En las sombras de la antigua ciudad de Agrigento, se teje la oscura historia de un tirano que dejó una huella indeleble en la historia de los hombres. Su nombre es Fálaris, un gobernante que gozó de un poder absoluto y cuyas acciones despiadadas y depravadas estremecieron a toda una civilización. Desde tiempos remotos, la historia preserva las huellas de numerosos personajes que alguna vez dominaron la escena, inspirando tanto respeto como temor. No obstante, en el inexorable paso del tiempo, muchos de estos personajes terminaron en el olvido. Relegados a meras menciones marginales en tratados académicos que muy pocos consultan.
Al reflexionar sobre aquellos individuos que, en su día, desempeñaron roles de importancia trascendental pero cuyas hazañas quedaron sepultadas bajo las arenas del tiempo, la memoria me remonta a un pasaje cautivador escrito por Neil Gaiman en Sandman: Estación de nieblas. En esta cuarta entrega de la saga, el Señor de los Sueños emprende un descenso a las profundidades del Infierno acompañado por el mismísimo Ángel Caído.En esa travesía, conoce a un ser olvidado llamado Breschau de Livonia, un antiguo señor de la guerra. Pese a los intensos lamentos de Breschau, quien se encuentra encadenado a una roca y sometido a toda clase de tormentos, Lucifer, sin mostrar mayor interés, le comunica que puede marcharse. Pues su presencia en el Infierno carece de utilidad.
“Nadie recuerda tu nombre, Breschau. ¡NADIE! Dudo que uno entre cien mil mortales pueda siquiera señalar en un mapa el emplazamiento de Livonia. El mundo ya te olvidó”, le dice Lucifer. Posteriormente lo expulsa a pesar de las protestas y la confesión de todos los pecados que cometió en vida. El fragmento de esta novela gráfica deja una impresión duradera debido a su ingenio. Pues plasma magistralmente cómo el castigo se convierte en el único motivo para la existencia de Breschau de Livonia, quien alguna vez destacó como un importante conquistador. Todo lo que este individuo fue en el pasado se desvaneció en el polvo del olvido.
Y lo mismo ha sucedido en la historia de la humanidad. Solo imagina la multitud de tiranos, déspotas y señores de la guerra que existieron en el pasado. Hombres que, en su época, eran objeto de temor y odio, pero que ya se desvanecieron en el abismo del anonimato tras su partida de este mundo.
Fálaris de Agrigento: el oscuro reinado de un tirano.
Cuando leí sobre un tirano llamado Fálaris, resultó inevitable que el recuerdo de Breschau de Livonia volviera a mi mente. Aunque, a diferencia de este último, Fálaris no es un personaje ficticio, sino una figura histórica con una reputación nefasta. Este tirano estableció sus dominios en la ciudadela de Acragas (actual Agrigento) en Sicilia durante el período comprendido entre 570 y 554 a.C.
Los dieciséis años de reinado de Fálaris se caracterizaron por una crueldad sin igual, superando incluso a otros gobernantes sádicos y déspotas de la antigüedad. Entre los inenarrables horrores que perpetró Fálaris se listan genocidios, torturas, persecuciones e incluso actos de canibalismo. Inicialmente, a Fálaris le confiaron el control de la ciudadela con el propósito de construir un majestuoso templo en honor a Zeus. Sin embargo, aprovechando su posición, sometió a Acragas a un férreo dominio.
Durante varios años, la ciudadela gozó de cierta prosperidad, con Fálaris ordenando la construcción de fuentes para abastecer a la población, embelleciendo los edificios públicos y fortaleciendo las murallas defensivas. Además, el pueblo de Himera, situado en la costa norte de la isla, lo nombró general y le entregó el poder absoluto.
Ascenso al poder.
Según los relatos contenidos en la Suda, Fálaris se las arregló para convencer a la población que era un gobernante digno, lo que le permitió convertirse en el soberano absoluto de toda la isla. Aprovechando esto, emprendió una implacable persecución contra sus opositores y fortaleció a su leal guardia personal. Firmemente afianzado en el poder y prácticamente sin enemigos, el tirano inauguró un régimen corrupto caracterizado por excesos, terror y una perversidad extrema.
Resulta interesante mencionar que Fálaris nunca concluyó la construcción del templo de Zeus, posiblemente porque temía que, al finalizarlo, se cuestionara su autoridad. De hecho, optó por enviar a los esclavos a trabajar en las minas, condenarlos a muerte en sangrientos juegos o simplemente ejecutarlos. Fálaris manifestó un peculiar interés por emplear métodos de ejecución exóticos y una perturbadora fascinación por la tortura. No le satisfacía lo suficiente enviar a un hombre a la cámara de tortura, sino que disfrutaba presenciando las sesiones, por lo general acompañado de invitados.
Casi siempre se limitaba a observar el procedimiento, pero en ocasiones especiales tomaba el papel del verdugo y torturaba personalmente al condenado. Fálaris tenía una predilección por las cuchillas afiladas, látigos con puntas de metal y, por supuesto, el fuego. De hecho, se dice que en algunos de sus banquetes se torturaba a los prisioneros como forma de entretenimiento.
El Toro de Bronce de Fálaris.
El historiador griego Píndaro escribió que Fálaris creó un espeluznante método de ejecución conocido como el Toro de Bronce. Este consistía en encerrar a un individuo dentro de una estatua de bronce en forma de toro, que luego se colocaba sobre una hoguera. La víctima en el interior de la estatua era sometida a un lento asado. De acuerdo con algunos cronistas, Fálaris también utilizó el Toro de Bronce como una forma de intimidación contra sus enemigos.
Se dice que la estatua se encontraba en su Sala del Trono, y cuando alguien se presentaba ante él, la mera visión del tormento resultaba suficiente para doblegar a las personas y hacerlos ceder a sus peticiones. Se cree que el Toro que perteneció a Fálaris se encontraba Acragas, aunque posteriormente sería robado por los cartagineses y utilizado en sus rituales. Supuestamente, lo devolvieron tras la destrucción de Cartago en el año 146 a.C., al finalizar la Tercera Guerra Púnica.
El canibalismo.
Pero, Fálaris no dejaba de superarse en su misión de ser malvado. Se dice que no solo era un asesino sádico y genocida descarado, sino también un caníbal. Según la Suda, sus lujosos banquetes reales se hicieron de fama por ofrecer a los invitados toda clase de manjares exóticos, incluyendo carne humana. El tirano habría adquirido un gusto especial por la carne de niños. En la Suda se menciona que Fálaris mordía el vientre de los bebés que le llevaban. Además, encontraba enorme placer en beber la sangre de los recién nacidos, a los que atribuía propiedades afrodisíacas.
En cierto momento, Fálaris se convenció de que era inmortal y su destino era convertirse en rey del mundo. Transformándose en un personaje al que jamás olvidarían. Por ello, ordenó la erección de numerosas estatuas en su honor, la acuñación de monedas y la composición de poemas que enaltecerían sus conquistas. Como suele ocurrir con los tiranos que imponen un régimen excesivo, el reinado de Fálaris llegaría a su fin gracias a la violencia.
La caída y el olvido de Fálaris.
El líder Telemachus organizó una rebelión contra el tirano, encabezada por una tropa de mercenarios y respaldada por el apoyo popular. Después que tomaron Acragas por asalto, los aliados del rey se dispersaron y finalmente lo capturaron. La población tuvo la oportunidad de decidir cómo se ejecutaría a Fálaris y, como era de esperar, alguien recordó el temible Toro de Bronce. Vociferando toda clase de amenazas, a Fálaris se le condujo hasta el interior de la estatua.
Al final, experimentó en carne propia el mismo sufrimiento al que sometió a innumerables personas. Tras su ejecución, su castigo continuó: por orden del nuevo rey, las estatuas de Fálaris fueron derribadas, las monedas se volvieron a acuñar y los poemas quedaron en el olvido. Todo rastro de su existencia fue borrado y oscurecido. Fálaris dejó de ser una figura relevante para convertirse en nadie, tal y como sucedió a Breschau de Livonia.
Nota cortesia de Gabriel el comunista mojado
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