Eben Byers era un ávido consumidor de Radithor, una infusión de radio que se promocionaba como la panacea. Trágicamente, para el momento en que se percató de la peligrosidad de esta sustancia gran parte de su cráneo y mandíbula estaban disueltos. En 1930, la revista Time publicó una entrevista al abogado Robert Hiner Winn que investigaba un popular medicamento a base de radio por encomienda de la Comisión Federal de Comercio de los EE.UU.
“Joven en años y mentalmente alerta, pero apenas puede hablar”, señaló Winn sobre la condición de Byers. “Su cabeza estaba envuelta en vendajes. Pasó por dos cirugías consecutivas en las que se le removió el maxilar superior, con excepción de los dientes frontales, y la mayor parte del maxilar inferior. El tejido óseo restante se desintegraba lentamente, incluso se podían ver los agujeros formándose en su cráneo”, agregó el abogado.
Durante varios años, Eben Byers ingirió grandes cantidades de Radithor creyendo que mejoraba su salud. Cuando finalmente se percató de que lo estaba envenenando, era demasiado tarde.
Radio como cura para las enfermedades.
En los albores del siglo XX, se popularizó la idea de que el radio tenía propiedades altamente curativas. En 1913, el Dr. W. Engelmann publicó un texto donde afirmaba que la terapia con “emanación” de este elemento radiactivo mejoraba los procesos vitales. Creían que la radiactividad podía curarlo todo: retrasar el envejecimiento, frenar una diarrea crónica o “propiciar una vida esplendida y feliz”, como anotó el Dr. C.G. Davis en una publicación del American Journal of Clinical Medicine.
Joseph John “J.J.” Thomson, el físico británico que descubrió el electrón, detalló la presencia de radiactividad en agua de pozo en 1903. Eventualmente, se supo que muchos de los “manantiales curativos” más famosos del mundo presentaban radiactividad por la emanación de radio (gas radón) proveniente del suelo donde fluye el agua.
De forma increíblemente rápida, la comunidad científica de la época adjudicó a la radiactividad las propiedades curativas de estos manantiales. Bertram Boltwood, un profesor de la Universidad de Yale, escribió que la radiación transportaba energía eléctrica las profundidades del organismo donde estimulaba la actividad celular. “Activando así todos los órganos secretores y excretores”.
Productos elaborados a base de radio.
Pero, como el radio se descompone a gran velocidad en el aire, dedujeron que debían consumir el agua directo del manantial para aprovechar las supuestas propiedades curativas del gas radón. La industria puso manos a la obra y se desarrollaron dispositivos capaces de agregar radiactividad al agua del grifo.
Tal es el caso del Revigator, un dispositivo que se promocionaba como el “perpetuo manantial de salud para tu hogar”. Esta cosa recibió una patente en 1912, y no era más que una vasija con capacidad para varios galones de agua, hecha de un mineral que contenía radio. Solo había que llenarlo con agua caliente todas las noches y disfrutar del agua radiactiva a lo largo del día.
Entre la década de 1920 y 1930, el mercado se saturó con toda clase de productos que emanaban radio. Desde cosméticos, pasando por supositorios, pasta dental e incluso alimentos. Si a algo se le podía agregar radio y venderlo, estaría disponible para cualquier consumidor preocupado por su salud.
La muerte radiactiva de Eben Byers.
Eben Byers nació un 12 de abril de 1880. Estudió en la Universidad de Yale, donde se forjó una reputación como atleta de alto rendimiento y casanova. En 1906 ganó el United States Amateur Golf Championship y poco después tomo las riendas de la Girard Iron Company, el negocio familiar. Se podría decir que Byers tenía la vida resuelta, aunque todo esto cambio en 1927.
Tras el partido de fútbol anual entre Harvard y Yale, Byers regresaba en tren a su lugar de residencia cuando cayó de la litera y se lastimó un brazo. La lesión le provocaba un dolor persistente, por lo que su médico de cabecera le recomendó Radithor. Promocionado como la panacea, Radithor fue patentado por William J. A. Bailey, un médico con carrera trunca.
La mayoría de los charlatanes vendía medicamentos ineficaces, aunque en última instancia, inofensivos. Sin embargo, Bailey amasó una fortuna adjudicándole propiedades curativas a una sustancia mortal. Básicamente, este remedo de médico disolvió altas concentraciones de isótopos de radio 226 y 228 en agua destilada.
Después, afirmó que curaba una variedad de enfermedades como la impotencia, gracias a su capacidad para estimular el sistema endocrino. Radithor se promocionaba como “Una cura para los muertos vivientes” y premiaba a los médicos con una comisión del 17% por cada dosis recetada.
Eben Byers y el Radithor.
Eben Byers siguió las recomendaciones de su doctor y empezó a consumir Radithor. En general, experimentó una mejoría a su salud y debido a esto ingirió dosis cada vez más grandes. En cierto punto, se tomaba hasta tres botellas al día. Algunas estimaciones sugieren que bebió unas 1,400 botellas de Radithor hasta que finalmente se percató de que el agua radiactiva estaba comiendo su cuerpo de adentro hacia afuera.
En 1930, cuando finalmente dejó de consumir Radithor, Eben Byers ingería más de tres veces la dosis letal de radio. El cáncer empezó a disolverle los huesos y desarrollo una condición denominada “mandíbula de radio”. Su mandíbula superior e inferior estaban tan deterioradas que tuvieron que removerlas quirúrgicamente, dejándolo con un enorme agujero donde solía estar su boca.
Byers también había desarrollado abscesos en dirección a su cerebro y empezaron a surgir agujeros en su cráneo. Finalmente, Eben Byers murió el 31 de marzo de 1932 a los 51 años de edad.
La radiactividad tras la muerte de Eben Byers.
Las trágicas y dolorosas circunstancias que condujeron a su muerte recibieron una gran cobertura mediática. The Wall Street Journal publicó un artículo con un titular en el que se leía: “El agua con radio funcionó bien hasta que se le cayó la mandíbula”. El caso de Eben Byers, así como la historia las Chicas Radio, que se envenenaron pintando manecillas de reloj que brillaban en la oscuridad con una sustancia a base de radio casi en la misma época, condujo a una mayor conciencia sobre los peligros de la radiactividad.
Eventualmente, diversas leyes prohibieron muchos productos como Radithor. Aunque la FDA clausuró la compañía de Bailey, no se le imputó cargo alguno. El radio lo enriqueció tanto que, al poco tiempo, abrió otra empresa para fabricar una variedad de artículos radiactivos como clips de cinturón, pisapapeles y un dispositivo que permitía al consumidor fabricar su propia agua radiactiva.
Restos radiactivos.
Eben Byers está sepultado en un mausoleo familiar en el Cementerio Allegheny de Pittsburgh. Su tumba se encuentra completamente sellada y el ataúd revestido con plomo. El objetivo es que el metal pesado absorba la radiación que seguirá emanando de los restos de este hombre durante varios siglos.
En la década de 1960 lo exhumaron para realizar una serie de pruebas. El estudio encontró que los niveles de radiación presentes en los restos seguían representando un peligro para la vida. A sabiendas de los terribles efectos del envenenamiento por radio, los artículos a base de este elemento químico se siguieron vendiendo hasta la década de 1980. Por otro lado, los “manantiales curativos” todavía siguen en funcionamiento en nuestros días.
Nota cortesia de Don Heli bolsillos rotos Salvador
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