El evento Carrington tuvo lugar en 1859, y hasta la fecha se considera la mayor explosión solar, atestiguada por la humanidad, que alcanzó la Tierra. Ese año sucedieron diversos eventos históricos que todavía son relevantes en nuestros días. Por ejemplo, en el extinto Reino de Prusia, Wilhelm Grimm, uno de los célebres Hermanos Grimm, daba su último aliento. En Egipto, se inauguraban las obras para la construcción del Canal de Suez.
Posiblemente, para ese entonces algún lector voraz en Inglaterra ya leía una copia de la primera edición de El origen de las especies, escrito por Charles Darwin. Y los londinenses escuchaban por primera vez las campanadas del Big Beng en la Torre del Reloj recién terminada. Mientras tanto, un astrónomo aficionado inglés llamado Richard Carrington se maravillaba con el Sol.
Carrington observó el Sol con anterioridad, pero le resultaba fascinante un nuevo tipo de actividad en nuestra estrella madre.
El evento Carrington.
En septiembre de aquel año, Richard Carrington enfocaba su atención sobre una mancha solar particularmente bella. Repentinamente, percibe un enorme destello junto a esa mancha. Al principio le resultó extraño, pero finalmente dedujo que debía tratarse de un error tecnológico u observacional producido en la Tierra. Al igual que hoy, no era extraño.
Al otro lado del charco, un asentamiento minero en las Montañas Rocosas recibe un baño de luz que sugiere la llegada de un nuevo día. Los hombres se despiertan y preparan para iniciar una nueva jornada laboral de extracción del oro. Algunos incluso llegan a preparar los alimentos que consumirán a lo largo del día. El único detalle es que aquella luz no es del amanecer.
Aurora del evento Carrington.
Se trata de un hermoso fenómeno natural llamado aurora boreal o austral, dependiendo del hemisferio donde se vea. El caso es que esta aurora boreal en septiembre de 1859 resultó magnífica en amplitud. Los destellos en el cielo resultaron tan brillantes que, en el noroeste del territorio estadounidense, las personas leían el periódico a mitad de la noche.
Además, la aurora boreal/austral se extendió por buena parte de la atmósfera terrestre. Personas en Cuba, Colombia y Chile disfrutaron del espectáculo luminoso. Que también se vio en el sur de Japón y China. La aurora era tan extensa que llegó a iluminar regiones de los polos norte y sur. Y se sabe de lo maravilloso que resultó el evento Carrington gracias a testimonios escritos.
Majestuoso espectáculo de luces.
Como el de C.F. Herbert, un minero australiano que describió el espectáculo años después para un periódico nacional de la época.
Hacíamos una expedición para buscar oro en las inmediaciones de Rokewood, a unos 7 kilómetros de este municipio en Victoria. Alrededor de las 7:00 p.m., mientras estábamos fuera de la tienda junto con otros dos compañeros, observamos un enorme destello. La luz provino del sur y durante aproximadamente 30 minutos observamos una escena de una belleza casi indescriptible.
Desde los cielos del sur emanaban luces de todos los colores imaginables. Cuando un color se desvanecía surgía otro más hermoso. Las corrientes luminosas ascendían y se enroscaban en el cenit, pero siempre adquiriendo un color púrpura al llegar ahí. Atrás dejaban una franja clara, que podría describir como cuatro dedos extendidos.
El lado norte del cenit también se iluminó de colores majestuosos, siempre enroscándose alrededor del mismo, pero creo que no era más que un reflejo de lo que se veía al sur. Pues los colores del norte y sur siempre se correspondían.
La interpretación humana.
Aquel maravilloso espectáculo de luces difícilmente se olvidará. En su momento se le consideró la mayor aurora registrada en la historia. Desde la perspectiva de los panteístas y racionalistas, la naturaleza reveló sus vestiduras más elegantes para que los humanos reconocieran su inmanencia divina.
Mientras tanto, los supersticiosos y fanáticos religiosos interpretaron en el evento Carrington una advertencia de eventos terribles por suceder. De hecho, llegaron a pensar que se trataba de un presagio del Armagedón y Juicio Final. Imagina lo maravilloso que resultó este fenómeno natural. Tan espectacular como para que un minero australiano del siglo XIX lo describiera de forma casi poética.
Afectaciones a las telecomunicaciones por el evento Carrington.
Aunque, la incipiente tecnología de comunicación humana sufrió algunas dificultades técnicas. En Norteamérica y Europa, los telégrafos sacaron chispas que lastimaron a los operadores e incendiaron papelería circundante. Dicho sea de paso, algunas máquinas quedaron inutilizables. En algunos informes señalan que, incluso desconectados, los telégrafos seguían funcionando impulsados por extrañas corrientes eléctricas en la atmósfera.
Si imaginamos lo qué sucedería con los dispositivos modernos, para mí ya suena lo suficientemente aterrador. El Boston Traveler llegó a publicar un fragmento de una conversación entre dos operadores telegráficos.
Operador en Boston: “Por favor, desconecta la batería completamente durante 15 minutos”.
Operador en Portland: “Bien. Ya la he desconectado”.
Operador en Boston: “La mía está desconectada y seguimos trabajando con la corriente de la aurora. ¿Recibes mis escritos correctamente?”.
Operador en Portland: “Mejor que con las baterías puestas. La corriente va y viene”.
Operador en Boston: “Mi corriente en ocasiones es muy intensa, y se puede trabajar mejor sin las baterías. Aparentemente, la aurora neutraliza y carga nuestras baterías alternadamente, provocando que la corriente sea demasiado fuerte para los relés magnéticos. Concluimos que debíamos trabajar sin baterías en los que pasa este problema”.
Operador en Portland: “Bien. ¿Sigo con mis actividades como de costumbre?”.
Operador en Boston: “Sí. Como siempre”.
Los telégrafos siguieron funcionando durante dos horas sin la necesidad de las baterías. Extrañamente, los operadores no parecían nerviosos por el extraño fenómeno. Mientras todo eso sucedía, Richard Carrington elaboraba anotaciones de lo observado. Información que contribuyó a develar el misterio en el futuro.
Los efectos del magnetismo cósmico.
Hasta ese momento de la historia, la humanidad sabía sobre la existencia de las auroras y, evidentemente, sobre el Sol. Sin embargo, no existía un marco teórico que los relacionara. ¿Qué sucedía en aquel fatídico día de septiembre de 1859? Los humanos atestiguaban los efectos del magnetismo cósmico. A simple vista, apreciaron las fluctuaciones en el campo magnético terrestre. Mismas que dependen de una variedad de factores, incluida la actividad solar.
De vez en cuando, nuestra estrella madre expulsa una ráfaga de fotones de alta energía liberando partículas en un estallido repentino. Se le conoce como erupción solar, un tipo de evento donde la radiación electromagnética puede hacer que la materia “explote” en dirección a la Tierra”. Toda esa materia se desprende de una eyección de masa coronal (CME, por sus siglas en inglés).
Eyección de masa coronal.
Imagínala como una bola de plasma super caliente y pegajosa viajando directo hacia la atmósfera terrestre a un millón de kilómetros por hora. Cuando estos escupitajos del Sol llegan a la Tierra, se produce un encontronazo de partículas. Desde nuestra humilde morada en el suelo, vemos todas esas partículas empujándose unas contra otras en forma de una aurora.
Las luces resultantes de esta interacción entre partículas son extremadamente bellas. El problema es que, cuando el campo magnético terrestre fluctúa, se produce electricidad que termina filtrando la atmósfera. Y cuando menos te lo esperas, esa electricidad termina sobrecargando tus telégrafos. En ese año no pasó de un leve inconveniente con las comunicaciones.
¿Y si el evento Carrington se repitiera?
Sin embargo, en el mundo actual una sobrecarga como la del evento Carrington resultaría catastrófica. Una o varias erupciones solares aderezadas con CME generarían fluctuaciones magnéticas y un exceso de electricidad. Esto sobrecargaría nuestras redes de energía. Estamos hablando de apagones masivos y la aniquilación de todo aquello que dependa de un circuito eléctrico: teléfono, Internet, televisión, etc.
Cuando asimilas que prácticamente cada aspecto de nuestra vida, desde la salud hasta la higiene, depende de la electricidad, entiendes lo grave que resultaría un evento de esta magnitud. Algunas sociedades terminarían retrocediendo décadas de avance tecnológico mientras dura esa recuperación.
El peligro de las erupciones solares.
Lo peor es que nuestro Sol pasa por un ciclo solar cada 11 años, donde atraviesa por periodos de erupciones máximas y mínimas. Básicamente, la humanidad corre cierto riesgo con cada década que pasa. Desde 1859 se han producido diversas erupciones solares como la que provocó el evento Carrington.
Ni nos enteramos simplemente porque no se dirigieron a la Tierra. Afortunadamente, diversas agencias alrededor del mundo colaboran para responder ante un evento de esta magnitud.
Durante una llamarada solar, tenemos aproximadamente 8 minutos de anticipación antes de que la radiación alcance la atmósfera terrestre. Cualquier persona en las alturas (astronautas o ciertos vuelos) corren un riesgo inmediato. Por fortuna, algunos observatorios vigilan permanentemente el Sol y tienen capacidad de emitir alertas cuando detectan alguna configuración que pudiera generar erupciones.
Prevención ante una erupción solar.
De hecho, con la tecnología disponible los humanos ya pueden predecir una CME días antes de que suceda. Las organizaciones involucradas en temas espaciales poseen planes de contingencia. Por ejemplo, en la Estación Espacial Internacional cuentan con refugios cubiertos por gruesas paredes que bloquean la radiación. Los satélites en órbita terrestre se alejan del Sol para prevenir que las partículas de energía dañen sus componentes eléctricos.
Ante una alerta, las compañías eléctricas tienen la capacidad de desconectarse antes de que una llamarada solar alcance la Tierra. Evitando daños por sobrecarga y apagones más prolongados. Lo único positivo de que algo como el evento Carrington se repita es que podremos leer los periódicos en la madrugada, bajo el reflejo de cielos idílicos.
Nota cortesia de Padme
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