Sur.
¿Qué pasa cuando miembros de una civilización avanzada entran en contacto con nativos que viven en un estado tribal primitivo? ¿De qué forma enfrentan la modernidad estos seres humanos primitivos? A veces, lo que sucede es un interesante fenómeno religioso estudiado a profundidad por la antropología, se le conoce como cargo cult o cultos cargo.
Cargo cults desde una perspectiva general.
Si previamente escuchaste sobre los Cargo Cults, posiblemente fue con una historia parecida a la siguiente: durante la Segunda Guerra Mundial, en el Teatro del Pacífico, las tropas aliadas se diseminaron por las islas llevando consigo vehículos, aviones, medicamentos, comida, electricidad y todo tipo de maravillas que ofrecía la tecnología moderna en esa época, totalmente desconocidas para las poblaciones nativas. Así, cuando la guerra terminó y las tropas se retiraron, dejaron atrás muchos de los objetos que transportaban. Entonces los nativos, en un claro cumplimiento de la tercera ley de Arthur C. Clarke que establece que “cualquier tecnología suficientemente avanzada para determinado pueblo es indistinguible de la magia”, concluyeron que todo aquello solo podía provenir de ciertas entidades: los dioses.
Se temían que algún día estas deidades reclamaran de vuelta sus posesiones. Entonces, hicieron aquello que parecía lo más lógico desde su primitivo punto de vista: empezaron a recrear las condiciones en las que los objetos y supuestos dioses se aparecieron. Comenzaron a limpiar las brechas en la selva, prepararon los campos donde antes se ubicaban las pistas de aterrizaje, empezaron a vestir los viejos uniformes militares, fabricaron “rifles” con bambú y marcharon como lo hacían los soldados, que desde su punto de vista eran guerreros de los dioses. Y se mantuvieron observando, con los ojos en el cielo esperando el regreso de los dioses, o por lo menos que mostraran algún tipo de satisfacción por todos esos preparativos. Quizá regresarían algún día o los premiarían con más dispositivos.
Un mesías llamado John Frum.
Uno de los casos más populares del fenómeno cargo cult tuvo lugar en 1930, cuando una tribu nativa del archipiélago de Vanuatu encontró a su mesías salvador en un hombre llamado John Frum. Según consta en numerosos testimonios, el tal Frum era un nativo cuyo nombre real era Manehivi que se había cruzado en el camino con marineros occidentales, aprendido su idioma y acuñado muchas de sus costumbres.
Habría pasado gran parte de su vida recorriendo el océano en buques mercantes hasta que finalmente decidió regresar a su lugar de origen, una aislada isla del Pacífico Sur. Para el anhelado reencuentro con su comunidad, Frum llevó una serie de artículos que los misioneros le habían entregado para que cuidara: medicamentos, herramientas manuales, comida enlatada, cuchillos y ropa. El tal Frum le contó a los nativos de aquella isla que lo habían llevado en un largo viaje a tierras distantes habitadas por toda una variedad de dioses y sus heraldos, un lugar de donde había regresado con magníficos obsequios. Inmediatamente la tribu lo convirtió en una especie de mesías, el único “hombre que había vivido entre los dioses”. Para hacerle más amena su estancia, el jefe de la tribu lo convirtió en su sucesor al cargo e hizo oficial su matrimonio con las hijas que el eligiera desposar.
Cuando los misioneros regresaron a la isla, ya en 1940, encontraron a Frum al comando de toda la tribu. Además, se había convertido en una especie de dios terrenal para sus fieles. Por eso fue que quedaron sorprendidos cuando los misioneros le faltaron al respeto y le hablaron con un aire de superioridad. Rápidamente Frum ordenó la expulsión de los visitantes, pero los nativos no tenían claro su posición. Finalmente terminaron aceptando las declaraciones de su “líder” como verdadera y mataron a los misioneros. Pero la misteriosa desaparición de los religiosos terminó provocando la visita de autoridades coloniales que se abalanzaron a la isla. Allí descubrieron la trama y arrestaron a Frum. Una vez más los nativos estaban confundidos, pero en esta ocasión no les resultó tan fácil “librarse de los invasores”. Frum terminó en prisión esperando su juicio.
El regreso de los dioses.
Antes de despedirse de sus fieles, les dijo que un día regresaría, pero jamás cumplió su palabra. Sin embargo, años más tarde algo increíble sucedió.
Cuando la Segunda Guerra Mundial se extendió por el Pacífico Sur, las Nuevas Hébridas recibieron el flujo de una enorme cantidad de extranjeros. Todos estos visitantes llevaron a los nativos dinero, comida, medicamentos, etc. Muchos de los isleños fueron reclutados como mano de obra y recibieron pagos por sus servicios. Estos se hicieron “ricos” e importantes. La promesa de John Frum parecía haberse cumplido: los dioses habían regresado.
Una de las cosas que los militares descubrieron fue que el recuerdo de John Frum aún estaba presente en la isla. Y no se trataba de una simple leyenda, el sujeto había sido integrado en la religión local. Para lograr una contribución plena de los nativos, la Marina estadounidense aprovechó la figura de Frum, diciendo que eran amigos de su “dios” y que estaban ahí por órdenes suyas. Desde el punto de vista de los nativos, la profecía se había cumplido, los dioses habían regresado.
Desafortunadamente, una vez que la guerra llegó a su fin, también lo hicieron los regalos y favores de los dioses. Los isleños se volvieron a quedar solos en la isla, esperando el regreso de aquellos seres fantásticos que les llevaban obsequios.
Historias sobre cultos cargo.
El fenómeno de los cargo cults está presente en muchas otras historias, incluso anteriores a la Segunda Guerra Mundial.
Uno de los casos más antiguos conocidos tuvo lugar en la costa de Madang en la Isla de Papua Nueva Guinea, cuando el antropólogo ruso Nikolái Miklujo-Maklái arribó al lugar en 1870, llevando consigo herramientas de metal y tejidos. Los regalos del visitante fueron tomados como obsequios divinos, e incluso después de su partida los nativos siguieron recordando ese encuentro como un contacto legitimo con una deidad.
Cien años después, una tribu de la isla de New Hanover creía que el presidente Lyndon Johnson, líder de la comitiva estadounidense que arribó al sur de la isla, tenía poderes especiales. Estaban convencidos de que si lo convertían en su rey, a cambio recibirían muchas dádivas. Terminaron sublevándose ante las autoridades australianas que gobernaban la isla y decretaron un nuevo gobierno. Señalaron a Johnson como su nuevo líder y se mantuvieron a la espera de su visita, ocasión en que traería muchos obsequios. Evidentemente, Johnson jamás aceptó el honor y nunca fue a la isla. Los estadounidenses resolvieron el problema diciéndoles a los nativos que su líder les había ordenado obedecer a los australianos.