La historia y la evolución del ser humano están marcadas por grandes descubrimientos e invenciones, desde algunos muy rudimentarios, como las primeras piedras talladas, hasta los más modernos, entre los que figuran los coches eléctricos o la inteligencia artificial. Pero si hubiera que elegir uno que realmente nos haya marcado y nos ha hecho más “humanos” ese ha sido el fuego.
La verdad es que nos cuesta imaginar la vida sin fuego, a pesar que de gran parte de nuestra historia la hayamos pasado sin él. Y es que, tal y como sugieren algunos hallazgos arqueológicos, el control del fuego no llegó hasta hace unos 800.000 años.
El primer cocinero de la Historia
Aun así, tuvieron que pasar otros miles de años para que el fuego se convirtiera en parte integral de nuestra existencia y marcase una linde infranqueable entre el mundo animal y el mundo racional, el nuestro. Se estima que el nacimiento de la pirotecnología tuvo lugar hace ahora unos 400.000 años.
El primero en aprender a cocinar fue el Homo erectus –sucesor del Homo habilis- y, con ello, consiguió duplicar el tamaño de su cerebro a lo largo de 600.000 años. Se estima que el Homo erectus pobló la Tierra entre los años 1.000.000 y 300.000 a. de C.
A pesar de todo, no es lo mismo usar el fuego que “domesticarlo”. Se piensa que fue el Homo sapiens el primero que consiguió generarlo de forma artificial. Nuestros antepasados obtenían el fuego bien por fricción, frotando una madera con forma de varilla, o bien por percusión, golpeando con pericia dos piedras hasta que saltase la primera chispa.
No cuesta excesivo trabajo imaginar que en las horas crepusculares un grupo de aquellos homínidos se congregase alrededor del fuego, el centro de su pequeño universo. Allí, mientras las llamas parpadeantes iluminaban las cuevas, el aroma de la carne ahumada inundaba el aire. De forma que un mamut joven se acababa convirtiendo en el protagonista principal del festín.
Hombres, mujeres y niños se sentarían en círculo compartiendo historias con gestos, gruñidos, risas y sonidos guturales que resonarían en la caverna mientras el fuego crepitaba y la carne chisporroteaba. Una sinfonía ancestral que modeló a paso lento pero seguro el camino de la evolución.
Las neuronas son voraces consumidores
Cocinar, sin duda alguna, tuvo numerosas ventajas evolutivas, no solo con ello se mataron toxinas presentes en los alimentos, reduciendo el riesgo de enfermedades, sino que se mejoró el sabor de lo que se comía y que algunos alimentos fuesen masticables, ampliándose de forma extraordinaria la despensa de la prehistoria.
Además, la alimentación proporcionó un torrente de calorías que necesitaban los hombres de la prehistoria para moverse y para que su cerebro pudiese trabajar. No hay que olvidar que este órgano quema el 25% de las calorías que consumimos diariamente, un gasto energético ingente si lo comparamos con el de otros animales.
Si fuéramos un primate más, pasaríamos de dedicar un 5%, que es el porcentaje que gastamos en alimentarnos diariamente, a un 48%, puesto que tendríamos que cazar, recolectar y masticar alimentos crudos y duros.
El fuego nos ha ahorrado, sin duda, mucho tiempo, el cual hemos podido dedicar a otros menesteres, entre ellos a inventar objetos que nos hagan la vida más fácil, a filosofar, a escribir novelas… Ahora bien, ¿qué fue lo primero que cocinamos: hervidos, sopas o asados?
Lo primero fueron los asados
No fue hasta hace unos 11.000 años cuando aparecieron los útiles cerámicos y con ellos, probablemente, las primeras sopas y los primeros hervidos. Quizás se cocinaron mucho antes utilizando el estómago de las presas o improvisadas “cazuelas naturales” de tortugas o almejas.
Muy posiblemente lo primero que cocinaron nuestros antepasados fueron asados. Una vez que los animales habían sido cazados era necesario preparar la carne para poder ser consumida, un proceso que incluía desollarlos, despedazarlos y prepararlos para la cocina, con la única ayuda de piedras, como cuchillos o hachas. A continuación, la carne se acercaría al fuego con la ayuda de un palo o una estaca, una práctica conocida como “asado a la parrilla”.
Un estudio realizado por investigadores de la Universidad de Harvard reveló que una dieta con carne cocinado propició que el Homo erectus hubiese necesitado masticar entre un 17% y un 26% menos que sus antecesores. Consecuentemente, sus dientes se hicieron más pequeños, sus músculos masticadores se debilitaron y sus intestinos se acortaron, al tiempo que su cerebro aumentó de tamaño. En Román paladino, nos hicimos más humanos.
Nota cortesia de Chairopitecus Mojadus
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