Existen casos históricos de heroísmo, leyendas,
aventuras y demás literatura escrita, gráfica y fílmica en relación con los
trenes. La conmemoración del “Día
Nacional del Ferrocarrilero”, que oficialmente desde el año de
1944 se celebra en nuestro país cada año, los días 7 de noviembre, se remonta a
la trágica historia del denominado “Héroe
de Nacozari”, hoy reconocido internacionalmente como “Héroe de la Humanidad”,
por la American Royal
Cross of Honor de Washington, en honor a un maquinista de 26
años que espontáneamente ofrendó su vida precisamente el día 7 de noviembre de
1907, a las 14:20 hrs., al sacar valientemente del pueblo de Nacozari, Sonora,
un tren cargado con dinamita que ya se estaba incendiando, salvando la vida de
sus habitantes.
Ese mártir
se llamó Jesús
García Corona (1881-1907) y un famoso corrido mexicano
titulado “Máquina 501” cuenta su historia, la que, sin embargo, no rescata
plenamente la realidad del suceso, pues la locomotora fue la número 2 de la
empresa The Moctezuma
Copper Company-Phelps Dodge, Co., construida bajo pedido a
la Porter of
Pittsburg Pennsylvania Company en mayo de 1901, (una 0-6-0 que utilizaban para llevar, entre otras cargas,
dinamita para la “Mina de Pilares”).
El 7 de
noviembre de 1907, a Jesús García Corona no le correspondía conducir el tren,
pero como su compañero Alberto Biel se reportó enfermo, tuvo que hacerse
responsable de los tres viajes programados entre el pueblo de Nacozari y la
Mina de Pilares. Era un recorrido de apenas cuatro kilómetros. Para
asegurar la quema del carbón, la locomotora debía contar con un contenedor donde
las chispas eran sofocadas con mallas; sin embargo, en esos días no funcionaba
bien. La máquina realizó sin complicaciones el primer trayecto. Cuando iba de
regreso por más carga, un mensajero abordó el tren a la altura de “El Seis” (se
le llamaba así porque estaba a 6 millas de Pilares, donde había un almacén y un
caserío habitado por familias de trabajadores de las vías) para avisar a Jesús
García que se necesitaba llevar más explosivos a la mina, diez toneladas de
pólvora que se usarían para una ampliación.
Ya en
Nacozari, García dejó a los ingenieros el trabajo de acomodar los vagones,
entre los que estaban los dos cargados de explosivos, los que por error fueron
colocados indebidamente junto a la máquina. Jesús aprovechó para hacer una
rápida visita a su madre, cuya casa se ubicaba cerca de la estación.
De regreso al sitio donde estaba detenida la máquina, Jesús García ayudó todavía a uno de sus compañeros a encender el fuego, y, lentamente, la presión del vapor subió. Movió el convoy. El viento del norte empezaba a jugar con los remolinos de vapor. Librada del freno, la locomotora trabajaba contra el viento, cuando las chispas vivas, emanadas del contenedor descompuesto, volaron sobre el motor y la cabina, llegando hasta los dos primeros furgones, cargados con cajas de dinamita.
Al principio, el fuego fue notificado por la cuadrilla de trabajadores y más adelante, por simples observadores. Un jovencito, alarmado, intentó decir a Jesús lo que pasaba, pero su delgada voz no le permitió vencer el ruido de la máquina. Fue un obrero anónimo quien fuertemente le gritó: “Oye, hay humo en el polvorín” (frase que hoy se canta en uno de los varios corridos dedicados a Jesús García), momento en el que el fogonero observa que el carro de atrás ya se les viene quemando, y ante el peligro, le dice a Jesús, los dos freneros intentaron inútilmente detener con sus ropas el fuego, gritándole, desesperados, que frenara el tren, con la idea de que toda la tripulación pudiera apagar el fuego, pero a esa altura del trayecto no había agua, por lo que Jesús les pidió que se arrojaran del tren e imprimió toda la fuerza a la locomotora subiendo a través del escarpado, sólo necesitaba avanzar otros cincuenta metros para llegar a un terreno plano en donde Jesús pudiera así luchar por su vida, pero no lo logró.
A las catorce veinte horas estalló la dinamita y la explosión fue tan potente, que se escuchó en 10 millas a la redonda, la locomotora desapareció completamente y Jesús murió al instante, lanzado por el frente de su cabina, quedando gran parte del motor encajado en un inmenso cráter.
La onda expansiva sacudió Nacozari quebrando vidrios y cimbrando la tierra, encontrándose incluso a dos y media millas al este, los restos de uno de los furgones. De “El Seis” no quedó casi nada. En total fueron 13 las personas que fallecieron ese día, pero cientos las que salvaron la vida debido al heroísmo mostrado por Jesús, cuyo cadáver fue identificado por sus hermanos, sólo por sus botas.
En honor de Jesús García Corona se han edificado monumentos, escuelas con su nombre, estadios, avenidas, calles, etc., e incluso el Pueblo de Nacozari, lleva por nombre desde entonces, el de Nacozari de García, Sonora.
No hay comentarios:
Publicar un comentario