Es sumamente importante conocer las diferencias entre las diversas categorías de huracanes. Especialmente porque estos fenómenos meteorológicos son los más destructivos y poderosos de la Tierra. Responsables de cientos de muertes cada año y afectaciones por miles de millones de dólares. La combinación de fuertes ráfagas de viento y precipitaciones intensas es lo que impulsa la devastación de este fenómeno natural.
La formación de un huracán es extremadamente simple: cuando el aire cálido y cargado de humedad asciende desde el océano, a su paso deja una zona de baja presión. Esa caída en la presión atmosférica atrae más aire, que también termina subiendo y arrastrando más humedad del océano. En las alturas, ese aire caliente termina enfriándose y toda el agua que transporta se condensa en nubes.
El proceso de evaporación del agua es lo que alimenta los vientos en esta clase de tormenta. Adicionalmente, la rotación terrestre induce su giro y los vientos predominantes de los trópicos la desplazan al oeste. Para resumir la fuerza y posibles afectaciones de un huracán, los científicos emplean la escala de vientos de huracanes Saffir-Simpson.
Esta contiene categorías que van del 1 al 5 y se basa en la velocidad máxima sostenida del viento que produce la tormenta. Pero, incluso antes de que estas tormentas tropicales adquieren la categoría de huracán, la lluvia y velocidad del viento representan una fuerza de consideración para los humanos.
Diferentes categorías de huracanes según la velocidad del viento.
Frecuentemente, las personas subestiman el poder destructivo del viento. Sobre todo, aquellos que nunca han atestiguado un huracán en persona. Un viento con una velocidad de 40 km/h ya es suficiente para arrebatarte un paraguas de las manos. Cuando la velocidad del viento alcanza los 65 km/h, caminar es complicado.
Además, ese número ya amerita que la tormenta reciba un nombre propio, aunque técnicamente no se habla de un huracán. Cuando la velocidad del viento supera los 96 km/h, los árboles de raíces poco profundas empiezan a ceder, las láminas a volar de los techos y en las costas las olas se elevan hasta 9 metros. Pese a este poder destructivo, todavía no estamos frente a un huracán.
Tipos de huracanes en la escala Saffir-Simpson.
Una tormenta tropical recibe el título de huracán cuando presenta vientos máximos sostenidos mayores a 119 km/h durante un período de un minuto. Con esa fuerza, los vientos ya son suficientes para arrancar los revestimientos en las casas de madera, derribar una casa sobre ruedas y arrancar ramas de los árboles.
Cuando la velocidad del viento alcanza entre 154 y 177 km/h, hablamos de un huracán categoría 2. Con ese poder de devastación, cualquier ser vivo en el exterior corre grave riesgo de sufrir lesiones potencialmente letales a causa de los escombros voladores. Cuando un huracán alcanza la categoría 3, con vientos de 178 a 208 km/h, los daños causados por el viento y los escombros a menudo bloquean las vías de circulación y los servicios básicos quedan inhabilitados durante días o semanas.
En un huracán de categoría 4, con vientos de 209 a 251 km/h, la destrucción de la región por donde pasa se hace tan extensa que grandes zonas quedan inhabitables. En un huracán categoría 5, los vientos superiores a 252 km/h son tan poderosos que todas aquellas construcciones que no tienen solidez suficiente terminan convertidas en escombros.
Lluvias torrenciales, inundaciones y deslaves en un huracán.
Como se mencionó en los primeros párrafos, el poder de un huracán surge de la evaporación de las aguas cálidas en mar abierto. Toda esa agua termina condensada en bandas nubosas que giran alrededor del ojo del huracán. Cuando estas nubes ingresan a tierra, descargan lluvias torrenciales provocando inundaciones y deslizamientos.
A diferencia de los vientos pulsantes de un huracán, que pueden ser muy localizados, la lluvia se extiende por más de 320 kilómetros desde el ojo y puede persistir más de 24 horas. Aunque provienen de la misma fuente, la relación entre la intensidad de los vientos y la lluvia de un huracán es débil. Por eso, sin importar la categoría de un huracán, cada uno de estos fenómenos meteorológicos produce entre 15 y 30 centímetros de lluvia.
En septiembre de 2013, México atestiguó un extraordinario fenómeno meteorológico protagonizado por Ingrid y Manuel en el océano Pacífico y Atlántico, respectivamente. Uno de los desastres más destructivos en la historia de este país. El 15 de septiembre, el huracán Manuel (categoría 1) toca tierra en el puerto de Manzanillo, en Colima. Un día después, Íngrid (categoría 1) impacta en Tamaulipas.
Llovió tanto en esos días, que una laguna de 210 mm de profundidad habría cubierto por completo los casi dos millones de kilómetros cuadrados que tiene el territorio de México. En Guerrero, el estado más afectado, se produjeron afectaciones por 23 mil 441 millones de pesos. El personal de la Comisión Nacional del Agua estimó que el período de retorno para las lluvias dejadas por este fenómeno es de 1000 años. A causa de esta devastación provocada por los huracanes Manuel e Ingrid murieron 157 personas.
Marejada ciclónica durante un huracán.
El viento puede ser tan suave como una brisa o lo suficientemente poderoso como para derribar árboles y construcciones. Pero, también tiene potencia suficiente para mover grandes cantidades de agua en el océano. Cuando un huracán se mueve por el mar, fuertes vientos levantan auténticas paredes de agua al frente.
Mientras el agua de las profundidades se acerca a la tierra y rebasa la plataforma continental, el agua impulsada por la tormenta se eleva en una marejada ciclónica, inundando tierras costeras. Conforme el agua se aproxima a las costas, es capaz de erosionar playas y cambiar o eliminar definitivamente la franja de arena.
Además, a medida que el peso del agua choca contra la infraestructura, carreteras y edificaciones son literalmente arrasadas. Una marejada ciclónica puede tener hasta 9 metros de alto y recorrer varios kilómetros tierra adentro, lo que termina agravando las afectaciones de las lluvias torrenciales en un huracán.
Katrina, uno de los huracanes más mortíferos en la historia de los Estados Unidos, resultó particularmente letal y devastador por la intensa marejada ciclónica que produjo. Dado que el poder destructivo de una marejada ciclónica depende directamente de la fuerza en los vientos huracanados, cualquiera pensaría que la escala Saffir-Simpson es útil para predecir los niveles de la misma.
Sin embargo, los meteorólogos no tienen una referencia clara para estos casos. Hay huracanes categoría 2 capaces de producir marejadas ciclónicas de hasta 6 metros de altura, como Iker en 2008. Mientras tanto, huracanes categoría 4 pueden presentar marejadas de apenas 2.5 metros, como sucedió con Charley en 2004.
Categorías de huracanes: ¿es hora de sustituir la escala de Saffir-Simpson?
La escala de Saffir-Simpson se adoptó gracias a su simplicidad. Anteriormente, los meteorólogos solían comparar las tormentas en desarrollo con tormentas anteriores para que el público entendiera la peligrosidad. A finales de la década de 1960, Herbert Saffir presentó una escala donde describía el daño potencial de un huracán a la infraestructura. Varios años después, Robert Simpson retomó la propuesta y añadió la velocidad del viento para tener una métrica más cuantificable.
Aunque la escala vigente para medir los huracanes es muy fácil de comprender, no necesariamente se traduce en el poder destructivo de una tormenta. Por ejemplo, si comparamos los huracanes Andrew (categoría 5 al tocar tierra) e Irma (categoría 4 al tocar tierra) es fácil observar las deficiencias de la escala Saffir-Simpson.
Andrew provocó afectaciones por US$ 26,000 millones de dólares, mientras que Irma terminó sumando estragos que costaron la friolera de US$ 65,000 millones de dólares. Un candidato para reemplazar a la escala Saffir-Simpson es el índice de potencial de daños de un ciclón (Cyclone Damage Potential, o CDP). Este pondera no solo la velocidad máxima del viento en un huracán, sino también la extensión de sus ráfagas, su tamaño y velocidad.
El CDP va del 1 al 10, y aplicando los ejemplos antes mencionados, Irma sube hasta 5.9 mientras Andrew baja a 2.9. Pero, dada la popularidad de la escala Saffir-Simpson, es probable que sigamos usando estas cinco categorías de huracanes en el futuro próximo.
Nota Cortesia de Mikey Pinero
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