No es nada raro que las ciudades más antiguas sobre la faz de la tierra guarden historias increíbles. En estos sitios ancestrales, algunas de esas historias se vuelven leyendas, permean en el imaginario popular y con el paso de tiempo se olvida si están basadas en hechos reales o no pasan de una simple invención. Praga es una de estas ciudades antiguas.
Visitado todos los años por miles de turistas, el Orloj (como lo han bautizado los locales) se encuentra montado en una pared del ayuntamiento sobre la porción más antigua de la ciudad que se remite al periodo medieval.
En el mecanismo del reloj pueden distinguirse tres componentes informativos diferentes: un registro que marca la hora, el día, mes y año con precisión. Un mecanismo de cuerdas con miniaturas de santos que surgen cada hora y tocan las campanas. Pero lo más impresionante es el mostrador astronómico, un mecanismo que revela la posición del Sol, de los planetas y las fases de la Luna.
Una obra realmente impresionante pues este reloj astronómico habría sido construido en el siglo XV. Sin embargo, entre los habitantes de Ciudad Vieja muy pocos conocen la historia del creador del reloj, un artesano cuya vida quedó marcada por su obra maestra.
Hanus de Ruze.
El reloj original se situaba en la cima de una torre y fue construido en el año de 1410 por un hombre llamado Mikulás de Kadan, pero a mediados del 1500 fue remodelado por el maestre Hanus de Ruze, responsable por diseñar los componentes astronómicos que convertirían a esta pieza en una obra sin igual en todo el continente europeo. Evidentemente, los consejeros de la ciudad quedaron ampliamente satisfechos con la obra de Hanus, considerándolo un genio por su creatividad.
En esa época, las personas solían recorrer grandes distancias para apreciar este reloj y muy pronto el centro de Praga se convirtió en una parada obligatoria para todo viajero.
El orgullo de los locales era gigante, pues en Praga se encontraba el reloj más hermoso de Europa, una aseveración que nadie se atrevía a refutar. Fue entonces cuando empezó a circular el rumor de que Hanus había recibido una propuesta para construir un reloj todavía más bello en otra ciudad. Dicen que se pasaba días enteros dibujando y haciendo cálculos para construir una obra todavía más sensacional.
Resultó inevitable que los habitantes de Praga empezaran a cuestionarse qué sería del prestigio de su ciudad. ¿Cómo podrían soportar no poseer la obra de relojería más perfecta del continente? Para solucionar esta preocupación, los consejeros decidieron realizar una reunión y proponer ideas. Una fue ofrecer dinero al maestre para que desestimara la propuesta de la otra ciudad, pero en las arcas de la ciudad no había una cantidad que se igualara a la que supuestamente le habían ofrecido a Hanus.
Ponderaron apelar al sentido patriótico del maestre, pero terminaron concluyendo que la propuesta era irrechazable. Pensaron en mantenerlo ocupado con otros proyectos, pero se preguntaban hasta cuándo podrían mantenerlo aislado. Sabían que tarde o temprano se encargaría de algún otro proyecto grandioso.
Un siniestro plan.
Presentaron diversas ideas, pero no llegaron a ningún tipo de conclusión para proceder. Entonces, un consejero de la ciudad, particularmente famoso por su conducta cruel y perversa, propuso una solución que inicialmente perturbó al resto. Se trataba de un plan siniestro, pero paulatinamente cada uno de los consejeros terminó convencido de que era la única opción para garantizar que el reloj de Praga terminara siendo exclusivo.
Una noche, el maestro Hanus se encontraba en su estudio repasando algunos esquemas y planos. Ya era bastante tarde y desde hacía horas sus ayudantes y criados lo habían dejado solo en casa. Afuera, una fría llovizna generaba un ambiente bucólico, pero al interior el clima era caliente y bastante agradable. En la chimenea, el fuego crepitaba mientras dibujaba extrañas siluetas en las paredes, de vez en cuando la leña estallaba rompiendo el silencio del lugar.
Hanus se encontraba completamente absorto en sus cálculos, revisando cada plano y los complejos detalles de su trabajo. Se esforzaba por idear nuevas invenciones, por fabricar componentes todavía más de extraordinarios y mágicos.
De repente, escuchó un fuerte golpe en la puerta principal. “Abra, tenemos prisa”.
El maestre se dirigió rápidamente a la puerta y echó un vistazo al exterior. Allí notó la presencia de tres sujetos que portaban máscaras. Antes de siquiera poder preguntar lo que buscaban, derribaron la puerta y arrastraron al relojero a la oficina. En ese lugar el maestre fue amordazado y sus manos quedaron atadas con cuerdas.
Dos de estos hombres lo sostuvieron con fuerza mientras el tercero atizó el fuego, colocando entre las llamas una daga que ocultaba en la cintura. La dejó allí hasta que la hoja se puso al rojo vivo. Sospechando que los hombres pretendían matarlo, Hanus intentó luchar hasta que terminó inconsciente.
La gran tragedia de Praga.
Se despertó varias horas después en medio de una agonía indescriptible. Hanus sabía que estaba recostado en su propia cama, podía escuchar a su asistente principal y los lamentos de sus criados y amigos, pero no veía más que oscuridad. Los hombres le habían arrancado los ojos.
Durante mucho tiempo aquel brillante relojero se mantuvo preso en esa cama: enfermo y delirante, pasaba sus días en un estado deplorable. Su visión se había ido para siempre. Cuando recuperaba un poco la compostura, se dirigía a su estudio y pensaba para sí mismo: “¿quién pudo hacer una cosa tan terrible conmigo?”.
No tenía enemigos y todos en Praga lo admiraban por el trabajo que tanto orgullo hacía sentir al pueblo. Las personas solían visitarlo para lamentar lo ocurrido, se daban cita desde los más pobres hasta los más ricos, desde los más cercanos hasta los más distantes, familiares y completos desconocidos… todos lamentaban la tragedia. Cierto día, dos consejeros de la ciudad fueron a lamentar el triste destino del maestro. “Una tragedia, una tragedia sin razón”, dijeron ambos.
Pero cuando se iban de la casa, el joven asistente del relojero pudo escuchar al par felicitándose por el trabajo tan bien hecho. El muchacho logró escuchar cuando uno le decía al otro que no había riesgo de que el maestre Hanus fabricara otro reloj para otra ciudad que no fuera Praga. Devastado, el asistente buscó al maestre y le contó lo que había escuchado.
Fue así como aquel brillante relojero descubrió la identidad de quienes ordenaron arrancarle los ojos. Dejó de sentir dolor, pero se sumió en una profunda amargura y un deseo incontrolable por desaparecer de una vez por todas. ¿Así lo recompensaban los consejeros de la ciudad por su inigualable trabajo?
La venganza de Hanus.
Posterior a la amargura llegó la ira y el deseo de venganza. El maestre ideó una forma de vengarse de aquellos terribles hombres y elaboró su plan. Cierto día, le dijo a su fiel asistente que le gustaría ir hasta el edificio del ayuntamiento para, al menos, tener la oportunidad de escuchar el sonido de su amado reloj y sentir los delicadas engranajes funcionando. Los consejeros se mostraron intrigados cuando llegó, pero les resultó inevitable negar el acceso a Hanus a su obra maestra.
En el momento que Hanus se puso frente al gigantesco mecanismo, se dedicó a escuchar el perfecto funcionamiento de aquella máquina de metal y madera que conocía tan bien. A pesar de la ceguera, podía sentir cada complejo mecanismo en el que había trabajado tan laboriosamente, cada pequeño componente, cada disco y conexión.
Y así, sin previo aviso, Hanus saltó al interior del delicado mecanismo, tan grande como el órgano de una iglesia. Inmediatamente su cuerpo fue retorcido por los engranajes que empezaron a partirse. El reloj empezó a rechinar y sacudirse, hasta que lentamente los sonidos fueron desvaneciéndose y no quedó más que un mortal silencio. El último sonido del reloj murió con el corazón de Hanus.
En el bolso del maestre encontraron una carta donde se relataba lo que había sucedido, y el pueblo escandalizado con la crueldad de sus consejeros terminó revelándose para exigir un castigo. La nobleza acató la solicitud y los conspiradores fueron olvidados en una mazmorra donde jamás volverían a ver la luz del Sol. Además de la prisión, vertieron plomo derretido sobre sus oídos para que jamás volvieran a escuchar nuevamente. Y durante todos esos años, el aterrador silencio fue un recordatorio constante del crimen que habían cometido.
El reloj de Praga parecía estar irremediablemente roto. Tuvieron que pasar muchos siglos para que apareciera alguien con talento suficiente como para entender la complejidad del mecanismo y regresarle su brillantez original. Y cuando ese alguien apareció, el reloj nunca más dejó de funcionar.