La semana laboral de cuatro días es motivo de debate desde hace al menos una década. Sin embargo, es en los últimos años que ha ganado fuerza con pruebas piloto en Canadá, Reino Unido, Estados Unidos, Australia e Irlanda. La mayoría destaca los beneficios de trabajar solo el 80% del horario laboral tradicional, recibiendo el 100% de salario y prestaciones. Pero, otros tienen argumentos en contra de este sistema.
Al frente de estas iniciativas se encuentra la organización sin fines de lucro 4 Day Week Global. En teoría, es un esquema que debería beneficiar a todos al aumentar la productividad de los trabajadores mientras se mejora el equilibrio entre la vida profesional y personal. Además, se reduce el desempleo al mismo tiempo que se impulsan los niveles de felicidad.
La verdad es que suena demasiado bueno para ser verdad. Aunque muchas empresas consideran que una semana laboral de cuatro días se traduce en un mejor trato que los cinco o seis días de toda la vida, existen algunos inconvenientes. Razones por la que este concepto requiere de un estudio y debate más amplio antes de su implementación. Al menos así lo cree Wim Naudé, profesor de economía en University College Cork, en Irlanda.
El tema de la productividad.
A menos que ya esté reducida, es poco probable que una semana laboral de cuatro días aumente la productividad. Países como Reino Unido e Irlanda ya tienen una productividad laboral muy alta, medida a través del PIB por hora trabajada. Curiosamente, algunos de los países que buscan adoptar este esquema tienen los índices de productividad más altos del mundo.
El ejemplo más claro es Estados Unidos, que en 2019 registró un promedio de US 73.70 por hora. Para evitar que estos niveles de productividad se reduzcan mientras trabajan cuatro días a la semana, los empleados deben aumentar significativamente su producción por hora. Y es que, por lógica, el PIB se reducirá si todos trabajan un 20% menos.
A finales de la década de 1980, Japón redujo la semana laboral de 46 a 30 horas. La productividad no aumentó lo suficiente para compensar esta reducción. Y hasta mediados de la década de 1990 la producción económica de los nipones resultó 20% menor.
Con estos resultados, los países podrían verse obligados a adoptar prácticas severas para alcanzar márgenes de productividad suficientes en una semana laboral de cuatro días. Al grado de exigir a los empleados que trabajen más horas diarias que en el pasado. Esta clase de medidas draconianas producirían efectos indeseables, como aumento en el estrés laboral y la cantidad de accidentes industriales.
La felicidad y el trabajo.
A menudo, la suposición de que todos seríamos más felices si trabajamos solo cuatros días a la semana pasa por alto la adaptación hedonista. Las personas podrían experimentar mayores niveles de felicidad durante, digamos, cinco meses. Pero, conforme se adapten al nuevo esquema es muy probable que vuelvan a su nivel anterior de felicidad.
Esto ya se observó en Francia a comienzos del milenio, cuando las grandes empresas redujeron la semana laboral de 39 a 35 horas. En un estudio realizado años más tarde, se encontró que la medida no mejoró la felicidad de los trabajadores. La adaptación hedonista es la razón de que muchos jubilados vuelvan a trabajar.
También explica por qué, como sucedió en Francia, muchos trabajadores consiguieron un segundo empleo o simplemente renunciaron para trabajar en empresas más pequeñas. Por cierto, en los países que hacen las pruebas piloto de la semana laboral de cuatro días existe poca evidencia de que exista una crisis motivada por el desequilibrio entre la vida profesional y personal.
En 2018, un estudio conducido por Eurostat reveló que el 38% de los irlandeses y 29% de los ingleses manifestaron una alta satisfacción con su empleo.
La desigualdad laboral.
Aunque parece contradictorio, una semana laboral de cuatro días podría empeorar la desigualdad en el trabajo. Por ejemplo, Reino Unido e Irlanda ya padecen las consecuencias de mercados laborales “vacíos” y polarizados. Básicamente, la proporción entre vacantes de nivel medio y empleos de nivel inferior se ha reducido en las últimas décadas.
Una semana con cuatro días de trabajo alteraría dicha tendencia. Las personas que ya trabajan cuatro días a la semana, y que perciben un salario por esos cuatro días, tendrían que realizar el mismo trabajo que una persona a la que le acaban de reducir los días laborales por un pago menor.
Para empeorar la situación, los trabajadores de mayor edad estarían en desventaja ante la necesidad de aumentar su productividad por la reducción de tiempos. Este fenómeno ya se observó durante la Gran Depresión, cuando los estadounidenses redujeron la semana promedio de trabajo de 48 a 41 horas.
Los prejuicios del trabajo a tiempo parcial.
En las pruebas piloto de la semana laboral de cuatros días se ha visto un incremento en el trabajo a tiempo parcial. Cuando los trabajadores a tiempo completo reducen la jornada laboral, las empresas se ven en la necesidad de contratar a tiempo parcial para garantizar los niveles de producción. Esto resulta particularmente evidente en el sector de servicios.
Sin embargo, el trabajo a tiempo parcial se asocia históricamente con salarios bajos y contratos temporales. Por eso, un incremento del trabajo a tiempo parcial llevaría una reducción general de los rendimientos. También se dispararía la inseguridad en el empleo y potencialmente empeoraría la productividad.
Aunque la evidencia respecto a la productividad resulte muy limitada, es poco probable que aumente, sobre todo si consideramos que las empresas destinarían menos recursos a sus trabajadores de tiempo completo.
El desempleo.
Entre los supuestos beneficios de la semana laboral de cuatro días se promociona la reducción del desempleo. En la década de 1930, Estados Unidos redujo las semanas de trabajo pues enfrentaba un desempleo del 25%. Era razonable. Sin embargo, actualmente el Reino Unido tiene un índice de desempleo de apenas 3.7%, el menor en las últimas dos décadas.
El de Irlanda ronda el 4.7%, mientras que su desempleo a largo plazo es de apenas 1.2%. De hecho, a menudo hay más vacantes que trabajadores irlandeses. Cuando el mercado laboral se encuentra tan justo, es un poco ilógico reducir la oferta de trabajo cortando las horas de todos los trabajadores. Una reducción así agravaría la escasez de mano de obra.
También impactaría directamente a las finanzas públicas, pues los servicios de salud exigirían más empleados, lo que incrementaría la masa salarial.
Nota Cortesia de Don Ramon
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