sábado, 27 de febrero de 2016

Alguien finge ser mi esposa – Creepypasta

A veces atrapaba a Susana sonriéndome sin motivo aparente. Sucedió más de una vez. Nos encontrábamos allí como siempre, mirando la televisión solo nosotros dos. Entonces, por el rabillo del ojo me doy cuenta que está mirándome a mí y no a la televisión. La cabeza girada 90 grados en mi dirección, y una sonrisa congelada en su rostro que apenas y puedo distinguir en mi visión periférica. Hay algo anormal en eso.
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Pero cuando volteo a verla, ya está mirando hacia el frente. Le pregunté la primera vez, pero me lo negó. Me dio miedo parecer un loco si insistía con la situación, y nunca más toqué el tema. Pero sucedieron otras cosas también.
Recuerdo que la madre de Susana me contó que había tenido gemelas, pero una murió en el parto. Mi esposa jamás habla del tema.
Una noche de la semana pasada cuando me fui a dormir, apagué las luces y cerré los ojos, Susana ya estaba dormida a mi lado. Desperté en el medio de la noche solo para encontrar el otro lado de la cama vacío. Me volteé y allí estaba ella sonriendo, de pie al lado de la cama, observándome.
“Cariño, ¿qué haces?” No me respondió.
“¿Cariño?”
Solo sonreía. Rodeó la cama y se metió bajo las sábanas como si nada hubiera pasado. “¿Cuánto tiempo estuviste ahí de pie?” pregunté. Pero no me respondió. Su lado de la cama estaba helado y la marca de sus pies había quedado grabada en el tapete.
Durante un buen tiempo intenté convencerme de que era cosa mía, de mi cabeza. Pero no, ella no era Susana. Empecé a hacerle pequeñas pruebas, y así fue como tuve certeza. Elegí películas que ya habíamos visto, solo para ver si me decía algo. Le conté historias que ya le había dicho. Ella se limitaba a sonreír. Nunca me dijo nada.
Un día llegué a casa y estaba comiendo pescado. Susana nunca come pescado, odia los frutos del mar.
“¿Salmón?”, le pregunté.
“Tilapia”.
Me senté del otro lado de la mesa, frente a ella. Me sonrió.
“Hoy tuve una conversación con el director de la escuela de Sara”, le dije.
“¿Sara?”.
“Sí. Nuestra hija. Sara”.
Soltó una risa disimulada. “Claro, Claro. ¿Qué te dijo?”.
“Susana, el nombre de nuestra hija es Camila”.
Dejó de masticar, detuvo el próximo bocado y me miró fijamente a los ojos. Cuidadosamente regresó el utensilio al plato. “¿Quién eres?”, le pregunté.
“Voy a dormir”, respondió y se levantó de la mesa.
Aquella noche dormí en el cuarto de huéspedes con la puerta atrancada.
Al día siguiente me fui de la casa. Llevé a Camila conmigo. Pasamos la noche en un hotel.
“¿Dónde está mamá?” me preguntó Camila antes de dormir.
“No lo sé, amor. Pero si escuchas algo, cualquier ruido, despiértame, ¿estamos?”.
“Está bien”.
Soñé con una mujer idéntica a Susana aquel día. Una mujer que quería adueñarse de la vida de su hermana, de la vida que no tuvo oportunidad de experimentar. Camila me despertó por la mañana. Estaba comiendo un pastelillo.
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“¿Tomaste eso del frigobar?”
“No, mamá me lo dio”.
Hice una pausa. “¿Mamá estuvo aquí?”.
Camila asintió con la cabeza. “Mmm… se quedó de pie al lado de la cama. Estuvo allí durante un tiempo”.
“¿Por qué no me despertaste, Camila?”.
“Lo iba a hacer, pero mamá me hizo así”, Camila puso un dedo sobre sus labios e hizo “shhh”.
Miré el suelo. La alfombra tenía impresa las huellas de unos pies donde Camila dijo que había estado su madre.
“Pero no te preocupes papá. Ella estaba sonriendo”.
En la noche siguiente estábamos a punto de salir del estado, en un hotel barato en la frontera. Apagué las luces, llevé a Camila a dormir y esperé, sentando en un sillón, en silencio. Sabía que ella iría.
Estaba en un silencio mortal y casi me duermo cuando escuché el chillido de las bisagras. Abrí los ojos y esperé. La puerta se abrió en cámara lenta. Ella entró sin hacer ruido, más que el de la puerta. Caminó hasta la cama de Camila. La sonrisa grabada en su rostro.
Me levanté. Me puse detrás de ella. No podía verme, sus ojos estaban atrapados con Camila.
“Vamos, cariño. Vamos a casa”, le susurró.
No volteó a ver. Ni siquiera vio el cuchillo cuando se lo enterré en la espalda.
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Más tarde, mi abogado me dijo que no podía salir libre bajo fianza y que tendría que esperar por el juicio en el hospital psiquiátrico.
“Síndrome de Capgras”, dice él. “Es un desorden de creencia ilusoria delirante, no muy diferente al síndrome de Fregoli, donde la persona mantiene una ilusión de que un amigo, cónyuge o familiar ha sido sustituido por un impostor físicamente idéntico al anterior”.
Le dije que mi intención solamente era proteger a mi hija. Le dije que esa mujer no era Susana. Incluso así, todos los periódicos publicaron la misma noticia: “Exitoso ingeniero de Los Angeles secuestra a hija y mata a esposa”.
“No era Susana”, le dije una y otra vez. “¡No era Susana!”.
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Me indicó que podían condenarme de 25 años a cadena perpetua, pero si alegaba locura podía reducir la sentencia.
Me detuvieron anoche, mi primera noche en el hospital psiquiátrico. Camila fue a servicio social, o al menos eso es lo que me dijeron. Mi celda está cubierta de material acolchado, desde las paredes hasta el techo – le dicen cuarto acolchado. Es para que no me lastime.
Tuve que tomar algunas pastillas para poder dormir.
Algo me despertó minutos antes de la media noche. Cuando abrí los ojos, todo estaba completamente silencioso. Fui hasta la puerta y espié por la ventanilla. El pasillo estaba desierto.
Me volteé. Cerca de mi cama, el suelo acolchado estaba hundido con la forma de dos pies.





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