En la época en que nos tocó vivir, afortunadamente, el matrimonio dejó de ser una obligación social y una forma de supervivencia para la mujer. Muchos argumentan que el romanticismo caducó. Tal vez no. Tal vez estemos experimentando una de las etapas más románticas en la historia. ¿Por qué? A partir del siglo XIX fue que el amor empezó a tener relevancia en la elección de un novio o novia.
En nuestros días, aunque todavía existan matrimonios que atienden a diversos tipos de intereses, la mayoría de las personas se casan por amor. O convencidas de que aman, que da casi lo mismo. Hoy las parejas pueden casarse por la iglesia, solo por el civil o simplemente vivir en unión libre. Y cuando las incompatibilidades empiezan a surgir en el día a día y a asfixiar la felicidad y el placer de la convivencia, muchos optan por separar sus caminos.
No soy partidaria de la idea de que tengamos que aguantar todo para mantener un matrimonio. En determinadas situaciones, lo mejor que se puede hacer es tomar distancia, con el fin de garantizar nuestra salud mental. Vivir con alguien que constantemente nos decepciona, para mí no es una señal de perseverancia, sino de suicidio existencial. Las personas casadas que hacen públicas en redes sociales fotos románticas con otra persona ni siquiera sirven para ser nuestros enemigos. Literalmente, deben ser eliminadas.
Por otra parte, creo que muchas personas se rinden con demasiada facilidad en un matrimonio. Algunos deciden poner fin a la relación por el simple hecho de ya no sentir la emoción que ofrece la llama inicial del amor. Científicamente hablando, se ha comprobado que la pasión tiene una fecha de caducidad y que nadie se pasa la vida entera apasionado con la misma persona. Pero esto no significa que la pareja ya no se guste y que nunca más va a tener sexo.
Aquellos que realmente estén pensando en casarse, deben entender que el matrimonio no es un carnaval lleno de fuegos artificiales. El matrimonio es rutina, es compartir, es la comunión de problemas, son obligaciones aburridas, crisis existenciales, poco dinero y neurosis de todas las clases. Decepcionar y que nos decepcionen constantemente. No siempre escuchamos la respuesta que nos gustaría ni recibimos elogios por el nuevo corte de cabello. No siempre el sexo es tan bueno como para llegar al clímax. No siempre esa salida al cine el fin de semana es tan animosa y el encuentro con el matrimonio de los mejores amigos no es extremadamente armónico. La vida se convierte en una serie de acuerdos y desacuerdos, de momentos cargados de energía y otros no tanto. A veces la conversación es buena y fluida, el vino se termina y todo encaja. A veces falta inspiración, humor y todo cae medio mal.
Vivir es administrar ganancias y pérdidas, valorar las conquistas y soportar las derrotas. La vida está llena de altos y bajos. El problema es cuando se está siempre a la baja.
Si nos rendimos de cada relación por razones fútiles, probablemente nunca logremos construir una relación duradera. Y es aquí donde verdaderamente toma importancia el título de esta publicación: ¿realmente te quieres casar? Dicho de una forma más clara, ¿es realmente necesario que te cases? Mucha gente no nació para el matrimonio. Muchos nacieron para apasionarse, extinguir la llama inicial del amor y apasionarse de nuevo. Socialmente hablando, es malo afirmar tal cosa. Pero sucede. Si las personas ejercieran más el autoconocimiento, muchas nunca se casarían, evitándose un montón de sufrimiento en su propia vida y en la de terceras personas.
A muchas personas les gusta dormir solas, no compartir el espacio con nadie, no dar satisfacciones todo el tiempo. Si vamos más allá, hay muchas personas que dan prioridad a la amistad frente al enamoramiento/matrimonio. Muchos prefieren salir con amigos pues se sienten más libres y cómodos en este tipo de relación. Muchos no quieren tener sexo la vida entera con la misma persona (y esto también aplica para mujeres. Muchas mujeres fieles fantasean con otros hombres. Es totalmente posible amar a alguien y sentirse sexualmente/intelectualmente atraído por otras personas), muchos no son esencialmente monógamos, muchas personas son asexuadas. Muchas personas se sienten mejor solas. Muchos solo quieren la emoción de la pasión. Muchas personas no soportan la rutina en pareja, ver al otro enfermo, de mal humor o vomitando durante un mal estar estomacal.
Desde mi punto de vista, muchas personas no fueron hechas para el matrimonio y tal cosa debería afrontarse con menos espanto y más naturalidad, incluso por el hecho de que amar no es cosa fácil. Muchos lo intentan, pero pocos lo consiguen.
Amar es hacer una broma después de un día terrible para ver una sonrisa en el rostro del compañero, amar es demostrar interés por la vida de quien está a nuestro lado (durante toda la vida y no solo en los momentos buenos y bonitos), amar es saber escuchar sin juzgar, valorar esas pequeñas conquistas diarias del compañero, aceptarlo tal y como es, sin desear cambiarlo y adaptarlo a nuestra necesidades y anhelos, respetar su opinión incluso si no estamos de acuerdo con ella, discutir problemas con asertividad y cuidado, sin humillar ni ironizar a la pareja, es dar más valor a la compañía de la persona con quien estamos que a la compañía de terceras personas que muchas veces interfieren negativamente en la relación, amar es preocuparse por la salud y el bienestar del amado/amada, haciéndole una sopa caliente cuando está resfriado/a, acompañándolo/a al médico, incentivándolo/a para que consuma más alimentos saludables, estimulándolo/a en su vida profesional. Y por encima de todo, ayudándolo/a para que sea alguien mejor y más feliz.
Cuando hablamos de amor solemos pensar en abrazos interminables, besos franceses, gente desbordando pasión sobre los muebles, derribando lámparas hasta llegar casi sin ropa a la cama. Pensamos en ese escalofrió que recorre la espalda ante la expectativa de un encuentro. Pensamos en el intercambio de regalos el día de los enamorados. Pensamos en homéricas escenas de celos seguidas de intensas noches de reconciliación.
¿Quién suele pensar en un hombre o en una mujer preparando el almuerzo? ¿Quién piensa en una persona cosiendo el botón de una camisa o dejando de asistir a una fiesta para hacerle compañía a su pareja? ¿Quién piensa en una persona levantándose temprano, sin necesidad, solo para preparar el desayuno para su pareja que necesita incentivos para alimentarse por la mañana? ¿Quién piensa en esa persona que deja de comprarse ropa porque tiene que comprar algo para la casa, por el bien común de la pareja? ¿Quién piensa en la pareja que antes de dormir se da un beso y no se permite ir a la cama peleados o con un asunto no resuelto? ¿Quién piensa en la persona que se alegra verdaderamente con la más mínima conquista de su pareja, y que hace que parezca mucho mayor? ¿Quién piensa en el hombre que abraza a su mujer incluso cuando huele a ajo y cebollas?
Amar va mucho más allá de una emoción. Amar es compasión. Amar va mucho más allá de la pasión. Amar es comunión. Amar va mucho más allá del momento, del aquí y ahora. Amar es construir. Durante muchos años me reí irónicamente de la frase “el amor llega con el tiempo”. Llega, sí llega. Y por supuesto que la fase inicial de la pasión es muy importante para el desarrollo de una relación feliz. Nadie tiene que obligarse a quedarse con quien no siente química. Sin embargo, pasada la pasión, tenemos que hacer una elección. Una más entre tantas. ¿Queremos empezar todo de nuevo o seguir adelante con la misma persona, dando inicio a una nueva etapa de la relación? Amar exige mucha madurez, no es algo orgánico, instintivo y espontaneo como la pasión.Amar es más una elección, no siempre muy glamurosa, pero sí profunda y reveladora.