En el invierno de 1997, de entre 100 enfermos de insomnio crónico, tres fueron elegidos de forma aleatoria para formar parte de una investigación científica, un intento por encontrar una cura para el insomnio. Se trataba de un procedimiento sencillo e inofensivo: los tres pacientes deberían permanecer cinco días con sus noches en un hospital de estudios del sueño, donde el personal médico podría modular sus patrones de sueño tras aplicarles una droga experimental que los ayudaría a dormir. Y, si la droga funcionaba, ellos podrían dormir durante una noche entera.
Las primeras dos noches significaron un éxito. Los tres pacientes pudieron dormir el tiempo que requerían. El personal médico y el equipo de investigación anotaron que los pacientes ya no presentaban somnolencia durante el día, como era común. Hasta ese momento, la droga parecía una panacea.
Así se creyó hasta el día siguiente, después de la tercera noche. Dos de los tres pacientes informaron haber experimentado pesadillas vividas sumamente aterradoras. Aseguraban que sus pesadillas eran tan terribles, que preferían no volver a dormir, y solicitaban que los liberaran de la investigación. Sin embargo, uno de los médicos logró convencerlos de que pasaran una noche más.
Para mala fortuna del equipo, después de la cuarta noche dos de los pacientes entraron en coma, permaneciendo en ese estado hasta el día siguiente. Temiendo una sobredosis del fármaco, los médicos decidieron frenar la investigación de forma inmediata. Pero los responsables de la investigación se negaron a interrumpirla, pues deseaban ver cómo reaccionaba el paciente restante bajo la cantidad indicada del medicamento. Sin embargo, la paciente que quedaba se negaba a dormir, esto tras informar que también había tenido pesadillas. Cuando los médicos le preguntaron sus motivos para no volver a dormir, esta fue su respuesta:
“Tengo miedo de despertar”.
Intrigado, uno de los médicos le preguntó a qué se refería, recordándole que ya estaba despierta. Pero la paciente sacudió la cabeza:
“No estoy despierta”, dijo. “Ellos lo están”.
Por “ellos”, la mujer se refería a los otros dos pacientes que estaban en coma.
“Ellos están durmiendo”, explicó el médico. “No pueden despertar”.
La paciente se limitó a encarar al médico por un largo tiempo.
“No”, finalmente habló. “¿crees que estás despierto ahora, no? Fíjate bien, todos dormimos justo ahora. Tu mente aún no despierta. Pero la nuestra ya lo hizo. ¿Por qué crees que no queremos volver a dormir? Porque este mundo, el mundo de los sueños, es mejor que el mundo real, ese al que ustedes llaman ‘pesadillas’. ¿No has entendido? Los otros pacientes, los que aseguras están en coma, están bien despiertos justo ahora. Están conscientes de la ilusión que la humanidad creó. Si me ponen a dormir hoy en la noche, yo también despertaré. Un día… todos ustedes despertarán. Es solo cuestión de tiempo”.
Los médicos, todavía sin entender completamente de lo que estaba hablando la mujer, preguntaron nuevamente:
“¿Qué quieres decir con eso?”
La paciente solo sonrió. “Cuando crees que estás despierto, no haces más que soñar, pero cuando sabes que estás soñando, en realidad estás despierto. Es completamente lo opuesto a lo que ustedes creen saber. ¿Creen que estoy aquí ahora? ¿Conversando conmigo? Bueno, piensen de nuevo. Solo están durmiendo. Pero hoy en la noche, cuando vayan a la cama, despertarán. Aquellas cosas que llaman ‘sueños’, son su realidad. Y ahora que lo saben, también despertarán por completo como lo hicimos nosotros. Presos para siempre en sus ‘sueños’”.
Los ojos de la paciente empezaron a cerrarse mientras se recostaba sobre la almohada. Pero antes de quedar completamente inconsciente, la mujer logró decir algo más de forma muy tenue:
“… todos tenemos que despertar en algún momento”.