Los registros señalan que Heródoto nació en la costa mediterránea de Turquía, una zona que actualmente corresponde a la ciudad de Bodrum, en torno al año 484 a.C. Cuando se dice que este hombre fue un historiador es restarle mucha importancia. De hecho, fue Heródoto el que inventó la historia como disciplina.
Su obra fue tan vasta que la tuvieron que dividir en nueve capítulos, en un libro al que titularían “Historias”. En este escrito cuenta con lujo de detalles la invasión de Grecia a manos del ejército persa comandada por Jerjes el Grande. Su narración de la batalla de las Termópilas, el conflicto más celebre de la invasión, serviría como inspiración para la película 300.
Sin embargo, no pienses que Heródoto solía ensalzar sus historias con peleas épicas y sanguinarias, eso fue culpa de Frank Miller. De hecho, era un periodista muy dedicado y un amante del chismorreoque solía dar santo y seña tanto de los grandes acontecimientos en los reinos e imperios como de la vida privada de sus líderes. En su obra es posible encontrar muchos de estos datos, y hoy conocerás cinco de los más interesantes.
1 – Los aburridos orígenes de la guerra de Troya.
Según la versión de los persas, el conflicto inició cuando una fracción de los fenicios (una antigua civilización que floreció gracias a la actividad comercial en el Mediterráneo) se asentó en la ciudad de Argos, en la costa griega, y organizó una especie de feria. Acabaron con todos sus productos en menos de una semana, pero no les bastó con llevarse solamente el dinero, también querían unas esposas.
Así, el quinto y sexto día de su estancia ubicaron a un grupo de mujeres y secuestraron a todas aquellas que no pudieron emprender la huida. El problema fue que una de estas mujeres era Io, la hija de Ínaco, el rey de Argos. Para vengarse, un grupo de griegos raptó a Europa, la hija del rey de Fenicia. “Hasta allí las ofensas se compensaban”, decía Heródoto, “pero después de eso, dicen ellos [los persas], los griegos fueron culpados por una segunda ofensa”.
Esta segunda ofensa hace referencia al secuestro de Medea, hija del rey de la Cólquida. Y los griegos se negaron a compensar este secuestro a los cólquidos. Fue entonces que Príamo, rey de Troya, concluyó que podía secuestrar mujeres sin sufrir ningún tipo de consecuencia. Así que decidió apoderarse de Helena, acción que desató la guerra.
En este punto, Heródoto le quita toda la corteza mística a la historia e incluso expone el machismo de la época: “secuestrar mujeres, decían los persas, es una injusticia de los hombres, pero pretender vengar el secuestro es una insensatez. Los hombres sabios no dan importancia alguna a las mujeres secuestradas, pues evidentemente nunca habrían sido raptadas si no lo hubieran querido”.
2 – El derrocamiento sorpresa.
Heródoto solía utilizar los cambios temporales del tema y tras un breve comentario sobre Troya nos remite a la forma en que Candaules, rey de Lidia, perdió el trono ante un guardia de su propio palacio, Giges. Y no fue un acto de rebelión o intriga, sino de estupidez en su estado más puro. Candaules vivía deslumbrado por la belleza de su esposa, y aseguraba que no había una mujer más bella en el mundo entero. Cierto día, llamó a su sirviente más fiel y le dijo: “Giges, pienso que no crees en lo que digo sobre mi mujer. Por eso, haz todo lo posible para verla desnuda”.
Giges no tenía la intención de cometer una falta tan grave, pero debía obedecer las órdenes de su rey. Además, Candaules le prometió que aquello no era una prueba de fidelidad. El rey lo ocultó en sus aposentos, y desde una esquina vio a la esposa de su amo desnudarse. La reina, cuyo nombre jamás fue revelado por Heródoto, se dio cuenta de todo y se puso furiosa. Al día siguiente abordó al súbdito y le puso un ultimátum: “Giges, ahora tienes dos opciones (…) debes asesinar a Candaules y quedarte conmigo y el trono de Lidia para ti, o serás sacrificado inmediatamente, eso evitará que veas aquello que no debes”.
Giges tuvo que ceder. Volvió a esconderse en los aposentos, asesinó a Candaules y se convirtió en rey. Evidentemente alguien tendría que pagar el precio de la traición: El oráculo de Delfos lanzó una maldición y los descendientes de Giges serían derrocados del trono en la quinta generación.
3 – El hombre que no escuchaba a los sabios.
Creso, descendiente de Giges en la quinta generación, asumió el trono de Lidia y prosperó. Tenía tal cantidad de oro para regalar y vender, que se creía el hombre más feliz sobre la Tierra. Antes es bueno recordar que Heródoto era muy religioso. En su obra el oráculo jamás se equivocaba. Es decir, la profecía estaba vigente para Creso, pero jamás le hizo caso.
Un día el sabio griego Solón, responsable por las reformas a la legislación de Atenas, visitó a Creso en Sardes, la capital de Lidia. El rey le presenta todas sus posesiones y su prospera ciudad y en determinado momento, le pregunta: “¿Solón, existió en el mundo hombre más feliz que yo?” Y el sabio, con un aire de sinceridad, le responde que sí: es el ateniense Telos, un amado líder que murió con gloria defendiendo su ciudad durante una batalla. Entonces Creso le pregunta quién está en segundo lugar, y Solón le muestra una medalla de plata de los hermanos Cleobis y Biton, que murieron de agotamiento después de cargar a su madre (Cídipe) una larga distancia para que llegara a tiempo a una ceremonia religiosa en honor a Hera.
Furioso, Creso le pregunta por qué no figura en la lista de la felicidad. Y el sabio le dice: “El hombre no es más que incertidumbre (…) El hombre más rico no es más feliz que aquel que solo tiene suficiente para hoy, a no ser que la buena fortuna le siga siendo fiel hasta el final de su vida”. Por supuesto, el rey entendió la indirecta y convencido de que moriría tan poderoso como había nacido, despide a Solón yataca al reino vecino de Persia (actualmente Irán) para intentar conquistarlo.
En ese momento se cumple la profecía. Creso ve a su hijo morir a manos de los persas, que estaban bajo el mando del emperador Ciro II. Los persas contratacan, destruyen Lidia y terminan con su felicidad. La moreleja es que debemos escuchar a los más viejos.
4 – Jerjes disfrazó a un tío de emperador.
Ciro II era el abuelo de Jerjes el Grande, precisamente el que aparece en la película 300. Cuando llega al trono, dos generaciones después, ordena la invasión a Grecia que culminaría con la batalla contra Esparta escenificada en la filmación. Sin embargo, esto no fue nada fácil.
Jerjes integró un consejo de sabios para que determinaran si era factible atacar pueblos tan hábiles en la guerra como los atenienses y espartanos. Mardonio, su primo que también fungía como su general, lo incitó a que partieran lo más rápido posible, afirmando que los griegos no tenían posibilidades. Sin embargo, su tío Artabano le pidió que fuera prudente. “Si no se postulan opiniones contrarias, resulta imposible elegir la mejor para adoptarla. Quieres marchar contra hombres que, según se dice, son grandes combatiendo en el mar y la tierra. Me siento obligado a indicarte el peligro que representan”. Jerjes se ofendió con lo que definió como “cobardía” e insultos de su tío. Sin embargo, esa misma anoche analizó sus palabras y aceptó que podía estar en lo cierto. Al despertar, anunció al ejército y al pueblo que no habría invasión.
Sin embargo, noche tras noche una visión perturbaba a Jerjes. Una sombra le aseguraba que renunciar al ataque había sido un error, y lo provocaba diciéndole que debía retomar sus planes. Entonces, el emperador decidió solicitar una opinión sobre ese sueño. Le entregó su ropa a Artabano, lo sentó en el trono y le dijo que durmiera en su cama. Esperaba que de esta forma su tío tuviera los mismos sueños que él.
Evidentemente el disfraz no engañó a nadie, mucho menos a los dioses. “¿Así exhortas a Jerjes a abandonar su marcha contra Hellas? Pero nada ganarás ni en el presente, ni en el futuro, intentando desviarlo de la decisión del destino”. El tío se despertó asustado por el mensaje que le habían pasado en el sueño, cambió de opinión de inmediato y le aconsejó a Jerjes que procediera con la invasión. Ya sabemos que fue un pésimo consejo.
5- Jerjes y su predilección por la sobrina.
Jerjes se vio en otro problema familiar cuando se enamoró de Artaínte, hija de su hermano Masistes. En ese tiempo Jerjes ya estaba casado con Amestris, que en cierta ocasión le confeccionó un hermoso traje colorido.
Cegado por la pasión, el emperador fue a ver a su amante con el traje que le había regalado su mujer. Y la sobrina, que era una amante de la ropa, le solicitó el presente a Jerjes, después de hacerlo jurar que haría todo lo que ella le pidiera. El tirano hizo de todo para intentar salir del problema: le ofreció oro, ciudades enteras y hasta un ejército. Pero la mujer insistió en que lo único que quería era el traje, y nada más. El emperador terminó cediendo y tras el encuentro la mujer salió con el traje a la calle, como si no hubiera pasado nada.
Evidentemente, Amestris vio a su sobrina política con el traje del esposo y lo entendió todo. Sin embargo, en lugar de culpar al esposo o a la sobrina, arrojó su despecho contra la madre de Artaínte haciéndola mutilar con sus guardias personales. Cuando Masistes encontró a su mujer muerta y se enteró de la relación entre su hermano y su hija, reunió a sus tropas y ordenó una revuelta contra Jerjes, que estalló en el 438 a.C.
Como en muchas otras historias, Heródoto aplicó bastante imaginación y mucha simbología en estos casos. Hubiera sido imposible para él reconstruir aquellos extensos diálogos que describe en estos y otros episodios de la historia. Como mínimo, hubiera requerido de un grabador. Como haya sido, su extenso registro fue el primer intento de narrar hechos de personas que realmente existieron lo más apegado posible a la realidad, sacando a relucir sus defectos y eligiendo sus fuentes con cierto rigor científico. Quizá por eso se le considere el “padre de la historia”.