A lo largo del siglo XIX, en Europa, la actriz y bailarina Lola Montez dejó un rastro de corazones rotos y un trono abdicado. La vida de este personaje es tan colorida que resulta complicado separar los hechos reales de la ficción. Incluso en sus primeras biografías apareció información contradictoria, suponemos que debido a que, como lo apunta una biografía más reciente y ampliamente investigada, “Lola Montez era una mentirosa incorregible”.
Los orígenes de Lola Montez.
Su nombre real era Elizabeth Rosanna Gilbert y nació el 17 de febrero de 1821, hija de un oficial de la armada británica llamado Edward Gilbert y Eliza Oliver, la hija ilegítima de un acaudalado irlandés (y no de un miembro de la nobleza española, cómo llegaría a asegurar Lola tiempo después). Hablando de estos datos ficticios, Montez también aseguró haber nacido en Limerick, cuando realmente nació en el Condado de Sligo.
En el año de 1823, Edward Gilbert fue enviado a la India y la familia tuvo que hacer el viaje de 4 meses. Desafortunadamente, un par de meses después de su arribo terminó muriendo de cólera. Rápidamente, la viuda se volvió a casar con otro oficial y envió a Elizabeth de regreso a Inglaterra para estudiar, donde “su peculiar forma de vestir” y la “excentricidad de sus modales” la convirtieron en objeto de curiosidad y observación.
Aunque dichas citas, que aparecieron en una biografía de 1858, no tienen una adecuada explicación sobre los modales y forma de vestir de Lola Montez, queda claro que aquella joven que regresó de la India no era como sus otros compañeros de escuela. Estos fueron los primeros encuentros entre Elizabeth y la atención del público, algo que aparentemente abrazó con entusiasmo. Posteriormente, un maestro recordó la forma en que el “bello rostro” de Elisa se vio estropeado por su “expresión habitual de obstinación indomable”.
Al menos, este cambio a lo largo de sus años como estudiante parece haber sido cierto. Como la misma Eliza lo contó tiempo después, cuando cumplió 14 años su madre intentó casarla con un “bribón de 60 años” en la India, pero la adolescente tenía sus propios planes y terminó fugándose con un teniente llamado Thomas James en 1837, a la edad de 16 años.
Eliza y su cónyuge terminaron en la India, pero la relación no duró mucho tiempo. Como ella misma lo relató tiempo después “las peleas fugitivas, igual que los caballos desbocados, casi siempre terminan fracasando” y al poco tiempo terminó regresando sola a Inglaterra.
Totalmente por su cuenta, cuando se estableció en Londres decidió reinventarse como una bailarina española y en el año de 1843 adoptó el nombre con el que pasaría a la historia: Lola Montez.
Un huracán llamado Lola Montez.
Aunque en la autobiografía se afirma que el debut en escenario de Lola Montez “fue un éxito rotundo”, el público la reconoció como una falsa bailarina española y posteriormente fue obligada a abandonar Inglaterra para que buscara fortuna en otro lugar.
Al principio, Montez se refugió en Alemania donde entabló relaciones con el famoso compositor húngaro Franz Liszt. La naturaleza exacta de estas relaciones no está del todo clara, aunque algunas fuentes indican que fueron ampliamente románticas y sexuales.
Como haya sido, lo relevante para nuestra historia es que Liszt empleó sus contactos en el mundo del teatro y la música en París para asegurarle un papel en la ópera. Desafortunadamente, la presentación que hizo en París fue completamente desastrosa, al grado que un periódico se burlaba asegurando que su belleza era “una mera ventaja inicial, que de ninguna forma justificaba su falta de talento”.
Sin embargo, Lola no desaprovechó ni un instante ese tiempo que pasó en París y solía frecuentar salones de la alta sociedad haciéndose pasar por íntima amiga de los bohemios más populares de la época, incluido Alexander Dumas, el escritor que se consagró con títulos como El Conde de Montecristo y Los tres mosqueteros. Otra vez, las versiones son distintas pero algunos llegaron a asegurar que Montez y Dumas tenían sus amoríos.
Montez se permitió dicho estilo de vida gracias al financiamiento que recibía de hombres ricos que seducía con regularidad. Pero cuando uno de estos hombres, un editor de periódicos llamado Alexandre Dujarier, murió durante un duelo contra otro sujeto ebrio al que había ofendido en una noche de juego en 1845, Lola Montez abandonó territorio francés y regresó a Alemania.
Conquistando el poder.
En Múnich, Lola Montez terminó cautivando al rey Ludwig I de Bavaria, que tenía cierto apego por la cultura española (y por sus mujeres). Se dice que cuando Lola coincidió con la realeza bávara en el año de 1846, el rey “señaló de forma inquisitiva sus bien formados pechos y exclamó: ‘¿naturaleza o arte?’” A lo que Lola Montez respondió cortando la parte frontal de su vestido para “dejar al descubierto su dotación de naturaleza”. Aunque la historia de su primer encuentro quizá fue una invención, no cabe duda que Ludwig término perdidamente enamorado de Montez.
Finalmente, Montez se convirtió en amante del rey y lo controló tanto que utilizó su influencia sobre el hombre para impulsar las causas políticas y sociales liberales, en otras palabras, Lola alentaba al monarca para que le restara poder al clero católico.
Aunque Ludwig estaba rebosante de “un gran amor apasionado” por esta mujer, las posiciones reformistas de Montez eran profundamente impopulares en el pueblo y en el gobierno. Es más, se dice que alguna vez un general declaró: “jamás había visto un demonio como ese”. El rey llegó al punto de despedir a Karl von Abel, el poderoso líder del Ministerio del Interior, así como a varios partidarios que le reclamaban el hecho de que convirtiera a Montez en una condesa.
Las cosas llegaron al punto en que un pueblo enojado terminó rebelándose contra su rey. En 1848, cuando una facción de la Universidad de Múnich protestó contra el rey y la influencia que ejercía esta mujer sobre él, Montez lo animó a clausurar la universidad. Sin embargo, los revolucionarios ganaron tanto poder que Ludwig se vio obligado a reabrir la institución y abdicar al trono, mientras que Lola Montez emprendía una nueva vida, esta vez con destino al continente americano.
Antes de dirigirse a Estados Unidos, Lola Montez se tomó un pequeño descanso en Londres donde pescó a un nuevo esposo – un hombre que, convenientemente, acababa de recibir una herencia. Se trató de George Trafford Heald, cuya relación con Montez fue bastante breve debido a que terminó desapareciendo bajo misteriosas circunstancias (algunos aseguran que se ahogó).
Con su más reciente esposo fuera de escena, Montez se estableció en territorio estadounidense en 1851. En el Nuevo Mundo, Lola debutó con su famoso Spider Dance, que supuestamente consistía en “levantar tanto la falda que el público pudiera observar no llevaba ningún tipo de ropa interior”.
Montez se convirtió en toda una sensación en los Estados Unidos, una de las historias más populares que la rodeaba era que utilizaba el fuete con que salía al escenario para golpear a los hombres que llegaban a ofenderla. Montez negó todas las acusaciones, aunque llegó a mencionar: “hay consuelo en todas estas falsedades, y es que probablemente los hombres merecían el azote”.
Tras otro matrimonio esporádico y una estadía en Australia, Montez regresó a los Estados Unidos en 1856, en un viaje donde terminó perdiendo a otro compañero masculino que habría caído por la borda, aunque las circunstancias fueron misteriosos y poco claras.
Para entonces, Lola Montez tenía apenas 34 años de edad pero sufría de sífilis, a partir de entonces se dedicó a la vida religiosa y murió tranquilamente en Nueva York a los 39 años.