Los rituales en torno a la muerte varían de un lugar a otro y de una época a otra, pero los relatos y prácticas tras los cadáveres ahumados de Papúa Nueva Guinea contrastan de forma radical con otros rituales de luto. Son los restos mortales de miembros de la tribu Kuku Kuku (también conocida como los Anga), que habita en la región de Aseki. A menudo dispuestos en puntos altos sobre la región habitada por la tribu para fungir como protectores y guías de sus predecesores, los cadáveres Kuku Kuku ofrecen una visión mórbida y fascinante para cualquier individuo ajeno a la tradición.
Los cadáveres ahumados de Aseki guardan enorme importancia para las tribus que se dedican a su momificación. De hecho, suelen incorporarlos a sus celebraciones y rituales. Pero, independientemente de la importancia de los cuerpos, se desconoce en qué punto introdujeron el proceso de momificación para sus muertos. Al final, todo esto contribuye al halo de misterio que rodea esta extraña tradición donde los muertos parecen aferrarse a su existencia terrenal.
El gran honor de ser ahumado tras la muerte.
Aquellas personas que visitan la región de Aseki y observan a los cadáveres ahumados a menudo se ven estremecidas por la escena. Desde el punto de vista de un extranjero, este ritual pareciera innecesariamente mórbido. Sin embargo, para la tribu Anga el ritual representa el más grande de los honores. Y si lo piensas bien, te darás cuenta que existen muy pocas diferencias con el proceso de conservar las cenizas de un ser amado en una urna.
El proceso de embalsamar y ahumar los cadáveres.
Los embalsamadores más experimentados de la tribu son responsables por las preparaciones necesarias para los cadáveres ahumados. En primer lugar, realizan cortes en codos, rodillas y pies para permitir el drenaje de la grasa a través de estas incisiones. Posteriormente, los intestinos del muerto son perforados con varillas huecas de bambú. Esto permite el drenaje de cualquier fluido restante en el sistema digestivo.
Dado que tienen una mentalidad muy bien arraigada del no desperdicio, se dice que algunas tribus utilizan la grasa y sangre drenadas de los cadáveres para fines ceremoniales. Algunos relatos cuentan que sangre y grasa son untados en el cuerpo y cabello de los familiares, supuestamente para transmitir el poder del muerto a los vivos. La grasa sobrante se utiliza para fines culinarios. La creencia es que si un fragmento de estas partes corporales o fluidos llega a tocar el suelo, traerá mala suerte.
Sin embargo, no todas las tribus llevan a cabo dicha práctica, y podría tratarse de un invento. En el año 2015, la BBC publicó un artículo donde entrevistó a un miembro de los Anga, quien negó tajantemente que las tribus utilizaran la sangre o grasa corporal de sus muertos de esta forma. Aseguró que tales acusaciones no eran más que “mentiras de los hombres blancos”.
Una vez que los fluidos corporales son drenados, los embalsamadores cierran cualquier abertura en el cadáver. Esto último implica coser la boca, los ojos y el ano. De esta forma se reduce la entrada del aire y desaceleran el ritmo de descomposición en los cuerpos.
Una vez que los embalsamadores llevan a cabo todas las preparaciones pertinentes, proceden al ahumado de los cuerpos sobre una fogata idéntica a la que se utiliza para ahumar cualquier animal que servirá como alimento, con la diferencia de que este proceso se extiende a lo largo de tres meses. Más tarde, el cadáver es recubierto con arcilla y ocre, la forma más efectiva de disuadir a los carroñeros cuando los cuerpos se ponen en exhibición.
Los muertos protectores.
Una vez que el cadáver ha pasado por el proceso de ahumado, los embalsamadores lo llevan a una jaula de bambú. Estas jaulas son colocadas en montañas y colinas que rodean al pueblo, una acción que tiene doble significado: honrar a la persona muerta y proveer protección contra potenciales invasores.
Sin embargo, no todas las partes del cuerpo son ahumadas en la fase final del ritual. Las palmas de las manos, plantas de los pies y lengua han sido removidas con antelación. Tradicionalmente, estas partes se entregan a sus familiares a manera de obsequio.
Las momias de Papúa Nueva Guinea son objeto de profunda reverencia para la tribu Anga, que ocasionalmente bajan los cuerpos de las montañas para integrarlos a sus ceremonias. Las personas también suelen hablar con los muertos, sobre todo para solicitar consejo.
¿Prácticas de canibalismo?
El explorador británico Charles Higginson reportó la práctica del ahumado de cuerpos en el año de 1907, pero la ilustró de una forma mucho más macabra a la realidad. Higginson aseguró que los miembros de la tribu Anga devoraban las entrañas de sus familiares durante el proceso de ahumado, una acusación negada de forma vehemente por los miembros de la tribu.
Quizá algunos miembros de la tribu emplean la grasa de los cuerpos para cocinar. Sin embargo, no se alimentan de ninguna otra parte corporal del muerto y proporcionan a este ritual el debido sentido de respeto. Estas falsas acusaciones de canibalismo llevaron a condenar el ahumado de los cuerpos, lo que eventualmente resultó en la prohibición de la práctica.
La tradición de ahumar a los muertos hizo frente a duras críticas, particularmente de los grupos religiosos. La Iglesia Católica se mostró particularmente indignada por esta práctica, lo que provocó que en el año de 1975 se prohibiera de forma oficial. Sin embargo, varias tribus siguieron adelante con sus tradiciones.
Restaurando a las momias de Aseki.
Los cadáveres tienden a deteriorarse con el tiempo. En 2008, un grupo de investigadores estadounidenses viajó hasta Papúa Nueva Guinea para restaurar el cuerpo de Moimango, un hombre que murió en la década de 1950. Completamente sorprendidos, los investigadores encontraron que no necesitaban herramientas especiales para trabajar con el cuerpo, pues las plantas autóctonas cubrían todas sus necesidades.
Un tejido de corteza de árbol conocido como tapa sirvió como soporte para la espalda de Moimango. Además, al mezclar la misma corteza con un poco de savia usada como pegamento lograron levantar la cabeza del muerto por primera vez en años. En la cultura de los Anga, observar el rostro del muerto ayuda a los vivos a interactuar con él.
Otros materiales construidos a base de plantas también ayudaron a pegar su mandíbula, que se había caído, mientras que la suca, un blanqueador natural, sirvió para eliminar los líquenes que habían crecido en las extremidades de Moimango. Cuando el equipo terminó el trabajo, el cadáver parecía significativamente renovado, y el hijo de Moimango estaba feliz de volver a ver el rostro de su padre.
Momias centenarias en Papúa Nueva Guinea.
Los guerreros respetados de la tribu son exhibidos en un lugar especial, apartados de los otros cuerpos, a menudo dispuestos en posiciones de vigías en las partes laterales de los acantilados. Incluso después de muertos, siguen cumpliendo con su función de resguardar al pueblo, vigilando la llegada del enemigo.
La práctica de ahumar cadáveres está vigente desde hace muchos siglos, y las fuentes no tienen una fecha exacta para el inicio de esta tradición. Sin embargo, algunos cuerpos están ahí desde hace mucho tiempo. De hecho, varios tienen más de 200 años.
Como los cadáveres provienen de diferentes épocas, todos presentan distintos estados de deterioro. Algunos apenas exhiben trozos de músculo y piel colgando de sus huesos, mientras que otros mejor conservados exhiben cabello, uñas, dientes y hasta globos oculares.
Como se mencionó anteriormente, las fechas y los motivos por los que inició esta práctica son desconocidos. El primer reporte al mundo exterior lo realizó un reportero británico en 1907, pero un miembro de los Anga alguna vez reveló que la práctica se había iniciado durante la Primera Guerra Mundial cuando los primeros misioneros llegaron a Aseki. Supuestamente, un guerrero asesinado por estos misioneros fue ahumado y puesto en exhibición sobre un acantilado, posiblemente como una forma de ahuyentar a los intrusos.
Sin embargo, otros reportes contradicen esta versión. Algunos miembros Anga aseguran que la práctica se remonta a varios siglos en el pasado, mucho antes de la Gran Guerra.